Los
últimos
hallazgos
parecen
haber
zanjado
las
dudas
sobre la
identificación
de la
Troya
Homérica
con los
restos
arqueológicos
conservados
en la
colina
de
Hisarlik,
en el
Helesponto
(Turquía
asiática).
Con ello
se ha
reivindicado
la
figura
de
Heinrich
Schliemann,
su
famoso y
polémico
descubridor
1.- En
el
principio
fue
Homero
La
tradición
atribuye
a Homero
¿poeta
nacido
probablemente
en la
isla de
Quíos,
en
Jonia¿
la
elaboración
de dos
poemas
épicos,
pilares
fundacionales
de la
cultura
griega
antigua:
la
Ilíada y
la
Odisea.
En el
primero
de
ellos,
se narra
de
manera
magnífica
un breve
período
(51
días)
del
largo
asedio
de diez
años que
sufrió
la rica
ciudad
de Troya
por
parte de
los
aqueos.
El poema
se
centra
en la
disputa
entre
Agamenón
y
Aquiles,
y la
venganza
de este
tras la
muerte
de su
compañero,
Patroclo.
Algo
similar
ocurre
en la
Odisea,
cuyo
tema
principal
es el
periplo
de uno
de los
nobles
que
regresa
victorioso
de la
lucha,
Ulises,
y tan
solo
tangencialmente
se
menciona
a Ilión,
nombre
helénico
de
Troya.
Sabemos,
sin
embargo,
que
otros
muchos
poemas y
ciclos
épicos
hacían
referencia
a la
guerra
de
Troya, y
que
describían
con
detalle
otros
personajes
y
episodios,
como la
muerte
de
Aquiles,
la toma
de la
ciudad
con el
célebre
caballo
de
madera,
etcétera.
Se
trataba
de un
conjunto
de
tradiciones,
de
origen
oral y
probablemente
micénicas,
que
debieron
de
formar
un
corpus
de mitos
y
leyendas
¿del que
bebió el
propio
Homero¿,
y que,
de
generación
en
generación,
se
transmitieron
a lo
largo de
la edad
oscura
(siglos
XII-IX
a. de
C.),
hasta su
primera
redacción
en el
siglo
VIII a.
de C.
A
principios
del
siglo
XIX,
casi
ninguno
de los
historiadores
y
filólogos
más
académicos
atribuían
a la
narración
homérica
verosimilitud
histórica
alguna.
Tanto el
estudio
de
textos
clásicos,
como el
desarrollo
de las
primeras
intervenciones
arqueológicas
cuestionaban
esta y
otras
interpretaciones
míticas
de la
antigüedad.
Sin
embargo,
las
fuentes
antiguas
recogían
obstinadamente
la
existencia
de una
ciudad
llamada
Ilión,
destruida
por los
aqueos
(según
Eratóstenes
en el
1184 a.
de C.),
que
había
perdurado
hasta
época
tardorromana.
Así,
según
Plutarco,
Alejandro
Magno
habría
visitado
la
ciudad y
la
cercana
tumba de
Aquiles,
como
también
lo hizo
Adriano.
En el
siglo XV
d. de C.
aún se
encuentran
menciones
a sus
ruinas.
En los
siglos
posteriores,
sin
embargo,
cayó en
el
olvido y
sus
restos
fueron
degradándose.
La Troya
mencionada
por
Homero
¿idealizada
por los
eruditos
desde el
Renacimiento¿
iba a
ser cada
vez
menos
identificable
en los
restos
conservados
en
Hisarlik.
A pesar
de todo
ello, y
de la
opinión
de los
académicos
de
mediados
del
siglo
XIX,
numerosos
lectores
de
Homero
creían
que,
tras los
versos
del
poeta
ciego,
se
escondía
una
realidad
histórica
que era
posible
descubrir.
Entre
ellos
estaba
Heinrich
Schliemann,
un rico
comerciante
alemán.
2.- De
los
negocios
a la
arqueología
Nacido
en 1822
en la
región
alemana
de
Mecklemburgo,
Schliemann
fue hijo
de un
párroco
protestante
que fue
destituido
por
apropiarse
de
fondos
parroquiales.
Su
infancia
fue
dura,
especialmente
tras la
muerte
de su
madre,
cuando
él tenía
9 años.
Los
expertos
sobre
Schliemann
han
destacado
su
interés,
no
extraño
en su
época,
por
reescribir
su
biografía,
atribuyendo
el
interés
por
Troya a
las
historias
de
Homero
contadas
por su
padre
cuando
era un
niño. En
realidad,
parece
que este
episodio
es
falso.
Vivió en
Holanda,
donde
mostró
una gran
habilidad
para el
estudio
de las
lenguas
e
instinto
para los
negocios.
Desde
allí,
una
empresa
de
importación
y
exportación
lo envió
a Rusia
como
representante,
a los 25
años.
Sus
dotes
comerciales
y de
idiomas
le
permitieron
enriquecerse
y viajar
por todo
el
mundo;
se
dedicó a
negocios
aventureros,
como el
del oro
californiano
o el
comercio
durante
la
guerra
de
Crimea.
Fracasó
en su
primer
matrimonio
y volvió
a
casarse,
con
Sofía
Engastromenos,
una
griega
de 17
años.
Parece
que su
interés
por
Grecia
arrancó
en esa
época, a
partir
de su
aprendizaje
del
griego
antiguo,
que lo
llevó a
leer a
Homero.
3.-
¿Quién
la
descubrió?
En 1868
viajó a
la isla
de
Ítaca,
donde
organizó
una
expedición
para
descubrir
el
palacio
de
Ulises,
tras lo
cual se
dirigió
a la
Tróade.
Entonces
ya hacía
tiempo
que
diversos
estudiosos
habían
investigado
en la
región
con
resultados
notables.
En 1801,
E.
Daniel
Clarke y
J.
Martin
Cripps
estudiaron
la
distribución
de las
monedas
helenísticas
y
romanas
con la
leyenda
Ilión-Ilium
y
propusieron
a
Hisarlik
como
emplazamiento
de la
ciudad
grecorromana.
También
Charles
Mclaren,
editor y
geólogo
aficionado,
publicó
una obra
en 1822
¿sin
haber
visitado
la zona¿
en la
que
señalaba
esta
colina
como el
solar de
la Ilium
romana.
El
personaje
decisivo
para el
descubrimiento
iba a
ser, sin
embargo,
Frank
Calvert,
cónsul
inglés
en la
región,
interesado
por los
temas
arqueológicos,
que
había
trabajado
en otra
colina,
la de
Balli
Dag,
identificada
por
entonces
como la
auténtica
ubicación
de
Troya. A
través
tanto de
hallazgos
fortuitos
como de
su buen
conocimiento
de la
topografía
de la
región,
Calvert
llegó a
la
conclusión
de que
solo en
Hisarlik
podía
hallarse
la Troya
homérica,
por lo
que
compró
casi la
mitad de
la
colina e
inició
los
trabajos
de
excavación
en 1865,
tres
años
antes
del
primer
viaje de
Schliemann.
Se topó
con el
templo
griego
de
Atenea,
e
incluso
es
posible
que
llegara
a
estratos
de la
Edad del
Bronce.
En este
punto
aparece
Schliemann.
Durante
su
primer
viaje a
la
Tróade
en 1868,
donde no
llegó a
permanecer
ni ocho
días, el
rico
comerciante
contrató
a dos
campesinos
locales
para que
efectuaran
algunos
agujeros,
como él
mismo
los
denominó,
en Balli
Dag.
Ello
demostraba
que
desconocía
entonces
no solo
los
trabajos
de
Calvert,
sino
todas
las
propuestas
anteriores
acerca
de
Hisarlik.
Sin
embargo,
al final
de este
viaje, y
debido a
que
perdió
el barco
de
regreso
a
Estambul,
visitó a
Calvert,
que le
habló
por
primera
vez de
Hisarlik.
Su
habilidad
e
intuición
de
negociante
se
pusieron
a
funcionar:
no solo
aceptó
las
teorías
de
Calvert
sino que
las
adoptó
como
propias
en su
libro
Ithaka,
der
Peloponnes
und
Troja
(1869).
La
correspondencia
entre
Schliemann
y
Calvert,
solicitándole
el
primero
información
al
segundo
sobre
Hisarlik,
hace
pensar
que en
1868 el
investigador
alemán
ni tan
solo
había
estado
allí,
contrariamente
a lo que
afirma
en el
libro.
Calvert
siguió
colaborando
con él y
le
ofreció
sus
propias
tierras
para
emprender
las
excavaciones.
En el
año 1871
Schliemann
inició
sus
trabajos;
amplió,
y por lo
tanto
eliminó,
tres de
los
cuatro
cortes
iniciados
por
Calvert.
Cuando
este,
desencadenada
ya la
polémica,
lo acusó
de
continuar
la línea
emprendida
por él,
Schliemann
pudo
minimizar
aquellos
trabajos
calificándolos
de muy
reducidos.
La
disputa
estalló
en 1873
cuando
Calvert
criticó
en un
artículo,
y con
datos
arqueológicos,
las
primeras
teorías
de
Schliemann
sobre
Troya,
en
especial
su
identificación
de la
llamada
Troya II
con la
homérica
que, hoy
lo
sabemos,
es casi
mil años
más
antigua.
Además,
hizo
públicas
sus
conversaciones
iniciales
con el
alemán,
con lo
que
demostró
su
primacía
en el
descubrimiento.
Schliemann
respondió
con
notable
capacidad
de
tergiversación,
pero
también
fue el
que
consiguió
un mayor
impacto
en la
opinión
pública.
Finalmente,
se
convino
que
había
sido
McLaren
quien
primero
había
propuesto
Hisarlik
como el
emplazamiento
de la
Troya
homérica,
pero,
entre el
gran
público,
Schliemann
se
erigió
como
descubridor
del
yacimiento.
4.-
Schliemann
y sus
méritos
A pesar
del
comportamiento
poco
ejemplar
de
Schliemann,
no
debemos
menospreciar
sus
notables
méritos
científicos.
Fueron
sus
trabajos
los que
abrieron
de par
en par
la
discusión
acerca
del
mundo
homérico
y el
estudio
de la
edad del
bronce
micénica,
replanteando
bajo un
nuevo
punto de
vista
una
problemática
que las
instituciones
académicas
de aquel
momento
habían
zanjado
en
falso.
Las
campañas
de
Schliemann
en Troya
se
desarrollaron
¿en
varias
fases¿
entre
1871 y
1889.
Sus
primeros
trabajos,
en la
línea de
otros
colegas
de la
época,
fueron
muy
destructivos,
dado su
interés
por
profundizar
desde
los
niveles
superficiales
para
acceder
a los
que él
consideraba
homéricos.
El
resultado
fue la
famosa
trinchera
de
Schliemann:
una fosa
de
dieciséis
metros,
en la
que
arrasó
incluso
los
niveles
que
buscaba,
las
Troyas
VI y VII
¿que
corresponden
al
período
final de
la Edad
del
Bronce¿,
para
acceder
a una
capa
inferior,
la de la
Troya
II, que
él
consideró
micénica
cuando
era casi
mil años
anterior.
Schliemann
identificó
siete
fases en
la
ciudad,
y su
sucesor
Wilhelm
Dörpfeld
(que
excavó
en 1893
y 1894),
dos más,
aunque
no
llegaron
a
encontrar
una
Troya
cero,
localizada
en
trabajos
más
recientes.
Tampoco
Schliemann
se
percató
del
alcance
de las
reformas
grecorromanas.
A pesar
de todo
ello,
estableció
una
sucesión
de
etapas
fundamentalmente
correcta.
Tras
abandonar
sus
expeditivos
métodos
iniciales,
Schliemann
introdujo
la
estratigrafía,
el
estudio
de la
sucesión
de
capas y
niveles
de
sedimentación
y de su
cronología
relativa,
técnica
en la
que fue
pionero
en la
historia
de la
arqueología.
Ello le
permitió
reconocer
en 1890
que la
Troya
II, en
la que
halló
el
famoso
Tesoro
de
Príamo,
no
podía
ser la
homérica,
aunque
fue
Dörpfeld
quien
la
identificó
con la
Troya
VI.
También
fue
adelantado
en la
utilización
de la
fotografía
y el
dibujo
para la
documentación
de las
excavaciones,
que
incluía
el
estudio
de
materiales
comunes,
no
artísticos.
Además,
supo
rodearse
de
notables
colaboradores
científicos
y
publicó
con
singular
rapidez
sus
hallazgos,
algo
que se
echa de
menos
incluso
en la
arqueología
actual.
5.- Los
datos
actuales
sobre
la
ciudad
de
Príamo
Tras
los
estudios
de Carl
W.
Blegen
(1932-1938)
y, en
especial,
de
Manfred
Korfman
(a
partir
de
1988),
no
existe
hoy en
día
duda
alguna
acerca
de la
existencia
de un
importante
centro
de la
Edad
del
Bronce
en
Hisarlik,
identificable
con la
Troya
de las
fuentes
antiguas.
El
núcleo
amurallado
se
originó
algo
antes
del
3000 a.
de C.,
pero su
verdadera
entidad
urbana
se
manifiesta
a
partir
de
Troya
II
(2500-2200
a. de
C.),
cuando
su
superficie
crece
al
menos
hasta
los
9.000
metros
cuadrados
de la
ciudadela
y
presenta
elementos
propios
de una
sede de
carácter
principesco,
como la
impresionante
rampa
de
acceso
al
recinto.
Aquella
Troya
dominaba
el
estrecho
paso de
los
Dardanelos
desde
una
posición
excepcional:
la
bahía
de
Besika,
a los
pies la
ciudad,
era el
último
refugio
invernal
para
las
naves
en ruta
hacia
el mar
Negro,
en
espera
de
corrientes
y
condiciones
climáticas
favorables.
Esta
posición
estratégica
la
convirtió
en un
eslabón
imprescindible
en la
red
comercial
que
unía a
las
sociedades
mediterráneas
y
orientales
con los
ricos
territorios
asiáticos
del mar
Negro.
Troya
II fue
destruida
por un
incendio,
pero
nuevas
fases
(Troya
III, IV
y V,
2200-1800
a. de
C.)
demuestran
la
continuidad
del
núcleo,
que
dobló
su
superficie.
Tras un
nuevo
incendio,
surgió
Troya
VI, la
verdadera
edad de
oro de
la
ciudad,
contemporánea
del
mundo
micénico.
Son
bien
conocidas
sus
impresionantes
murallas
de
sillares,
pero
recientemente
se ha
identificado
también
una
auténtica
ciudad
baja,
protegida
por un
complejo
sistema
de
fosos y
murallas
que
delimita
un área
urbana
de más
de
200.000
metros
cuadrados.
Pudo
llegar
a
albergar
10.000
habitantes.
Troya
VI
parece
haber
sido
devastada
por un
seísmo
entre
1300 y
1250 a.
de C.;
fue
reconstruida
inmediatamente
después
(Troya
VII-a)
y quedó
completada
hacia
el 1200
a. de
C. Esta
parece
ser la
que
sufrió
el
asedio
micénico,
lo que
en
parte
se
constató
arqueológicamente
por la
reducción
del
perímetro
de la
ciudad
baja,
la
construcción
de un
nuevo
foso y
el
hallazgo
de
objetos
de uso
bélico
(concentraciones
de
proyectiles
de
honda,
puntas
de
flecha,
etcétera).
Troya
VII-a
fue
destruida
por un
gran
incendio
y,
aunque
se
reedificó
(Troya
VII-b y
c), fue
abandonada
hacia
el 1100
a. de
C. Tan
solo
algunas
ocupaciones
eolias
frecuentaron
el
lugar a
partir
del
siglo
VIII,
hasta
que en
el
siglo
III a.
de C.
se
erigió
una
nueva
ciudad,
que
pervivió
hasta
época
tardorromana.
6.- Las
guerras
de
Troya
La
identificación
de la
ciudad
descrita
por
Homero
no
permite,
sin
embargo,
afirmar
la
historicidad
de la
Guerra
de
Troya,
al
menos
tal y
como
nos la
presenta
la
tradición.
Es
indudable
que, en
el
contexto
de
finales
de la
edad
del
bronce
¿con
comunidades
comerciales
como la
micénica,
el
imperio
hitita
o el
mismo
Egipto¿,
Troya
fue un
pivote
entre
la
Europa
mediterránea,
las
sociedades
orientales
y las
áreas
del mar
Negro.
Wilusa-Wilión
¿la
forma
autóctona
del
topónimo
helenizado
Ilión¿
es
mencionada
en los
archivos
reales
hititas,
que
recogen
los
pactos
con su
gobernante
Alaksandu
(Alaksandu-Alexandros
es un
nombre
que
también
recibe
en los
poemas
homéricos
el hijo
de
Príamo,
Paris).
Los
últimos
hallazgos
confirman
su
posible
dependencia
de este
imperio
(ver el
recuadro
Una
ciudad
más
asiática
que
griega).
Ello
habría
sumergido
a la
ciudad
anatólica
en
medio
de las
tensiones
sociales
y
comerciales
entre
hititas,
egipcios
y
micénicos
a
partir
del
siglo
XIII a.
de C.,
debidas
en
buena
parte
al
expansionismo
de
estos
últimos
que
podrían
haber
destruido
la
ciudad,
pero...
¿es
posible
creer
en una
verdadera
coalición
micénica
como la
que nos
describe
Homero?
El
intento
de dar
una
respuesta
nos
lleva
de
nuevo a
la
disputada
cuestión
homérica
inicial.
Si bien
es
cierto
que en
los
niveles
de
destrucción
de
Troya
VII han
aparecido
armas
micénicas,
¿demuestra
ello
realmente
la
descripción
homérica?
Troya
había
sufrido
varias
devastaciones
anteriores,
a las
que se
sobrepuso,
y
también
lo hizo
a esta.
Hubo
pues,
probablemente,
diversas
guerras
de
Troya.
De
todas
formas,
no
podemos
exigir
a una
tradición
épica
como la
micénica
fidelidad
a datos
históricos
que se
perdían
en el
origen
de los
tiempos
heroicos.
Los
destinatarios
de
estos
poemas,
y
probablemente
su
mismo
redactor,
formaban
parte
de una
aristocracia
posterior,
que
recordaba
el
tiempo
de
Troya
como
una
edad de
oro
desaparecida
y lo
recreó
de
forma
claramente
literaria.
Es más,
probablemente
para el
autor
de la
Ilíada
este
ciclo
épico
fue más
bien un
escenario
para
ubicar
el
enfrentamiento
entre
Agamenón
y
Aquiles,
un
conflicto
en el
que se
cuestionaba
el
papel
de los
nobles
(sus
disputas
acarrearon
graves
pesares
al
resto
de los
aqueos),
precisamente
en un
momento
cercano
a la
eclosión
de las
polis y
al
desarrollo
de un
nuevo
tipo de
sociedad,
en la
que la
aristocracia
debía
adaptarse
a su
nuevo
papel.
Precisamente
aquí
radica
el
mérito
de
Heinrich
Schliemann
y de
aquellos
que
creyeron
en
Homero:
se
enfrentaron
a la
tradición
legendaria
griega
con
mentalidad
histórica
y, si
bien en
parte
erraron
en
algunas
de sus
interpretaciones,
contribuyeron
a
despejar
el
camino
del
conocimiento
del
pasado.
7.- Los
poemas
Pese a
su
carácter
legendario,
hoy en
día la
mayor
parte
de los
investigadores
considera
que fue
un
poeta
jonio,
probablemente
Homero,
quien
redactó
la
Ilíada
a
mediados
del
siglo
VIII a.
de C.
La
Odisea
es algo
posterior
(de la
primera
mitad
del
siglo
VII a.
de C.),
de
manera
que
difícilmente
pueden
atribuirse
a un
mismo
autor.
Ambos
poemas
se
basaban
en una
tradición
oral
micénica
que fue
difundida
hasta
el
período
arcaico
por
aedos
(poetas
que
recitaban
mientras
tocaban
la
lira)
vinculados
a los
sectores
aristocráticos.
La
transmisión
del
texto
se
apoyaba
en un
lenguaje
de
fórmulas
que
facilitaba
la
semiimprovisación
a
partir
de un
argumento
básico.
Así se
incorporaron
a lo
largo
de los
siglos
argumentos,
escenas
e
incluso
productos
nuevos
(como
el
hierro).
Homero
fue el
primer
aedo
que,
gracias
a la
escritura,
fijó
sus
versos
de
forma
permanente,
aunque
posteriormente
iban a
sufrir
más
interpolaciones
(el
texto
que
manejamos
fue
fijado
en
Alejandría
en
época
helenística).
La
particular
génesis
de
estos
poemas
explica
por qué
¿junto
a su
capacidad
para
evocar
sentimientos
y
exponer
la
condición
humana,
que los
alejaría
de la
fidelidad
histórica¿
se
conservan
pasajes
y temas
de
indudable
origen
micénico
(como
el
llamado
catálogo
de las
naves),
imprescindibles
para
estudiar
las
sociedades
de la
edad
del
Bronce
en el
Mediterráneo.
8.- Una
ciudad
más
asiática
que
griega
Si
Troya
fue
realmente
una
potente
ciudad
del
Asia
Menor,
enemiga
acérrima
de las
comunidades
micénicas,
¿por
qué
siempre
ha sido
estudiada
a
través
de los
ojos
del
mundo
griego
y de la
arqueología
clásica?
¿Por
qué
centrar
en
Homero
cualquier
estudio
sobre
Ilión,
si la
suya es
una
visión
necesariamente
parcial
y
secundaria?
¿No
sería
absurdo
intentar
explicar
la
Rusia
zarista
a
través
de una
novela
que
glosara
las
campañas
rusas
de
Napoleón
Bonaparte?
Este
punto
de
vista
tan
sugerente,
y a la
vez tan
razonable,
marca
el
inicio
de la
reciente
obra de
Joachim
Latacz,
Troya y
Homero.
Hacia
la
resolución
de un
enigma
(Destino,
2003).
Latacz,
prestigioso
profesor
de
filología
griega
en
Basilea
y
especialista
en los
textos
homéricos,
plantea
en esta
obra
una
revisión
de los
estudios
sobre
Troya y
la
cuestión
homérica,
utilizando
para
ello
los
últimos
datos
de la
lingüística
y de la
investigación
arqueológica
sobre
la
civilización
hitita,
en la
que
parece
inscribirse
Troya.
En
buena
medida,
tanto
este
trabajo
de
Latacz
como
otros
recientes
de M.
Siebler
recogen
los
frutos
de las
investigaciones
del
profesor
alemán
Manfred
Korfman
en el
yacimiento
troyano
de
Hisarlik.
Precisamente
Korfman,
prehistoriador
especialista
en las
sociedades
anatólicas,
ha sido
el
primer
investigador
no
clásico
que se
ha
enfrentado
a esta
problemática
sin un
apriorismo
eurocentrista,
y
quizás
por
ello
sus
indagaciones
han
puesto
de
relieve
el
fuerte
carácter
anatólico
y
asiático
de esta
ciudad.
El
culto a
apaulinas
Los
datos
aportados
por sus
intervenciones
son
demoledores:
el
sistema
defensivo
de la
ciudad
(fosos,
muros
de
adobe)
era el
propio
de
anatolia;
el 99
por
ciento
de la
cerámica
es de
tipo
pardoanatólico
(frente
al 1
por
ciento
micénico);
el
ritual
funerario
era el
tradicional
en
aquella
zona
(la
incineración),
e
incluso
los
cultos
documentados
(como
los
pilares
estela
del
dios
Apaulinas,
el
Apolo
que
protege
a los
troyanos
en la
Ilíada)
son los
habituales
en Asia
Menor.
Además,
en 1995
se
halló
en los
niveles
del
siglo
XII a.
de C.
un
sello
con
escritura
luvita-hitita
que
confirmaba,
por
primera
vez, la
pertenencia
de la
ciudad
a la
esfera
política
hitita.
Estos
sellos
se
consideran
testimonio
de una
lengua
diplomática,
vinculada
a los
funcionarios
imperiales
y a sus
relaciones
con los
estados
vasallos
regionales,
entre
los que
debe
incluirse
Wilusa-Ilión.
El
hallazgo
confirmaría
también
que la
Wilusa-Taruisa
mencionada
en la
documentación
hitita
del
siglo
XIII,
con su
rey
Alaksandu
(¿Alejandro¿)
al
frente,
corresponde
realmente
a
Troya,
vinculada
al
poder
hitita
por un
tratado
de
vasallaje.
También
Latacz
analiza
la
verosimilitud
histórica
del
contingente
grecomicénico.
Por un
lado,
la
documentación
egipcia
habla
de la
existencia
de
contactos
con los
dánaos,
uno de
los
nombres
que
reciben
los
micénicos
en
Homero,
y
también
los
archivos
hititas
recogen
numerosas
referencias
a los
ahhiyawa,
los
aqueos
de
Homero.
Precisamente
estos
ahhiyawa
son
mencionados
como
fuente
de
inestabilidad
y
problemas
en la
costa
oriental
anatólica,
vinculados
a
operaciones
de
pillaje,
y
parecen
haberse
establecido
antes
del
1200 a.
de C.
en el
área de
Mileto.
A la
luz de
todos
estos
datos,
Latacz
considera
que
Troya
se
convirtió
en una
pieza
básica
del
comercio
internacional
a
finales
de la
edad
del
Bronce,
vinculada
o
sometida
a los
intereses
comerciales
hititas.
A
partir
del
1500 a.
de C.,
el
desarrollo
de las
comunidades
micénicas,
con un
comercio
emergente
y una
agresiva
presencia
en la
costa
de Asia
Menor,
complicó
el ya
de por
sí
difícil
equilibrio
entre
las
potencias
políticas
y
económicas
del
Mediterráneo
Oriental.
Frente
a la
hegemonía
hitita
en Asia
Menor,
la toma
de
Troya
por una
coalición
micénica
pudo
suponer
una
operación
arriesgada,
pero
verosímil,
que
habría
permitido
la
continuidad
de unas
comunidades
micénicas
en
expansión.
Su
victoria,
que
durante
siglos
pervivió
en la
poesía
heroica
y en la
memoria
de la
edad
oscura,
tan
solo
fue el
punto
de
partida
de una
grave
crisis
mediterránea.
Pero
esa es
ya otra
cuestión.
9.- El
tesoro
de
Príamo
En mayo
de
1873,
Schliemann,
que
estaba
con su
mujer
excavando
junto a
la
puerta
de la
ciudadela
de
Troya
II ¿que
hoy
podemos
datar
en
torno
al 2500
a. de
C.¿,
localizó
un
conjunto
de
piezas
metálicas
de gran
valor.
Trasladado
en
secreto
a su
taller,
el
Tesoro
de
Príamo
¿llamado
así en
honor
del rey
de la
Troya
homérica¿
estaba
formado
por más
de
8.000
objetos
de oro,
cobre y
otros
metales
nobles,
en su
mayor
parte
pequeñas
piezas
o
placas.
Schliemann
no las
declaró
a las
autoridades
turcas
y, de
manera
clandestina,
envió
los
materiales
a
Grecia
y luego
a
Alemania.
en las
postrimerías
de la
Segunda
Guerra
Mundial,
los
soviéticos
se
apoderaron
de
ellas
en
Berlín
y las
mantuvieron
ocultas
hasta
principios
de los
90.
Actualmente
se
hallan
en el
museo
Pushkin
de
Moscú.
Existen
dudas
razonables
sobre
las
condiciones
del
hallazgo.
Se ha
comprobado
que su
mujer
se
encontraba
en
realidad
en
Atenas
y el
tesoro
podría
ser una
recopilación
de
piezas
aparecidas
en
diversos
contextos,
que
Schliemann
habría
unificado
para
obtener
un
mayor
efecto
propagandístico.
Aunque
no se
descarta
esta
posibilidad,
hoy los
arqueólogos
de
Troya
creen
que al
menos
una
parte
es
auténtica,
puesto
que se
han
detectado
en la
ciudad
ofrendas
votivas
asociadas
a la
construcción
o
reforma
de las
puertas
de las
murallas
similares
al
hallazgo
de
Schliemann.
El
Tesoro
de
Príamo,
pues,
sería
en
realidad
una
ofrenda
fundacional.
El
redescubrimiento
de las
piezas
en
Rusia
quizás
permitirá
en el
futuro
zanjar
la
polémica.
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