Blas Fernández www.diariodesevilla.com 10/09/2006

Dirigido por Ramón Bocanegra, autor también de la adaptación del famoso texto de Marguerite Yourcenar ‘Memorias de Adriano’, encarnará desde el próximo jueves al emperador en el montaje que la compañía La Tarasca presentará en la fachada principal del Museo Arqueológico. Será otro de los personajes históricos que añada a un repertorio en el que prima la fascinación por los clasicos.

Blas Fernández www.diariodesevilla.com 10/09/2006

Dirigido por Ramón Bocanegra, autor también de la adaptación del famoso texto de Marguerite Yourcenar ‘Memorias de Adriano’, encarnará desde el próximo jueves al emperador en el montaje que la compañía La Tarasca presentará en la fachada principal del Museo Arqueológico. Será otro de los personajes históricos que añada a un repertorio en el que prima la fascinación por los clasicos.

Sevilla. Antaño integrante de la compañía Esperpento, Roberto Quintana protagoniza una larga carrera teatral que, tras un breve paréntesis al frente del entonces recién creado Centro Andaluz de Teatro, se revitaliza en los últimos años con un notable listado de personajes de altura. La Compañía Nacional de Teatro Clásico, el Teatro Nacional de Cataluña o el Teatro de la Abadía requieren a menudo sus servicios. Tras ser César por dos veces –una bajo la dirección de Manuel Canseco y otra con Daniel Suárez–, ahora se mete en la piel de otro emperador romano, el Adriano que como personaje novelesco ideara Marguerite Yourcenar. «Han sido pocos días para ensayar porque tenía compromisos anteriores y previos y el único hueco posible era éste –explica tras un ensayo–, pero todo está ya bien armado».

–Adaptación para la escena de una célebre novela… ¿Cómo son estas Memorias de Adriano?
–El texto es una maravilla. Es curioso, porque hace dos años Maurizio Scaparro me comentó su intención de montarlo en Itálica. Él ya lo había hecho en Italia, en Villa Adriana, el lugar ad hoc, y por eso tenía tanta ilusión por hacerlo en Itálica, que era el otro lugar en el que transcurría la vida de Adriano. Pero tuvo problemas económicos y se fastidió. Sin embargo, el montaje de Scaparro estaba basado en una traducción al italiano del texto de Yourcenar, mientras que el nuestro parte de la traducción al castellano que hizo Julio Cortázar. Y éste es un monumento literario. La dificultad fundamental con la que me he encontrado es precisamente la belleza formal del texto, lo difícil que resulta que no te conmocione de tal manera que te impida hablar, porque es de una perfección formal absoluta. Creo que no existen textos tan perfectos hoy en día, cuando la literatura es mucho más de aquí te pillo, aquí te mato. No es un clásico porque es un texto del siglo XX, pero es de una clasicidad extraordinaria.

–¿Se usa el Arqueológico como parte del montaje?
–Hay muy pocos elementos escénicos. Es un espacio con una serie de elementos de atrezzo muy simples que ayudan a contar la historia: vasos, copas, platos, fruta… Lo que sí hay sin embargo es un soporte musical muy importante, que ha hecho Chiqui García. Y, desde luego, el museo, que es un edificio imponente y que se convierte poco menos que en el panteón de Adriano, el lugar por donde vuelve de la muerte y por donde regresa a ella. Se van a usar unas proyecciones, quizás sobre el propio edificio o quizás sobre pantallas. Pero es un espectáculo exento de parafernalia. Lo que hay son personajes. Pocos, pero importantes. Además de Adriano, Hermógenes, el médico del emperador [Juan Motilla]; Yourcenar [Antonia Sureda] y los dos genios del emperador [Montse Rueda y Eugenio Jiménez].

–¿Se queda con César según Shakespeare o con Adriano según Yourcenar?
–Me parece que César es un personaje fascinante tanto desde el punto de vista teatral como histórico. Desde el punto de vista teatral, Adriano es inexistente, porque éste no es un texto teatral, pero como personaje histórico es más fascinante aún que César. Es un emperador de una dimensión humana extraordinaria. Es como coger a alguien del siglo de Pericles, aun al propio Pericles, y meterlo en Roma: la experiencia, la riqueza, la grandiosidad y la culminación del siglo de Pericles dentro del imperio más importante de su época, dueño de medio mundo. Es un contraste tremendo, el de un tipo que aunque le repugna la guerra es capaz de ir a ella para conseguir la paz. No es un texto teatral, pero el personaje es tan potente que arrastra la acción. Pero bueno, si me dicen que detrás de éste hago otra vez a César, por mí encantado.

–¿Qué ven en usted los directores para encomendarle tan a menudo personajes históricos clásicos?
–A veces en esta profesión, sin quererlo, te conviertes en un actor tipo por parte de algunos directores: quiero a Quintana porque dice el texto de una manera que me gusta. Eso es lo que me pasa por ejemplo con Sergi Belbel, con el que he hecho dos espectáculos en los últimos tiempos. Pero por otro lado creo que responde a un tipo concreto de actuación. A mí me gusta la interpretación muy limpia: en el escenario el verbo no es hacer, sino estar. Lo que me apasiona es un texto sólido, bien escrito y lo más perfecto posible. Y en ese terreno la inmensa mayoría de las veces ganan los clásicos.

–Esa postura puede resultar polémica…
–El teatro, fundamentalmente, es texto, palabra. Lo primero que llega al espectador, antes incluso que tu cara, que queda lejos, es el sonido de las palabras. Donde el actor se proyecta hacia el espectador es en los textos. El texto es la clave y a partir de ahí existe todo lo demás. Respeto que haya gente que diga precisamente lo contrario: que al escenario lo que le sobra es el texto. Pero con todos los respetos del mundo, creo que el día que el escenario pierda el texto… Yo creo que el espectador no tiene que hacer ningún esfuerzo para captar. Todo debe sonar bien y todo debe ir empaquetado de una manera lo más formalmente perfecta posible.