Jacinto Antón www.elpais.com 07/06/2008
Una jornada con Franck Goddio y sus buceadores en el mar frente a Alejandría. A bordo del ‘Princess Dudda’.
Mientras Indiana Jones busca en las pantallas la calavera de cristal, Franck Goddio rastrea en el mar los tesoros de Alejandría. Su barco, el Princess Dudda, bajo pabellón egipcio y maltés, se balancea suavemente en la bahía de la gran ciudad de Cleopatra, Cavafis, Forster y Larry Durrell, a unos 300 metros de la costa, frente a la ajetreada Corniche en este día deslumbrante. No muy lejos está la nueva Biblioteca Alejandrina, como un ojo entrecerrado, y, acotando el viejo puerto, el promontorio de Silsileh, sobre el que en la antigüedad se extendían palacios ptolemaicos y hoy hay una base militar en la que puedes ver desde el barco una semicamuflada batería de misiles tierra-aire que hubiera sido la envidia de Alejandro Magno o César. De manera desconcertante, los cohetes apuntan a la Biblioteca.
Los trajes de buceo puestos a secar en las altas bordas del navío, con un aire al Calypso de Costeau, parecen una tripulación fantasma. Sobre la cubierta yacen una enorme columna de granito y media tapa de un colosal sarcófago de piedra sacados del agua, ambos de época romana. «Estamos sobre la antigua península de Poseidium, en la zona de los distritos reales, ahora bajo el mar desde que en el siglo VIII todo el Portus Magnus de Alejandría se hundió por un maremoto», explica Goddio, afable y gran comunicador, que luce shorts muy cortos y un bronceado intenso, y va descalzo. El fundador del Instituto Europeo de Arqueología Submarina, una institución privada dedicada a la exploración de yacimientos sumergidos y a la exhibición de sus tesoros, que trabaja en Egipto en colaboración con el servicio de antigüedades del país (hay varios técnicos egipcios a bordo y también un representante de la Armada, bastante ligón), expone en la actualidad en Madrid parte de los hallazgos de sus pasadas campañas. Goddio explica que estamos sobre la zona en la que se levantaba un gran templo de Poseidón. Desde el barco exploran y excavan una enorme superficie equivalente a 300 hectáreas.
«¿Vais a sacar algo, Franck?», pregunta una colega de la televisión. «Sí, ayer encontramos el trozo que faltaba de la tapa del sarcófago y vamos a intentar subirlo». La afirmación es coreada con un «¡oh!» de todos los periodistas embarcados. En un momento estamos sobre la borda de babor. La grúa del barco ha soltado un cable que se hunde en el agua como el hilo de una caña de pescar. Se pone en tensión. Una nube de burbujas se forma sobre la superficie verde del mar. ¡Algo sube! Por la sombra podría ser un gran tiburón. Es un pedazo de piedra enorme. Una gran captura de granito que asciende desde las tinieblas del agua y de la historia. Estaba a ocho metros, bajo sedimentos. Los buzos de Goddio, chorreando en sus trajes de neopreno rojos, la colocan en cubierta. Goddio dirige el ensamblaje: los dos trozos encajan exactamente. Que la aparición de la losa y el espectáculo de su izamiento coincidan sospechosamente con la visita de los medios no le quita emoción al asunto. De hecho, Goddio tiene preparado mucho más en esta sensacional jornada de arqueología subacuática recreativa, y no sólo porque lleva en el barco 220 de las piezas halladas durante la campaña que está a punto de finalizar (las otras 500 se han dejado en el mar, convenientemente señalizadas).
«Hay una esfinge ahí abajo y vamos a tratar de levantarla, sólo para que la veáis, porque no podemos subirla a bordo, pesa demasiado y zozobraríamos». ¡Una esfinge, guau! Ésa es la marca de Goddio, la imagen emblemática de su trabajo: buzos con esfinges. Vamos a por ella. La grúa vuelve a ponerse en acción. El barco se escora con el peso. Nervios. Síndrome Poseidón (el transatlántico). Aparece un bulto informe. Extraída de las aguas como una bestia escurridiza, la esfinge descabezada se mece furiosa, mascullando enigmáticas maldiciones de basalto. Cuando la vuelven a bajar es casi un alivio. Entretanto, la cubierta se ha llenado de buceadores que se multiplican contando historias. Su jefe, Jean Claude, corpulento, se quita el verdugo de goma y los plomos. Dice que allí abajo la visibilidad es muy mala, porque el agua está muy sucia -«aunque mucho mejor que cuando empezamos en el 92, entonces veías llegar el flujo de los colectores como una nube negra»-; hoy apenas dos metros, otros días ni 50 centímetros. Pasan nueve horas diarias buceando. Emplean varillas de acero para ir tanteando como tritones ciegos en el fondo. «Cuando notas tin-tin es que hay piedra dura».
Los objetos casi nunca se reconocen. «Al principio no ves nada, luego al limpiar aparece el bronce o el mármol». Goddio muestra las piezas más interesantes encontradas desde el inicio de esta campaña, el 24 de abril. Están en cubetas con agua. Extrae de una lo que parece una piedra oscura y la vuelve hacia el sol: es el asombroso retrato de un sacerdote egipcio en granito negro veteado. Parece una cabeza de momia, tal es su realismo. Viene, dice, del templo que está debajo del barco. Luego muestra otra cabeza, barbada, de mármol. Y luego un altorrelieve de un Heracles niño dormido chupándose el dedo. Otro dedo, éste de bronce y enorme, es lo que exhibe luego Goddio.