Juan
Antonio
VIZCAÍNO
Las
desventuras
de
la
familia
real
tebana
dieron
mucho
que
hablar
y
escribir
a
los
dramaturgos
griegos.
Los
caprichos
del
Destino
(entendido
como
divinidad
autónoma
por
encima
de
los
hombres)
se
cebaron
con
esta
estirpe
de
poderosos
cuyos
nombres
han
permanecido
por
encima
del
furioso
paso
del
tiempo.
Edipo,
Iocasta,
Layo,
Creonte,
Antífona,
Eteocles
y
Polinices
¬junto
al
sabio
Tiresias¬
no
han
cesado
de
ser
reescritos,
pues
se
convirtieron
en
representantes
de
las
limitaciones
del
género
humano
frente
a
los
avatares
supremos.
Lluis
Pasqual
ha
recuperado
a
todos
estos
personajes
para
hacerlos
hablar
sobre
nuestro
tiempo.
Los
mitos
tienen
un
poder
atemporal
para
ejemplificar
nuestros
sufrimientos.
Siempre
reconocemos
puntos
en
común
con
esta
caterva
de
personajes
desahuciados
por
el
conocimiento.
Una
valla
metálica
(a
modo
de
medio
telón
escénico)
nos
sitúa
antes
de
que
comience
la
representación.
No
estamos
en
Atenas,
en
el
S. V
a.C.,
nos
encontramos
ante
cualquier
frontera
o
campo
de
concentración
contemporáneo.
Lluís
Pasqual
desnuda
los
textos
de
su
catarata
de
imágenes
violentas
originarias
para
transformarlos
en
portadores
de
conceptos
y
emociones
al límite.
Con
ello
se
trasluce
una
visión
metálica,
gris
y
desesperanzada
de
la
condición
humana,
de
las
sociedades
de
todos
los
tiempos.
El
espectáculo
respira
una
intensidad
teatral
poco
corriente.
Se
debe
al
trabajo
de
los
actores.
El
feliz
matrimonio
artístico
de
Pascual
y
Alfredo
Alcón
viene
de
antiguo.
«Edipo
XXI»
ofrece
una
excepcional
oportunidad
de
gozar
de
su
florecimiento
escénico.
Alcón
es
una
alta
cumbre
del
teatro
en
lengua
española.
Sólo
por
contemplar
la vívida
interpretación
de
Edipo
que
ejecuta
merece
la
pena
asistir
al
espectáculo.
Más
que
un
actor
es
un
artista,
un
creador
frágil
y
vulnerable
que,
desde
el
tono
o la
respiración,
da
lecciones
de
gran
verdad
teatral.
Toda
una
escuela
viviente
para
cualquiera
que
quiera
considerarse
intérprete.
Capacidad
de
contención
Vicky
Peña
vuelve
a
mostrar
su
animalidad
teatral
de
pura
raza
en
este
maduro
trabajo
doble
de
dar
vida
a
Antígona
e
Iocasta.
Raúl
Pazos
en
Tiresias,
Jesús
Castejón
en
Creonte,
y
Andreu
Benito
en
Teseo,
demuestran
su
capacidad
de
contención
para
teñir
de
trágico
sus
parlamentos.
Que
el
mismo
teatro
sacrifique
el
espíritu
de
la
fiesta
telúrica,
silvestre,
catártica
y
violenta
con
que
las
adornó
Dioniso
¬su
fundador¬
es
una
amputación
extrema,
una
claudicación
vitalista
en
favor
de
la
intelectualización
del
desengaño
que
transpira
este
montaje.
El público
se
quedó
con
hambre
de
teatralidad,
quizá
porque
la
única
manera
de
soportar
el
envite
de
la
exposición
trágica
sea
a
través
de
la
danza
orgiástica
de
los
sentidos
que
anima
el
coro
en
el público.
En
«Edipo
XXI»
la
gravedad
somera
del
espectáculo
merma
el
paradójico
mecanismo
festivo
del
espíritu
trágico.
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