Dani Pérez www.diariovasco.com 19/09/2010
Científicos del CSIC buscan vestigios arqueológicos de la mítica ciudad en las Marismas de Hinojos, en el coto de Doñana.
A Heinrich Schliemann, en los círculos científicos prusianos, lo llamaban Heinrich ‘blöd’ (el tonto), el ‘fanatiker’ Schliemann, el ‘empresario loco’, el gran hombre de negocios -a primera vista instruido y cabal- capaz de jugarse su patrimonio, amasado durante décadas, en pos de una quimera llamada Troya. El empeño le costó el divorcio, la salud y la fortuna. Cuando en diciembre de 1890 cayó desvanecido en la Plaza della Santa Caritá de Nápoles, a consecuencia de una infección de oído que acabaría por costarle la vida, la mayoría de los historiadores aún le regateaba el mérito de haber descubierto una ciudad que durante siglos sólo había existido en el brumoso territorio de la leyenda.
El otro gran misterio de la antigüedad se llama la Atlántida. Desde que Platón hablara en el ‘Timeo’ y el ‘Citrias’ de una isla localizada frente a las Columnas de Hércules, cuyos habitantes mostraban un estadío de desarrollo muy superior al del resto de las civilizaciones conocidas, los investigadores han situado el continente perdido en Malta, el mar de Azov, Los Andes, Irlanda, Indonesia y Oriente Medio. Sin embargo, la teoría más popularmente aceptada es la que en 1922 formuló un admirador de las gestas del ‘loco Schliemann’, el arqueólogo Adolf Schulten, quien identificó la legendaria Atlantis con Tartessos, y apoyó su hipótesis en una minuciosa relación de veinte coincidencias entre los textos de Platón y los resultados de sus años de trabajo en Andalucía.
Al contrario que el descubridor de Troya, Schulten murió obsesionado por la falta de evidencias materiales que refrendaran sus polémicas conjeturas. ¿Dónde estaban los templos, los puertos, las ciudades? Los únicos restos que el experto alemán halló en las proximidades de Sanlúcar de Barrameda, basándose en las aproximaciones geográficas de Amador de los Ríos, resultaron pertenecer a un pequeño asentamiento pesquero de época romana.
No obstante, el entorno de la desembocadura del Guadalquivir y el Parque Natural de Doñana siguen siendo las ubicaciones predilectas de los teóricos y soñadores a la hora de encajar las borrosas coordenadas de Platón. La presentación en 2004 de dos juegos de fotografías aéreas del paraje conocido como Marisma de Hinojos (uno realizado por la NASA en 1956, y otro por el satélite Eurosat en 1996), en los que pueden apreciarse indicios de ocupación humana, volvió a colocar la zona en el centro de todas las especulaciones. Sean o no tartésicas (o atlánticas), en las imágenes se distingue un conjunto de estructuras circulares muy parecido al que describe el filósofo griego.
Prospecciones
El descubrimiento reabrió el debate sobre si la zona albergó o no la primera gran civilización de Occidente, un campo abonado a las suposiciones místicas y a la charlatanería esotérica en el que, periódicamente, algunos científicos ‘serios’ pretenden poner orden ciñéndose a pruebas objetivas y aprovechando las ventajas del razonamiento lógico.
Los últimos en intentar dilucidar, de una vez por todas, qué pertenece al ámbito de la realidad y qué debe relegarse a los vagos dominios del mito, han sido un grupo de expertos de varias universidades españoles y extranjeras que, coordinados por los arqueólogos del CSIC Juan Celestino Pérez y Juan J. Villarías, han llevado a cabo una campaña completa de prospecciones en las Marismas de Hinojos. Durante cinco semanas, los especialistas de la Universidad de Hartford, en EE UU, junto a varios técnicos de la empresa de prospección Worley Parsons en Canadá, y los profesores Antonio Rodríguez-Ramírez (Universidad de Huelva) y Ángel León (Fundación HE), han realizado catas en un área de veinte kilómetros cuadrados. El objetivo oficial del proyecto es la «identificación y datación de hipotéticos restos arqueológicos en la zona de estudio». Sobre los resultados, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas guarda un mutismo absoluto: «No hay conclusiones definitivas».
Tampoco ha hecho públicos sus hallazgos, de momento, la otra gran expedición -patrocinada por National Geografic- que el arqueólogo estadounidense Richard Freud dirigió en el mismo enclave a principios de año.
Los investigadores, profesionales y aficionados, continúan en ascuas. La expectación crece, por ejemplo, en la universidad alemana de Wuppertal, donde el profesor Rainer W. Kühne espera que los vestigios de Hinojos confirmen su hipótesis -publicada en 2004 en la revista ‘Antiquity’- que apuntaba, sin complejos, a que las marismas del Guadalquivir sepultaban las ruinas de Atlantis; o en la Acedemie des Sciencies de France, que recibió, en septiembre de 2001, un artículo firmado por el geólogo y prehistoriador Jacques Collina-Girard con el surgerente título de ‘La Atlántida, en el archipiélago sumergido de Gibraltar’.
Manuel Pimentel
Mientras, en España, el mayor defensor de la teoría de una Atlántida andaluza, el editor y ex ministro de Trabajo Manuel Pimentel, también aguarda a que las catas en Hinojos rubriquen o desestimen sus conjeturas, aunque sea coyunturalmente. Pimentel insiste: «Si Platón hubiera ubicado esa civilización en cualquier otro lugar del mundo, y además hubiera tantas referencias, si apareciera en la Biblia y se pudieran hallar tantos elementos sólidos para señalar ese enclave, otros ya lo habrían hecho suyo y defenderían su existencia». Y recalca: «Aquí agachamos la cabeza porque nos da vergüenza, y dejamos que el asunto caiga en el reino de la quimera, los poetas y los locos».
Después de décadas en las que el término ‘Atlantis’, inevitablemente asociado a la ciencia ficción y a la superchería popular, cargaba con la etiqueta de ‘tabú’ para la historiografía ortodoxa, parece que la posibilidad de heredar el título de Schliemann ha vencido definitivamente el miedo al ridículo, y cada vez son más los especialistas que se apuntan a la tesis de que los textos de Platón encierran, al menos, un poso de verdad. La respuesta continúa oculta (o no) en las entrañas de las marismas.