Jorge Marirrodriga www.elpais.com 02/11/2016

La nueva datación del acueducto de Segovia es una oportunidad para parafrasear a los Monty Python: ¿Qué han hecho por nosotros los romanos?

¿Qué nos han dado los romanos? preguntaba a sus seguidores en la Vida de Brian el líder del Frente Popular de Judea para justificar los ataques contra los soldados del imperio. “El acueducto”, apuntaba tras un momento de silencio un militante sentado en primera fila abriendo una avalancha de respuestas tras la cual el orador tenía que reformular la cuestión: “Aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”

Aunque el diálogo los Monty Python se situaba en la Jerusalén del siglo I, la primera respuesta podía haberse producido perfectamente —eso sí, algunos años más tarde— a unos 5.500 kilómetros por tierra más hacia el oeste, en la ciudad hispana de Segovia.

En realidad, todas las respuestas habrían sido posibles en Segovia. Ambos lugares tenían mucho en común a comienzos del siglo II de nuestra era, lo que da una idea del poder romano. De hecho, formaban parte de la misma unidad política, económica, militar y, si queremos, suprasocial. Al final, su destino quedaba en manos de las mismas instituciones y de la misma persona: el emperador. Los segovianos de comienzos del siglo II —y otros varios millones de personas repartidas en decenas de ciudades por todo el imperio— disfrutaban de algo que hoy en día, desgraciadamente, todavía es un lujo en numerosos rincones de planeta: agua fresca.

Esto era posible gracias a un sistema de transporte del que nos ha llegado la parte más visible y espectacular —el acueducto— pero que en todo su diseño —repetido con variaciones a lo largo del imperio— es estudiado por los ingenieros de hoy en día. Un sistema que ha abastecido de agua a la ciudad hasta hace pocos años. Probablemente, una de las estructuras complejas en funcionamiento de más larga duración creadas jamás por el hombre.

El hallazgo de una moneda romana —un sestercio de Trajano— ha hecho reconsiderar la fecha de su construcción pasando del 98 DC a un periodo entre el 112 y el 116 DC. A estas alturas poco importa esa estrecha variación de años, pero para ponernos en contexto, imaginemos que un avance importante —la memoria USB por ejemplo—, en vez de inventarse en 1998 lo hubiera hecho este mismo año. Y aunque el acueducto no suponía que la gente tuviera agua corriente en casa —solo en algunos casos excepcionales— significaba que esta manaba de las fuentes y en los baños públicos, facilitando la salubridad, el riego y en suma, la civilización.

Como el acueducto, los romanos nunca se fueron. Estas líneas están escritas en su lengua, transformada durante siglos. Firmamos casi los mismos contratos de matrimonio, alquiler y venta que entonces. Apostamos, juramos y bebemos sin grandes diferencias. Escribimos parecidas frases en las lápidas de nuestros muertos y usamos indénticamente algunas de las mismas palabrotas. Y en el siglo XXI en toda Europa pagamos con un billete de cinco euros donde hay impreso… un acueducto romano.

FUENTE: www.elpais.com/elpais/2016/11/01/opinion/1478007922_677647.html