Juan
Antonio
Vizcaíno
A la
figura de
Ifigenia
se la ha
invocado
en el
teatro
para
afrontar
recurrentemente
un
problema
ético y
humanitario.
El
sacrificio
¬requerido
por los
dioses¬
de la
hija de
Agamenón,
para
devolver
los
vientos a
su curso
y que
pudieran
zarpar
las naves
de guerra
hacia
Troya,
plantea
un debate
moral
esencial:
¿es
Agamenón
un
ignominioso
parricida,
o un
político
consecuente
frente a
sus
obligaciones
para con
la
guerra?
Esquilo
narró el
sacrificio
de la
joven,
Eurípides
salvó a
Ifigenia,
igual
hizo
Racine,
Goethe,
Wagner;
por
Nietzche
fue
nuevamente
ejecutada...
¿Qué
precio
estamos
dispuestos
a pagar
por los
horrores
de la
guerra?,
parecen
plantearnos
todos los
dramaturgos
que han
revisitado
el mito
clásico.
El debate
moral de
«Ifigenia»
no puede
resultar
¬desgraciadamente¬
más
oportuno.
El teatro
tiene una
doble
función:
entretener
criticando,
por medio
de la
comedia;
y
provocar
la
reflexión
del
público,
desempolvando
su
inteligencia
dormida,
por medio
del rito.
El
dramaturgo
francés
Michel
Azama
demuestra
un tacto
justo y
un
cálculo
exquisito
de todos
los
ingredientes
que debe
reunir un
texto
trágico y
sabe cómo
transmitirle
un hálito
de
presente
al mito
clásico.
«Hay
que
exigir
más al
teatro»,
reclamaba
Brecht
insistentemente.
El
montaje
de
«Ifigenia»
dirigido
por
Verónique
Nordey
viene a
hacer una
lúcida
respuesta
a esta
demanda.
En el
espacio
vacío
Nordey
suelta a
sus
criaturas
escénicas
para que
repartan
e
impartan
la
sagrada
palabra
dramática,
con
piedad,
desesperación
o pureza.
El
animalístico
coro
trágico
de seis
cuerpos y
seis
cabezas
realiza
un
trabajo
furioso y
minucioso,
de
certera
lucidez
trágica.
Todo
el elenco
ajusta su
interpretación
en el
tono
preciso
de su
personaje.
Josep
Albert
insufla
una
limpia
desesperación
a su
Agamenón.
Jorge
Gurpegui
demuestra
una
rotunda
presencia
escénica
y vocal,
dando
vida a un
agreste
Aquiles.
Alicia
Merino,
como
Ifigenia,
sirve la
dulzura e
ingenuidad
de la
muchacha
enamorada,
ignorante
de su
destino.
Todo es
lo que
debe ser
en este
exigente
y rico
montaje
que nos
han
brindado
Azama y
Nordey.
El
espectáculo
demuestra
una
manera
tan digna
y
verdadera
de
entender
el
carácter
artístico
y social
del
teatro,
que si
viene
Francia,
habrá que
ir
pensando
en
importarla,
tanto
para
nuestras
salas
alternativas,
como para
nuestros
teatros
públicos.
El
público,
entusiasmado
ante la
calidad
total de
la
propuesta,
desplegó
una
intensa
salva de
aplausos
dedicados
a los
intérpretes,
el autor,
la
directora,
y sobre
todo, a
una
manera
tan noble
de
entender
el
teatro.
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