Álvaro Cortina | Madrid www.elmundo.es 20/12/2010
Nos llegan recientemente varios clásicos revisados del moralismo de la Roma antigua. Así, por un lado, ‘Catilinarias’ (Gredos, en su nueva colección Biblioteca Básica), de Marco Tulio Cicerón, y dos reediciones anotadas de Alianza: varios diálogos de Lucio Anneo Séneca y las 16 ‘Sátiras’, de Juvenal. Tres provincianos de buena familia, tres ‘inquilinus’ que prosperaron en la metrópolis; el primero y el tercero, del Lacio y el segundo, de la Bética. En tres momentos diferentes, con tres diferentes historias (si bien, de Juvenal poco se sabe). Tres jueces de su tiempo. Obras nacidas de la indignación o de la resignación.
A Cicerón, (106.a.C-43.a.C), figura ensalzada y citada por los dos posteriores, puede uno conocerlo de la serie ‘Roma’, de la HBO. Las ‘Catilinarias’ son los cuatro discursos que, siendo cónsul en las postrimerías de la República, dirigió contra Lucio Sergio Catilina. Este macarra patricio -procesado más veces que Rodríguez Menéndez, sicario en su juventud del dictador Sila, gobernador rapaz en África, violador y asesino- sólo presenció en el Senado el primero de estos ‘speeches’. Escuchó cosas tan desagradables como ésta:
«Caerás muerto, Catilina, cuando ya nadie pueda hallarse tan perverso, tan retorcido, tan semejante a ti mismo, que no sea capaz de reconocer que esto se llevó a cabo con plena legalidad».
Después de esto Catilina dijo que se iba a Marsella, ‘autorretirado’. Pero en realidad se fue a Etruria, a organizar un ejército golpista que terminó sucumbiendo.
Las ‘Catilinarias’ dan cuenta de miedos y conciliábulos en el seno de la ciudad. Hay vanagloria en algunos pasajes, como cuando dice que tienen los senadores que agradecerle a él, cónsul y orador, pues sus bienes «os han sido conservados y restituidos gracias a mis fatigas, a mi vigilancia y a los riesgos que corrí». Si las ‘Filípicas’ -que dirigiría mucho después contra Marco Antonio (otro macarra, pero, ah, protagonista de Shakespeare)- le costaron a la larga sus manos y cabeza cortados y expuestos en la tribuna de oradores del foro, las ‘Catilinarias’ precedieron a su nombramiento como ‘Padre de la Patria’.
Mommsen ha dicho de él: «Tenía un temperamento de periodista en el peor sentido del término, riquísimo en palabras, como él mismo nos dice, pero inconcebiblemente pobre en ideas… La superficialidad y el egoísmo en persona, recubiertos de un brillante y delgado barniz».
Al final de su vida (tiempos del triunvirato) se dedicó a la filosofía y a ese género (en el que después descollaría Séneca) de la ‘consolatio’, por la muerte de su hija.
Según Montanelli, fue «un vanidoso tan inconsciente de su propia vanidad como para inmortalizarla en una prosa impecable y una especie de candor que redime el defecto transformándolo casi en virtud».
Ha sido un hombre muy idolatrado en la cultura occidental. En el Renacimiento hubo humanistas que se negaban a escribir en latín palabras que previamente no hubiera usado Cicerón.
Pero él lloró lo suyo. Ser valido imperial de Nerón y moverse durante casi toda su vida en las altas esferas le propició fortuna, pero también infortunios. Calígula le obligó a suicidarse en el año 39 (pero fue perdonado), en el 41 se le destierra en tiempos de Claudio (ocho añitos en Córcega) y después, de colofón, le llegó la muerte antes de tiempo, con el bueno de Nerón, en el periodo más fecundo de su vida. Esta fecundidad va desde la vuelta de sus años corsos (post-exilio) hasta su final en la bañera». Estas obras, por cierto, son todas posteriores a sus años corsos.
Extinción con medida
Séneca (4.d.C-65), como es sabido, no tuvo un final mejor. Pero sí mítico, una especie de versión romana de Sócrates. Esto es, un buen morir. Dictándole a su escriba sus pensamientos mientras se desangraba en agua caliente. Los diálogos (y no lo son en la misma forma que los de Platón, son más ensayo) de ‘Sobre la firmeza del sabio’, ‘Sobre el ocio’, ‘Sobre la tranquilidad del alma’, o ‘Sobre la brevedad de la vida’ corresponden a aquel estoico proceder terminal.
Dijo María Zambrano en un librito sobre el filósofo cordobés (de hecho, ella lo ve muy español): «La muerte senequista es la muerte del suicida que no quiere ni siquiera parecerlo, para borrar todo rastro de violencia y de protesta. No muere, sino que se reintegra, se esfuma a sí mismo para no alterar el orden de las cosas», habla una y otra vez del «extinguirse con medida».
Apunta Séneca en ‘Sobre la tranquilidad del alma’: «Lo que anhelas es cosa grande y sublime y casi divina: no conmoverse». O «no lloraré a nadie que esté contento, a nadie que esté llorando. Aquél enjugó mis lágrimas, éste con las suyas se hizo indigno de las mías».
Burradas contra el vicio
Como si se dieran el relevo biográfico, Juvenal (60.d.C-128) vive su juventud después del fin de la dinastía Julio-Claudia (el fin trágico de Nerón), con los Flavios. Y escribe con los Antoninos. Gibbon dijo que era esta última «la época más feliz de la historia de la humanidad».
Quizá el propio Juvenal no estuviera de acuerdo. Sus hexámetros van zurrando a diestro y siniestro a los hedonistas y pícaros de la ciudad. Siembra sus versos tantas burradas que parece extraño que lo citaran los Padres de la Iglesia, Agustín y Jerónimo. Según Juvenal todo está enviciado e infecto, y alaba la Roma de Augusto. Los historiadores no le dan la razón, pero, ya dice sabiamente Karina, «cualquier tiempo pasado nos parece mejor».
En España, tanto a Quevedo como a Larra les han comparado con él. Tenía un fondo indudablemente amargo: «Nada encierra más duro en sí misma la pobreza miserable que el volver a los hombres ridículos». Así, hemos pasado de la indignación de Marco Tulio a la resignación del segundo y vuelta a lo primero con Juvenal. Cerramos el círculo de los provincianos geniales con estas modestas palabras de Juvenal: «Si la naturaleza falla, hace la indignación versos como puede, como los hago yo».
‘Catilinarias’, de Marco Tulio Cicerón. Gredos, 2010.
Traducción: Jesús Aspa. 156 páginas.
‘Sobre la tranquilidad del alma. Sobre la brevedad de la vida’, etc., Lucio Anneo Séneca. Alianza.
Traducción: Francisco Navarro Antolín. 315 páginas.
‘Sátiras’, de Décimo Junio Juvenal. Alianza.
438 páginas.