Pepe Cervera http://blog.rtve.es/retiario 26/01/2012

El latín desaparece del último rincón de la ciencia donde aún era obligatorio: en las descripciones formales de especies vegetales. Las reglas de nomenclatura botánica establecían hasta ahora que en la creación de una nueva especie de planta era forzoso describir sus caracteres diagnósticos en esta lengua, un anacronismo proveniente de la era medieval, cuando los letrados eran quienes podían leer y escribir latín.

Aunque la obligación formal data de mucho después, lo cierto es que éste es el origen remoto de esta curiosidad: en los tiempos en los que empezaron los intercambios internacionales de conocimiento, en los que por primera vez surgieron los antecedentes de lo que habría de convertirse en la Ciencia, el idioma culto era la lengua latina. A nadie se le hubiese ocurrido escribir sobre materias de importancia en otro idioma. Lo cual tenía sus utilidades, y subraya una característica vital del empeño científico: conocer el universo necesita del intercambio internacional de conocimiento. La ciencia es, por definición, saber abierto. El latín, como idioma único de la clase cultivada, servía a ese carácter abierto. Pero las potencias emergentes siempre han acabado imponiendo su propia lengua en el ámbito internacional. Y el primer idioma que desplazó al latín del ámbito del conocimiento fue… el castellano.

En efecto, hasta el siglo XVI los libros por ejemplo de medicina siempre se escribían en latín, como correspondía a su carácter de conocimiento abierto e internacional. Esto facilitaba el intercambio de información, porque ya no era necesario aprender varias lenguas para estar al cabo de la calle de lo que se publicaba en varios países; con saber latín era suficiente para comunicarse con toda la comunidad médica y naturalista mundial. Pero hacia mediados del siglo XVI el Imperio español estaba en pleno apogeo y dominaba no sólo una enorme porción del globo terráqueo, sino significativamente el panorama cultural europeo. Y empiezan a aparecer autores como Bernardino Montaña de Monserrate, que publica en 1551 su «Libro de la Anathomia del Hombre”, o Juan Valverde de Hamusco, que en 1556 da a la imprenta su «Historia de la Composición del Cuerpo Humano». Libros de anatomía escritos en castellano, a diferencia de clásicos como el «De humani corporis fabrica» de Vesalio, escrito en latín pocos años antes. La pujanza española contribuyó decisivamente a acabar con el latín como idioma único de la cultura, y por tanto a dificultar la práctica de la ciencia tal y como la conocemos hoy.

Los problemas que causa la fragmentación no son imaginarios. Cualquiera que haya tratado de clasificar un ser vivo utilizando publicaciones alemanas, checas anteriores a la Primera Guerra mundial o chinas de los últimos 30 años sabe de las dificultades que puede tener leer una descripción taxonómica en otro idioma. Es cierto que desde los años 50 la tendencia ha sido a publicar las descripciones de seres vivos también en inglés, el lenguaje del actual poder político dominante. Pero también lo es que a veces los problemas políticos complican la comunicación; durante buena parte de la Guerra Fría la ciencia rusa, y en general de allende el Telón de Acero, no mostraba inclinación ninguna por usar el idioma del ‘enemigo’. Dos ciencias que avanzan en paralelo no son mejores que una.

Cualquier dificultad para la transmisión de ideas supone un problema para la ciencia. El poder acceder de modo rápido y preciso a los avances realizados por cualquier otro científico en cualquier otro país es fundamental para evitar errores y repeticiones, y para incorporar los avances y construir siempre hacia adelante. Las ideas se multiplican cuando se cruzan; nada es más fértil que añadir enfoques distintos al mismo problema a la hora de generar nuevas y más potentes ideas. El latín servía a este propósito al facilitar a toda la comunidad ilustrada el acceso a todas las publicaciones científicas. Pero hace mucho que el tiempo de la lengua latina ha pasado. Ya no se considera el dominio de la lengua de César y Séneca como una parte fundamental de la educación de una persona ilustrada. Desde hace años su enseñanza es cada vez menos importante, por lo que tiene sentido que finalmente se abandone su uso. La función que cumplía, sin embargo, sigue existiendo, y en esta época actual está cubierta por el inglés. Aunque si los vientos de la Historia no están equivocados más vale que los botánicos (y el resto de nosotros) empecemos a aprender mandarín. Porque igual que el latín cayó, y más tarde el castellano, el francés y el alemán dejaron de ser las lenguas vehiculares de la cultura y la ciencia, el inglés caerá. A la larga, Sic transit gloria mundi. Y no hay más.

FUENTE: http://blog.rtve.es/retiario/2012/01/sic-transit-gloria-mundi.html

ENLACES: El latín, ni para la botánica