Diego Aránega | Lleida www.lamanyana.cat
Entrevista a Antonio Alvar Ezquerra, Catedrático de Filología Latina.
Marco Tulio Cicerón, que vivió entre los años 106 y 43 antes de Cristo, fue un famoso político, filósofo y escritor romano. Se le considera uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la Roma antigua. El catedrático de filología latina de la Universidad de Alcalá de Henares, Antonio Alvar, está muy de acuerdo con esa apreciación.
— ¿Tan grande fue Cicerón?
— Cicerón es uno de los personajes históricos antiguos sobre los que tenemos más información: miles de cartas y escritos suyos y de otros autores.
Por tanto, conocemos bien los hechos de su vida, pero, por contra, hay muchas formas de interpretarlo y de valorarlo.
— ¿Cómo lo interpreta usted?
— Cicerón no es un personaje categórico, no está cortado de un hachazo, sino que su obra y su pensamiento son ambiguos. Era escéptico y, por tanto, no creía que nadie poseyera la verdad absoluta. Por eso, a veces cambiaba de verdad.
— Eso es habitual en un político…
— Sí, y muchas veces se equivocaba y, sobre todo, creo que fue inoportuno en muchas ocasiones. Tanto es así que una equivocación le costó la vida (lo asesinaron). En política, unas veces estaba de parte de César y otras del lado de Pompeyo. Cicerón siempre dudaba, aunque defendió la república y buscó el equilibrio entre los poderosos. Fue, por tanto, el gran defensor del consenso.
— ¿No encajaba en su época?
— Su época estaba condenada a desaparecer, a pesar de que se había mantenido el mismo sistema durante más de 500 años. Cicerón se opuso a los cambios, pero lo cierto es que las guerras civiles y las luchas de poder acabaron con esa época.
— No fue un héroe.
— Acostumbramos a ver a los grandes personajes de la historia como a estatuas, pero Cicerón era muy humano. Dudaba, cavilaba y erraba. Pero era un superdotado. Llevó la prosa latina a su máxima expresión y eso, ahí es nada, quiere decir que toda la prosa de occidente ha bebido de la pluma de Cicerón. Y le podría dar ejemplos sorprendentes.
— Por favor.
— Por ejemplo: Lutero admiraba a Cicerón de una manera extraordinaria. Incluso dijo que sino existiera el cristianismo, se debería estudiar el libro De officiis de Cicerón para seguir el camino recto en la vida. Lutero tradujo la Biblia al alemán, pero al hacerlo no disponía de una lengua literaria, de cultura. Por tanto, tuvo que crear un alemán literario y para ello se basó en Cicerón. Y por eso los alemanes ponen el verbo al final de las frases, como en el latín de Cicerón.
— Caramba.
— Sí, es muy curioso porque los alemanes, aunque no lo sepan, utilizan al hablar estructuras sintácticas ciceronianas. Eso es algo muy sorprendente.
— Sí lo es.
— Se suele decir que los extranjeros del norte de Europa que vienen a veranear a España se sorprenden de lo mucho que gritamos en este país, sobre todo en los bares. Y es cierto que aquí no se respetan las conversaciones y que, en general, la gente se interrumpe al hablar. Y eso tiene una explicación muy sencilla.
— Le escucho.
— Curiosamente, las lenguas románicas no han mantenido la sintaxis latina. Aquí ponemos el sujeto, el verbo y los complementos. Y eso hace que cuando oímos el verbo, que establece la acción, ya no nos interese oír los complementos. Y por eso nos interrumpimos y subimos el tono de la voz. Sin embargo, en las lenguas germánicas, y por la influencia de Cicerón, se coloca el verbo al final, de manera que hay que esperar que el otro acabe la frase para saber lo que dice. Por eso, los alemanes no se interrumpen casi nunca. No se trata, como a veces se dice, de una cuestión de educación, sino de un mero tema lingüístico.
— !Quién lo hubiera dicho!
— Cicerón trasladó todo el saber griego al latín y para ello tuvo que crear una lengua nueva porque el latín de aquella época era un lenguaje de campesinos, que carecía de términos abstractos. Y lo hizo muy bien, de manera que se trata, sin duda, del personaje de la historia de la humanidad que más palabras ha inventado con éxito.
— ¿Qué quiere decir con éxito?
— Sencillamente, que 2.000 años después aún se utilizan. Es asombroso. Hoy día, cuando un político hace un discurso, sin saberlo, está siguiendo los esquemas de Cicerón.
— Probablemente mal.
— Probablemente, pero así es. Cicerón también nos ha enseñado a escribir cartas. Cuando escribimos «Querido amigo» y, al final, «Te saluda…», estamos utilizando el estilo de Cicerón.
— Ya veo que está por todas partes
— Cicerón es, indiscutiblemente, uno de los grandes personajes de la historia, aunque no se le ha hecho mucha justicia.
— ¿Era buen político?
— Era muy vanidoso. Procedía de una familia de clase media, de provincias, y se hizo a si mismo. Hizo una carrera política meteórica, quizás porque se pensó que nunca tendría poder. Por circunstancias diversas, Cicerón consiguió, cuando fue cónsul, detener un golpe de estado de Catilina. Por eso se le nombró padre de la patria y eso le colmó el ego hasta límites insospechados. Tanto es así que pidió a los poetas que le escribieran un poema épico sobre su consulado, pero nadie quiso hacerlo.
— ¿Y?
— Pues que se lo escribió a si mismo. Lo titulo De Consulatu suo y pasa por ser el peor poema épico en latín. De todas maneras, sólo se ha conservado un verso.
— ¿Lo recuerda?
— O fortunatam natam me consule Romam, que quiere decir Afortunada Roma, nacida siendo yo cónsul. Ése pasa por ser el peor verso escrito en latín.
— ¿Pero no habíamos quedado que era un gran escritor?
— Sí, por eso es curioso que el mejor escritor de prosa latina tenga el dudoso honor de ser el autor del peor poema latino.
— Por tanto, volvemos al principio, al Cicerón ambiguo y paradójico.
— Así es.
ANTONIO ALVAR EZQUERRA, Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Alcalá de Henares y ex-presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, colabora en diferentes publicaciones sobre el mundo clásico. Está especializado, sobre todo, en poesía latina, aunque también le interesa mucho la historia. En Lleida departió sobre los diversos rostros de un mismo hombre: Cicerón. Eso fue en el Centre Cultural de la Fundació «la Caixa».