'¿Por
qué ha permanecido tan grande? Porque la verdad es que sus
esfuerzos terminaron en fracaso... En aquel robusto siglo XVI
no parece sino que era necesaria la robliza fuerza de Lutero,
la acerada agudeza de Calvino y el candente ardor de San
Ignacio; y no la suavidad aterciopelada de Erasmo'. (J.
Huizinga, al final de su Erasmo, Nueva York, 1924;
trad. esp. Barcelona, 1946). Algo después, también Stefan
Zweig, en su Erasmo (1934), contrastaba el talante
tolerante y crítico del gran humanista con la fogosa
intransigencia de Lutero y otros reformadores.
Las guerras
de religión que pronto ensangrentaron y desgarraron Europa
evidenciaron el fracaso del ideal pacifista de Erasmo y el
triunfo de la violencia religiosa. El llamado 'príncipe del
humanismo' fue un severo crítico de los abusos de la Iglesia
-de los monjes hipócritas y los clérigos obtusos, de las
huecas ceremonias y la teología escolástica, no menos
hueca-, pero no quiso, a la postre, romper con el catolicismo.
Le disgustaba el fanatismo y las actitudes ferozmente dogmáticas.
Buscaba una piedad sencilla, en línea con los evangelios y no
reñida con la razón, una Philosophia Christi. Reclamaba
la lectura frecuente de los textos bíblicos, depurados por la
filología humanista de añadidos y malas traducciones.
Recomendaba con fervor el estudio de los antiguos, el trato
directo y asiduo con los grandes autores griegos y latinos,
fundamento de la auténtica cultura. Los Studia Humanitatis
eran para él el punto de apoyo para entender el sentido
del mundo y para orientar la vida según la ética más noble.
Erasmo
compuso todas sus obras en latín, un espléndido latín
renacentista, de empeños europeos y ciceronianos. Editó y
tradujo muchos textos bíblicos, compuso ensayos, escribió
cientos y cientos de cartas, con un inmenso éxito de público
en toda la Europa docta. Sus Colloquia, sus Adagia, su
Ciceronianus y su Enchiridion militis christiani multiplicaron
sus ediciones y resonaron por toda Europa...
Pero ahora
tan sólo el Elogio de la locura (Encomion Morías), un
divertimento menor, en su opinión, una bagatela satírica,
sigue siendo leída. El estilizado latín que tanto prestigió
sus textos los ha ido luego marginando, a medida que se reducían
los latinistas. En lenguas vulgares guardaron sus ecos
Rabelais, Montaigne, Burton y Guevara, y muchos otros sagaces
lectores. Como recuerda Francisco Rico en El sueño del
Humanismo, éste se expresó en ese latín 'antibárbaro'.
El erasmismo
tuvo en España una honda y larga influencia, que estudió de
modo ejemplar Marcel Bataillon en su Erasmo y España (FCE,
1966), y más tarde, J. L. Abellán (El erasmismo español,
1976) y otros (véase El erasmismo en España, editado
por M. Revuelta y C. Morón, Santander, 1986). También aquí
los erasmistas perdieron la partida ante el rigor
inquisitorial: su lista va desde Vives, Laguna y los Valdés
hasta el mismo Cervantes.
Entre las
versiones recientes de textos de Erasmo recordemos dos, muy
significativas, con claras introducciones y útiles notas
bibliográficas: la de M. A. Granada, Erasmo de Rotterdam.
Escritos de crítica, religiosa y política (Círculo de
Lectores, 1996) y la de R. Puig de la Bellacasa, Adagios
del poder y de la guerra (Pre-Textos, Valencia, 2000).
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