J.V. Muñoz-Lacuna | Toledo | COLPISA 04/01/08
El año 2008 será el de la restauración definitiva de las míticas cuevas de Hércules. El consorcio de la Ciudad de Toledo –organismo del que forman parte las administraciones central, autonómica y local- invertirá algo más de medio millón de euros que servirán para preservar los restos romanos, visigodos, árabes y cristianos que se conservan en estas cuevas situadas en el número tres del Callejón de San Ginés, en pleno corazón del casco histórico de la ciudad imperial. La cueva se puede visitar los viernes y domingos en rutas organizadas por el propio consorcio.
J.V. Muñoz-Lacuna | Toledo | COLPISA 04/01/08
El año 2008 será el de la restauración definitiva de las míticas cuevas de Hércules. El consorcio de la Ciudad de Toledo –organismo del que forman parte las administraciones central, autonómica y local- invertirá algo más de medio millón de euros que servirán para preservar los restos romanos, visigodos, árabes y cristianos que se conservan en estas cuevas situadas en el número tres del Callejón de San Ginés, en pleno corazón del casco histórico de la ciudad imperial. La cueva se puede visitar los viernes y domingos en rutas organizadas por el propio consorcio.
Lo que para los historiadores menos dados a fantasear son un simple depósito de agua ideado por los romanos, para otros constituye un importante punto de confluencia de misteriosas energías.
Si bien es cierto que estas cuevas fueron una gran cisterna de agua hacia el siglo I después de Cristo, también lo es que encima de este depósito
romano se levantó un templo cristiano en época visigoda, construcción que los árabes convirtieron en mezquita antes de que los cristianos edificaran de nuevo otro templo en honor a San Ginés, que fue demolido en el siglo XIX. Tan azarosa evolución ha inspirado todo tipo de leyendas desde el siglo VIII: algunas sobre valiosos tesoros, otras acerca de prácticas diabólicas y todas en torno a esotéricos hechos inexplicables, como sucede con algunas leyendas y enigmáticos rincones de Toledo.
Los candados
Una de estas leyendas –una de las pocas de origen árabe que han sobrevivido -hace referencia al héroe griego Hércules, quien al llegar a Toledo tuvo la ocurrencia de construir un magnífico palacio para guardar un tesoro bajo un gran candado. Al pasar los años los reyes visigodos acabaron cumpliendo la tradición de colocar otro candado en la puerta del palacio como respeto a Hércules que, antes de marcharse, advirtió de que nadie podía penetrar en él para no causar un gran mal.
Así las cosas, y cuando la puerta contaba con 24 candados, comenzó a reinar don Rodrigo, el último rey visigodo, que en lugar de cumplir la secular tradición se empeñó en entrar en el palacio para satisfacer su curiosidad. Una vez dentro encontró un arca que contenía una tela blanca con soldados armados, montados a caballo y vestidos a la usanza árabe con una pequeña inscripción en la que podía leerse: “Cuando este paño fuere extendido y aparecieran estas figuras, hombres que andarán así vestidos conquistarán España y serán de ella señores”. Don Rodrigo se arrepintió al instante de su atrevimiento, pero para entonces ya era demasiado tarde: la profecía se cumplió y los árabes invadieron la Península. Por si esto fuera poco, una enorme águila quemó el palacio con un tizón encendido prendido en su pico. De aquella rica fortaleza sólo quedó lo que popularmente se conoció desde entonces como las Cuevas de Hércules.
El arzobispo
Otras leyendas aseguran que el arca era en realidad la mítica mesa del Rey Salomón, que posibilitaba ver el pasado, el presente y el futuro y otros relatos populares afirman que las cuevas formaban parte de un entramado subterráneo prerromano que permitía abandonar la ciudad en caso de invasión o catástrofe.
Tanta leyenda debió de molestar al cardenal y arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo –esto ya no es leyenda sino historia cierta- quien en 1546 se propuso acabar con lo que él consideraba inútiles y peligrosas supersticiones organizando una expedición al interior de las cuevas, situadas seis metros por debajo del suelo exterior. Después de elegir a un grupo de valientes hombres y de pertrecharlos con comida, cuerdas y antorchas, se inició la aventura abriendo una portezuela que daba acceso a las cuevas junto a la entrada de la parroquia de San Ginés. “El remedio ha sido peor que la enfermedad porque mis valientes han tornado en fanfarrones”, debió de pensar el cardenal, pues lo que les sucedió a estos hombres alimentó todavía más la leyenda.
Los ‘valientes’ regresaron al exterior jurando haber escuchado escalofriantes golpes de cadenas y mazas y haber visto estatuas de bronce, una de las cuales cayó delante de ellos causándoles gran espanto. También contaron que se habían topado con una gran corriente de agua que les impidió continuar su recorrido y les obligó a volver sobre sus pasos. Al parecer, a los pocos días algunos de ellos murieron y al arzobispo ni se le pasó por la cabeza organizar otra expedición.
La leyenda continúa
Relatos repletos de secretos y misterios a los que recientemente, en el año 2004, se añadió un inexplicable hallazgo durante unos trabajos arqueológicos. En uno de los muros de las cuevas se encontró un pergamino manuscrito en árabe, un trozo de papel encerado sin texto, una pluma de escribir fabricada con caña fina, un punzón de madera y el cuello de un recipiente de barro. Elementos más que suficientes para construir nuevas leyendas sobre estas cuevas, que en 2008 se someterán a una nueva restauración para garantizar su conservación y facilitar su visita por parte del público.