Emplazada en el estratégico estrecho de los Dardanelos, la legendaria Troya se convirtió en una próspera ciudad en la órbita del Imperio hitita, envidiada por sus riquezas. De hecho, desde que Heinrich Schliemann emprendió en 1870 sus célebres excavaciones en la colina de Hissarlik (Turquía), el estudio de las ruinas de Troya ha estado siempre mediatizado por una especie de «síndrome de la Ilíada», esto es, por el empeño en encontrar las huellas exactas de lo que relató Homero en su gran poema épico.

 

Desde que Heinrich Schliemann emprendió en 1870 sus célebres excavaciones en la colina de Hissarlik (Turquía), el estudio de las ruinas de Troya ha estado siempre mediatizado por una especie de «síndrome de la Ilíada», esto es, por el empeño en encontrar las huellas exactas de lo que relató Homero en su gran poema épico. Durante mucho tiempo esto condujo al error de pensar que Troya era una ciudad griega, y fueron muchos los arqueólogos que se esforzaron por relacionarla con las culturas del Egeo, con las que sin duda mantuvo contactos comerciales. Sin embargo, las más recientes investigaciones han demostrado que Troya estaba mucho más vinculada con Asia Menor y, en particular, con los hititas, el gran imperio que surgió en el interior de la península de Anatolia entre los siglos XVIII y XII a.C.