Crítica social y aire castizo en una serie de poemas de Juvenal donde se mezcla la hipérbole, la crudeza y la ternura, y donde se respira el aire de las pasiones, tristezas y ternuras de lo humano, tan palpitante hoy como hace veinte siglos
Para conocer la realidad cotidiana del mundo romano clásico, una de las mejores —y más divertidas— maneras consiste en escuchar a tres autores caracterizados por su mordacidad y crítica de costumbres: Persio, Marcial y Juvenal. Son tres hombres que vivieron entre el segundo tercio del siglo I y el primer tercio del siglo II. Entre los Julio–Claudios que la historiografía ha retratado como decadentes, corruptos, psicopáticos, y los Ulpio–Elios (vulgo, Antoninos), que han recibido ilustre fama como emperadores ecuménicos y humanistas, empezando por Trajano, y cerrando con Marco Aurelio. Persio, Marcial y Juvenal nos hablan de los vicios y los gustos de sus coetáneos —y de sus alegrías, desgracias, ternuras, ilusiones y picardías—, de lo cara que resultaba la vivienda en la gran ciudad, de los ruidos de aquella Roma cosmopolita, pero también sucia, repleta de extranjeros, de amanerados, de arribistas, de escándalo y de aromas no siempre agradables. Un retrato que demasiadas veces nos recordará a nosotros mismos y que, siempre, nos servirá de fondo para entender cualquier libro de historia.
Marcial se expresaba por medio de un poema más bien breve, ingenioso, punzante y efectista: fue el maestro de un género conocido como epigrama, cuyas raíces se hallaban en la lírica helenística e incluso en tiempos homéricos. Por su parte, Persio y Juvenal optaron por un género que también había practicado Lucilio y el mismísimo Horacio. Se trata de la satura, que solemos traducir, precipitadamente como «sátira».
En realidad, la satura era algo más. Podría definirse como un género específicamente romano, de corte cáustico o moralista. Al igual que el epigrama, la satura aborda la vida cotidiana con plena cercanía, y con un lenguaje y ritmo muchas veces coloquial. Hay mucho de castizo y de espontáneo. Se recurre en ocasiones a lo inesperado, al patetismo, a la exageración o a lo grotesco, dentro de un estilo más bien narrativo. Es un género paradójico, repleto de contrastes, porque, eludiendo el tono poético y cayendo en la rudeza y en lo grosero, a veces puede ser intimista, delicado y emocionante. Su aspiración es transmitir un sabor eminentemente humano y desprovisto de pretensiones, aunque existe una tendencia retórica que al lector actual no le resultará demasiado evidente.
ALIANZA EDITORIAL / 440 PÁGS.
Sátiras
Juvenal
A Juvenal puede considerárselo el último de los grandes poetas latinos, hasta la aparición del cristiano Ausonio en el siglo IV. Muy influido por su amigo el hispanorromano Marcial, su mirada es tendencialmente conservadora, por momentos reaccionaria y cada vez más pendiente de fijarse en el pasado. A lo largo de dieciséis saturae —la última, inconclusa—, cuya extensión suele cifrarse entre 150 y 300 hexámetros —pero un hexámetro con un ritmo alejado del que imprimía Virgilio en la Eneida—, Juvenal critica a nuevos ricos y a mujeres intelectuales y malas esposas, a advenedizos, homosexuales y avariciosos, y se extraña de que los egipcios sientan pasión por los gatos —el gato tardará aún tres o cuatro siglos en habitar las calles de Roma y ser un animal doméstico.
En los versos de Juvenal se ve a esclavos nacidos en casa que se crían de igual a igual junto con los hijos legítimos, y juegan juntos. También observamos algo parecido a los «vientres de alquiler»: el poeta habla de maridos que optan por evitar engendrar bebés de su propia esposa, pues prefieren que sean las esclavas domésticas las que queden embarazadas. Exposición de recién nacidos, escuelas tediosas, el ambiente de las carreras de cuadrigas, las máscaras del teatro, e incluso judíos que respetan el sábado, se abstienen de cerdo y se circuncidan, viviendo en Roma. Algunas de las escenas que ofrece el poeta en estas saturae. En una de ellas comenta: «nadie pregunta de dónde sacas lo que tienes, porque lo importante es tener; esto enseñan las viejas resecas a los niños que gatean, esto aprenden todas las niñas antes del abecé».
En lengua española existen varias ediciones muy aconsejables de Juvenal: la de Alianza, con traducción de Francisco Socas Gavilán; la de Gredos, con traducción de Manuel Balasch —que en 1961 editó a Juvenal en catalán, acompañado del texto original latino, dentro de la colección de la Fundación Bernat Metge—; o la de Alma Mater (CSIC), en edición crítica bilingüe a cargo de Bartolomé Segura Ramos.
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