En esta trepidante biografía, Daisy Dunn narra la vida de los romanos Plinio,tío y sobrino: el Viejo, audaz e imaginativo; el Joven, un empollón algo pedante.
Bajo la sombra del Vesubio, Daisy Dunn. Traducción de Victoria León. Siruela, 2021. 344 páginas. 23,95 €. Ebook: 11,99 €
Ojalá este libro de Daisy Dunn (Londres, 1987) hubiera existido cuando yo estudiaba. En realidad hubo dos autores romanos llamados Plinio —el Viejo y el Joven, como se les conocía; un tío y su sobrino—, y nunca pude distinguirlos. Dunn hace una convincente defensa de ambos. A primera vista, su protagonista es el Joven, pero la autora va y viene de uno a otro, y el tío incluso acapara la atención por un tiempo. ¿Cómo competir con alguien tan intrépido como para morir intentado observar de cerca un volcán activo?
Plinio el Viejo, nacido alrededor del año 24 d. C., era un polímata, la clase de persona que no podía estarse quieto. Fue naturalista y filósofo, soldado y almirante, y un escritor incansable que produjo cerca de 100 obras. De ellas solo ha sobrevivido una: Historia natural, una enciclopedia en 37 volúmenes que pretendía contener todo lo que entonces se sabía sobre el mundo.
Su insaciable curiosidad fue lo que lo mató. Cuando el Vesubio entró en erupción el año 79 d.C., él y su sobrino de 17 años se encontraban a unos 48 kilómetros de allí, en Miseno, donde Plinio el Viejo tenía a su cargo la flota imperial. Fascinado por una extraña nube que apareció en el horizonte, decidió acercarse en barco e investigar, pero lo que empezó como una expedición científica pronto se convirtió en una misión de rescate, y acabó pereciendo asfixiado por la lluvia de ceniza y piedra pómez mientras intentaba que pareciese que no había de qué preocuparse.
Todo esto lo sabemos porque, unos 30 años más tarde, su sobrino escribió sobre la erupción en un par de cartas al gran historiador romano Tácito. Las cartas han sido objeto de numerosas antologías, y con razón: son vívidas y están llenas de suspense y de detalles conmovedores sobre el sufrimiento de los supervivientes. Plinio el Joven vivió para escribirlas porque, como era propio de él, estaba enfrascado en un libro y declinó la invitación a unirse a la expedición de su tío. Plinio el Viejo era audaz e imaginativo. El Joven, un empollón algo pedante. Hizo carrera como abogado ganando los casos no con elocuencia, como hacía Cicerón, sino por pura tenacidad.
Anhelaba ser un poeta del amor como Catulo (sobre el cual Dunn ha escrito un libro excelente), pero no tenía ni el talento ni el valor para revelar su erotismo con tanta franqueza. Su reputación literaria se basa en sus cartas, de las cuales han sobrevivido 247. Plinio afirmaba que las había recopilado y ordenado sin el menor cuidado, pero casi con total seguridad las retocó para dar buena imagen a la posteridad. Por ello, a veces resultan algo afectadas. Con todo, las cartas de Plinio brindan una visión valiosa y profunda de la vida romana a finales del siglo I y comienzos del II, cuando el Imperio estaba en su apogeo, pero también sumido en la inestabilidad política.
Salvo por su época de legado, el joven Plinio no llevó una vida agitada. No fue un héroe de guerra, como su tío; no tuvo una vida amorosa, como Catulo, ni una carrera política significativa, como Cicerón. Dividió la mayor parte del tiempo entre los tribunales y la atención a sus heredades, y se abrió camino en el escalafón senatorial agachando la cabeza.
Dunn es una buena escritora, con algo de la relajada erudición de Mary Beard, y sus traducciones de ambos Plinios son elegantes y precisas. Al final, su entusiasmo, junto con su buen ojo para los detalles sorprendentes, conquista al lector, y el joven Plinio emerge poco a poco como un personaje generalmente agradable, interesante por ser normal y por la manera en que se asemeja a nosotros, los habitantes del presente. Casi resulta familiar como nunca habría podido serlo Plinio el Viejo. Tal como señala la autora, era un detallista, no un gran pensador como su tío. Pero también era un hombre respetable y generoso que ayudó a los perseguidos por el tiránico Domiciano.
Incluso los fracasos de Plinio tienen algo entrañable. Estaba obsesionado con dejar alguna gran obra como la de su tío, pero no podía decidir cuál debía ser y temía no completarla nunca. “Los que viven de día en día inmersos en los placeres ven sus razones para vivir cumplidas a diario”, escribió, “mientras que para los que piensan en la posteridad y prolongan el periodo por el que serán recordados a través de su obra, la muerte es siempre repentina, ya que interrumpe algo antes de que esté terminado”. Por eso vacilaba y postergaba, mientras disfrutaba de algunos de esos placeres cotidianos, aunque quizá no en la medida suficiente como para ser feliz.
FUENTE: elconfidencial.com