Isabel Ferrer 02/02/2017 www.elpais.com

Un estudio analiza la promoción política que se hacían los emperadores a través de los medios de entonces: monedas, estatuas, pinturas.

La idea de un sistema internacional de Estados cuyas relaciones sirvan para equilibrar el poder surge después del Renacimiento y es el espejo del mundo actual. La Roma antigua, por el contrario, ejemplifica la fuerza militar aplicada de la manera más funcional: la conquista para expandir sus límites. Aunque los emperadores han pasado a la historia como el rostro más visible de la antigüedad clásica, para mantenerse no solo debían manejarse con el Senado, sofocar conjuras y ganar batallas. La imagen que proyectaban en todos sus territorios debía reforzar su posición, y algunos, como Augusto y Adriano, destacaron en el uso de lo que podría denominarse los medios masivos de comunicación de la época. En su caso, las monedas de curso legal, bustos, estatuas o bien relieves e inscripciones en edificios, con mensajes distintos para sus múltiples interlocutores.

La carga ideológica del áureo (moneda de oro), denario (plata), sestercio (bronce) o bien as (cobre), surge en el momento mismo de ser acuñadas. “Las de oro y plata eran para los ricos, entre ellos los senadores, y en su cara aparecía el rostro del emperador de turno. El revés es distinto. Claudio fue aupado al poder por la guardia pretoriana tras el asesinato de su sobrino, Calígula. Así que, al principio, el reverso de las monedas hacía hincapié en este cuerpo de escoltas de élite. Solo cuando conquista Britania (la isla de Gran Bretaña antes de las invasiones germanas) siente que ya no les debe nada y desaparecen”, señala Olivier Hekster, catedrático de Historia Antigua de la universidad Radboud, de Nimega. Recién premiado por la Academia holandesa para las Artes y las Ciencias por sus estudios en este campo, señala asimismo que Nerón, tal vez el emperador con peor fama, fue más popular de lo que creemos. “Las monedas de bronce se destinaban a los pobres, y él podía poner detrás edificios reconocibles para la gente. Como cuando mandó reconstruir el puerto de Ostia, la vía de entrada del grano, es decir el alimento, en Roma”.

Las estatuas eran otro de los reclamos publicitarios de los emperadores y Adriano llegó a un grado sumo de refinamiento. Según Hekster, fue el primero que vio la imposibilidad de mantener intactos los límites de un imperio enorme, “y devuelve fronteras al Este de Roma, un gesto insólito, porque el Imperio solo podía crecer”. “En sus efigies, de todos modos, aparece como un gran líder militar, con su uniforme más imponente. Las monedas muestran otro aspecto de este proceso, que podríamos llamar de descentralización, y ahí aparecen distintas provincias del Imperio. De esta manera, no parecen mera tierra conquistada”.

Algunos emperadores, como Marco Aurelio, eran percibidos ya en vida como un filósofo y su buena imagen ha llegado hasta nosotros. Su secreto fue centrarse en los senadores, un pequeño grupo de gente comparado con el pueblo en su conjunto. “Pero ellos escribían la Historia en una sociedad donde solo se alfabetizaban los poderosos, y sin ellos era impensable llegar al poder”. Con todo, el maestro en el manejo de estos recursos fue Augusto, el primer emperador. Sobrino nieto de Julio César, que lo adoptó, pasó toda su vida intentado evitarse la muerte violenta de su protector. “En el Senado, sus esculturas lo presentaban con toga, como uno más. Para la gente, aparecía fuerte y también como un pacificador. Con sus soldados era un militar. Es decir, tenía el mensaje adecuado para cada situación”, asegura el experto. Aunque no fuera emperador, el magnicidio impidió a Julio César cultivar con el esmero de sus sucesores la exhibición de imágenes paralelas del poder. “Pero para su posteridad ya está Shakespeare, e incluso Asterix, en otro plano, desde luego”, concluye Hekster.