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La colina Testaccio (sobre estas líneas) es un promontorio artificial que fue creciendo a partir del vertedero en el que los ciudadanos de Roma arrojaban las ánforas procedentes en sus cuatro quintas partes de Bética. ABC

La colina Testaccio es un promontorio artificial que fue creciendo a partir del vertedero en el que los ciudadanos de Roma arrojaban las ánforas procedentes en sus cuatro quintas partes de Bética. ABC

ABC, Madrid, 16 de diciembre de 2001

Un monte de ánforas cuenta en Roma la historia de Andalucía

ROMA. Juan Vicente Boo, corresponsal

La «colina romana que vino de España», como la bautizo en su día Sandro Pistolesi, comienza a revelar sus secretos: la historia de la primera sociedad de consumo y de sus «sabrosas» relaciones económico-fiscales con la Bética, que producía el mejor aceite del Imperio. Las excavaciones en el Monte Testaccio, levantado artificialmente durante los siglos II y III, convierten la montaña de ánforas vacías en un archivo.

Las cuatrocientas ánforas extraídas de los diversos niveles del Testaccio, desde su cumbre hasta los cimientos más antiguos a la altura de la orilla del Tíber, cuentan la historia económica de Andalucía. En los sellos e inscripciones se lee el nombre del fabricante del ánfora, del productor del aceite, y del mercader «mercator», mientras que las inscripciones realizadas con tinta negra y roja revelan el momento de envasado, el tipo de producto e incluso los controles fiscales.

Según el profesor Lidio Gasperini, «la montaña está en tierra de Roma pero no es tierra romana. Es todo tierra española, pues cuatro quintas partes son ánforas de aceite de la Bética mientras el resto se reparte entre contenedores de aceite y trigo del norte de África». Así, por ejemplo, en el asa de un ánfora del tipo Drexel 20 figura orgullosamente el nombre de «Camili/Melisi». Es una familia productora de aceite a mediados del siglo III en Las Delicias, la antigua Astigi. Las entrañas de este monte artificial, de kilómetro y medio de perímetro, revelan la geografía económica de la Bética, con el auge y declive de los productores de aceite, elemento destacado en los ritos religiosos antiguos y pieza clave de la dieta mediterránea.

TOPOGRAFÍA DEL GUADALQUIVIR

La topografía del valle del Guadalquivir reaparece en los sellos de Hispalis, Italica, Ilipa Magna, Navea, Canama y decenas de otras ciudades que entregaban sus aceites como impuestos al Imperio. La historia del Testaccio era conocida en España hace siglos y en su novela «El licenciado vidriera», Cervantes pone en boca del atribulado protagonista: «¿Soy yo por ventura el Monte Testaccio de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?».

El grupo hispano-italiano, dirigido por los profesores Jose María Blázquez, de la Universidad Complutense, y José Remesal Rodríguez, de la Universidad de Barcelona, presento hace poco en el Capitolio romano los resultados de las excavaciones realizadas conjuntamente con la Universidad de La Sapienza en 1991 y 1992. Según el embajador español José de Carvajal, «esas campanas permitieron confirmar las hipótesis de trabajo sobre el Monte Testaccio y reconstruir las relaciones comerciales entre Hispania y Roma». Muchos documentos y fotografías pueden consultarse en la página web del Centro para el Estudio de la Interdependencia Provincial en la Antigüedad Clásica (http://ceipac.gh.ub.es).

Aparte de una mina de epigrafía y filología, el Testaccio es, según han descubierto los arqueólogos, una perfecta obra de ingeniería. Esta construido segun plataformas perfectas, limitadas por hileras de ánforas enteras, que impiden el desmoronamiento de la montaña de fragmentos. A su vez, las capas de restos de las ánforas -rotas después de trasvasar su contenido a recipientes más pequeños-, se alternaban con capas de cal para eliminar los riesgos sanitarios.

El paso de los siglos dulcificó las formas de la montaña y escondio bajo una capa de tierra vegetal su cuerpo de arcilla cocida. Pero los romanos, que celebraban el carnaval en las laderas del Testaccio, siempre supieron que sus entrañas eran de ánforas por una circunstancia curiosa: las grutas excavadas en su base mantienen una temperatura constante de 17 grados, ideal para conservar el vino. Y la abundancia de bodegas ha mantenido, hasta hoy, el carácter festivo del monte que vino de España.


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