David Hernández de la Fuente www.larazon.es 08/05/2022
«Per aspera ad astra». Con este escueto tuit en latín resumía su estado de ánimo el magnate de los coches automáticos y los viajes estelares tras hacerse con el control de la gran ágora global en internet. La referencia de Elon Musk remite inmediatamente al pensamiento estoico de Séneca, a los versos épicos de Virgilio y, más allá, a un lema que aparece en Platón («khalepà tà kalá») para aludir a la dificultad de las tareas –o contenidos– que conducen hacia la virtud, la belleza y el conocimiento. ¿Vigencia de los clásicos? Sí, pero lástima que hoy la filosofía y las lenguas clásicas solo estén de actualidad aquí porque, en la enésima reforma de un sistema educativo en continuo declive, quedan muy malparadas. La nueva reforma es catastrófica, sin paliativos, para las humanidades clásicas. De nada ha servido el periodo de consultas que abrió el Ministerio, que no ha tenido en cuenta ni una propuesta de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC) y otras asociaciones que buscan preservar el legado clásico en el sistema educativo español, siguiendo informes de reconocidos expertos. Las clásicas se condenan, en la práctica y por la extrema optatividad, a la extinción.
Pensemos también en la decadencia de la historia y la filosofía. Es la tónica general: ¿contenidos, conocimiento? No, gracias, mejor solo emociones. ¿Matemáticas y lógica? No, parece decir el legislador, son preferibles los estados de ánimo y opinión, lúdicos a poder ser. Sin restarle su importancia a estos aspectos, llama la atención que, justo cuando Bélgica o Francia blindan el latín obligatorio durante un año para secundaria, en ciencias o letras, Italia se reafirma en las clásicas como cultura general indispensable para su bachillerato de ciencias y las escuelas de negocio más prestigiosas promocionan a quienes poseen conocimientos humanísticos, nuestro país se empeñe en torpedear estos saberes básicos. ¿Y a cambio de qué? Se nos priva de las disciplinas esenciales sustituyéndolas por etiquetas biempensantes, nociones evanescentes y cursos a la moda, algunos muy respetables, pero carentes de sentido en formación básica obligatoria: gastronomía, fiscalidad, redes sociales, «marketing»… (en general todo lo que acabe en «-ing»).
¿Qué es lo esencial para aprender a pensar y expresarse? Matemáticas de la mano del latín. Lógica junto a historia. No hay otra receta para quien quiera discurrir por sí mismo y elaborar luego silogismos, ecuaciones o frases coherentes, en su lengua materna o en otras, que expresen su pensamiento con buena redacción, sintaxis y ortografía. ¿Por qué preferir modas etéreas a contenidos permanentes? Los países más destacados han sido, son y serán los que no olvidan esas lenguas prestigiosas, latín y griego, que nos han enseñado a pensar durante siglos a través de la filosofía, la retórica o la ciencia. España perpetúa el déficit cultural que arrastra desde hace ya demasiados siglos, cuando estuvo a la cabeza de la cultura. Mas no solo es eso: hay razones prácticas y evidentes de que la suma de latín y lógica garantiza mejor pensamiento y expresión. Ningún estudiante llegaría a la universidad con las carencias que se ven hoy, en ciencias o letras, si hubiera estudiado al menos un año de latín. No por casualidad, la única autonomía que mantuvo niveles aceptables en el informe PISA fue Castilla y León, que destaca por haber mantenido, al menos hasta el momento, cultura y lenguas clásicas contra viento y marea, pese a las reformas que las han ido orillando.
Incluso repasando la jerga jurídica del «aprendizaje de carácter competencial» que puebla los últimos decretos, parece delirante que nuestras autoridades educativas no hayan sido capaces de entender –¿desconocimiento, ignorancia…, algo peor?– que, a partir de las competencias específicas de las materias clásicas, se conecta con las competencias clave de secundaria como en ninguna otra asignatura: ¿cómo desarrollar las «competencias lingüísticas», las plurilingües, sin las lenguas madre que enhebran todas las europeas actuales?¿Cómo entender los «fundamentos científico-técnicos» sin su vocabulario y sus bases grecolatinas? ¿Cómo apuntalar la democracia, la «competencia ciudadana» y el proyecto europeo común sin la política clásica, la filosofía griega y el derecho romano? La sociedad anhela a los clásicos y sus mitos, omnipresentes en museos, librerías, quioscos, cines y plataformas de televisión: sin cultura clásica no hay «competencias emprendedoras» ni mucho menos «competencias en conciencia y expresiones culturales».
No es descabellado pedir que todos los partidos se unan en la defensa de lo que nos une. Es falsa la escisión entre ciencias y letras. Uno es el razonamiento. Circular, como querían los platónicos, y va de la lengua al pensamiento abstracto, de las matemáticas al latín, a la filosofía, al griego. A expensas de las concreciones que haga cada autonomía, las clásicas quedan a los pies de los caballos. Si la filosofía parecía salvada en 2018, cuando todos los grupos del Congreso aprobaron su carácter obligatorio, ese espejismo se acaba de disipar. Pensamiento y lenguas clásicas concitan los «conocimientos, destrezas y actitudes», esto es, los saberes básicos, que sin duda proporcionarían a nuestro alumnado una enseñanza de calidad enfocada a los retos del siglo XXI: lo sabe el ingeniero Musk. ¿Para cuándo un gran pacto nacional por las clásicas?
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