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El
público
romano
reconocía
a los
personajes
por
sus
máscaras
estereotipadas,
como
se
explica
en la
exposición
de
Zaragoza |
Zaragoza
acoge
una
exposición
de 170
piezas
procedentes
de
importantes
museos
como los
de
Berlín,
el
Louvre o
El
Vaticano
que
revela
los
entresijos
del
teatro
hace
2.000
años y
su
trascendencia
social
durante
el
Imperio.
La
muestra
viajará
después
a Mérida
y
Córdoba.
ZARAGOZA.
«La vida
es un
teatro y
todos
dejaremos
un día
este
escenario».
Así
reflexiona
el
doctor
en
Lenguas
Clásicas
y
profesor
de
Historia
del
Teatro
Griego y
Latino
en la
Universidad
de
Florencia,
Olimpo
Musso,
para
ilustrar
la
trascendencia
de las
artes
escénicas
en la
cultura
heredada
de Roma,
cuyo
término
«persona»
significaba
precisamente
máscara,
la que
portaban
los
actores
que
representaban
a Séneca
o
Plauto.
Zaragoza
-después
lo harán
Mérida y
Córdoba-
acoge
desde
este fin
de
semana
la
exposición
«El
teatro
romano.
La
puesta
en
escena»,
organizada
por el
Ayuntamiento
de la
capital
aragonesa
y la
Fundación
La
Caixa,
que
reúne
170
piezas
de gran
valor
procedentes
de más
de 30
destacados
museos
arqueológicos
europeos
como los
de
Berlín,
el
Vaticano
o el
Louvre,
así como
el
emeritense
y el
cordobés.
Más que
describir
los
edificios
en los
que
transcurrían
las
representaciones,
la
muestra
busca
hacer
comprender
su vida
interna
-su
funcionamiento,
los
espectáculos
que
acogieron,
sus
géneros,
las
características
de los
actores
o del
público-,
así como
su
trascendencia
como
evento
social.
El
recorrido
por la
exposición
permite
conocer
cómo la
comedia
y la
tragedia
constituían
en la
época el
teatro
«serio»,
pero los
géneros
realmente
populares
eran
otros,
el mimo
y el
pantomimo.
El éxito
del
nudatio
mimarum
revela
que lo
que hoy
se
conoce
como
striptease
no era
algo
desconocido
para los
romanos,
señala
la
catedrática
de
Arqueología
de la
Universidad
Autónoma
de
Barcelona
Isabel
Rodà,
comisaria
de la
exposición
junto
con
Olimpo
Musso.
Al
margen
de
frivolidades,
el
teatro
tuvo una
importancia
capital
en la
reafirmación
del
poder
imperial,
emanado
del
divino,
sobre
todo a
partir
de la
época de
César
Augusto,
como
atestigua
la
presencia
de
estatuas,
inscripciones
y una
especie
de
capillas
en los
espacios
escénicos.
La
exposición
revela
los
secretos
de los
miembros
de las
compañías
ambulantes
-greges
o
catervae-,
que
solían
ser
esclavos
o
libertos
y
representaban
las
obras
cubiertos
por
máscaras,
salvo en
el caso
del
mimo, en
el que
intervenían
mujeres,
y
acompañados
de
música,
mientras
que el
público
se
sentaba
según un
escrupuloso
reparto
en
función
de su
condición
social. |