Kim Amor www.elperiodico.com 29/05/2008

A los pies de la terraza-restaurante del club Griego se extiende la espectacular bahía de Alejandría, bañada por el Mediterráneo africano. En primer plano, las aguas mecen pequeñas barcas de pesca pintadas de colores, algunas con motivos faraónicos. Un poco más allá, en tierra firme, se vislumbra la hilera de palmeras que traza la corniche, el paseo marítimo que separa la playa de los edificios con vistas al mar. A lo lejos despuntan los minaretes de algunas mezquitas y los campanarios de un par de iglesias ortodoxas.

Sin duda, una paisaje del todo relajante.Y más aún si la contemplación va acompañada de una cerveza helada Stella y un plato de pescado fresco. Pero no hay que llevarse a engaño. Ya en el asfalto, la ciudad muestra su lado más decadente. Caos, desorden, suciedad, barrios ruinosos y edificios levantados sin ton ni son a golpe de cemento y hormigón. La Alejandría de hoy dista mucho de la que conocieron los personajes de El Cuarteto de Alejandría, la sensual tetralogía escrita por Lawrence Durrell en los años 40 del siglo pasado.

Son pocos los elegantes edificios que quedan en pie de esa época dorada. Parte de ellos están en la plaza Saad Zaghloul, como el que alberga la pastelería Dèlices, el consulado italiano o el hotel Metropole. Mención especial merece, sin duda, el Sofitel, el otrora hotel Cecil, que el novelista británico inmortalizó en su obra literaria. No lejos de ahí está la casa del gran poeta alejandrino de origen griego Constantin Kavafis, que las autoridades han convertido en casa museo con ayuda del Gobierno de Atenas.

Para dar con ella es mejor llevar una guía turística porque pocos son los alejandrinos de hoy que conocen al autor de Viaje a Itaca, y eso que la ciudad cuenta con una de las bibliotecas más modernas del mundo.»Kavafis no es muy conocido en Egipto pero sí en el resto del mundo», dice Mohamed, el guarda del museo.

Ni siquiera una librería cercana tiene libro alguno del poeta, ni tampoco de Durrell y muchos menos de Edward M. Foster, el otro novelista británico que quedó prendado de esta ciudad que Alejandro Magno fundó hace más de 2.300 años. De ahí nació la dinastía Ptolomeica, la de la reina Cleopatra VII.

Ya en tiempos tan lejanos Alejandría vivió también una época esplendorosa. Fue cuna y refugio del saber y sede del mítico Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo antiguo que un terremoto desmoronó a principios del siglo XIV. En su lugar los mamelucos levantaron años después la Fortaleza Qaitbey, hoy atracción turística, y que precisamente está situado a muy pocos metros del club Griego.

De nuevo en la terraza, ya al atardecer, la llamada de los almuédanos a la oración invade la bahía. A menos de un kilómetro de ahí, en las aguas del pequeño embarcadero del restaurante Fish Market, reposan parte de las cenizas de Terenci Moix, otro enamorado de Alejandría. Pero la ciudad que amó el escritor catalán era la de Durell, Foster y, sobre todo, la de Kavafis y Cleopatra. La Alejandría que la brisa marina baña con aromas del Mediterráneo, como la pequeña isla griega de Itaca.