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21 de octubre de 2002

ABC, Madrid

El suicidio de Ariadne, pero con final feliz
Ópera en un prólogo y un acto de Richard Strauss
  • Intérpretes: E. Gruberova, A. Pieczonka, W. Brendel, J. H. Murray, H. Brunner
  • O. S. del Liceo
  • Dirección: F. Haider
  • Dir. esc.: U. E. Laufenberg
  • Escenografía: T. Hoheisel
  • Vestuario: J. Karge
  • Liceo, 19 de octubre
Por PABLO MELÉNDEZ-HADDAD

Como corresponde a los tiempos que corren, lo primero que debería comentarse de la brillante inauguración que vivió el sábado la temporada liceísta es su propuesta teatral, pero para rememorar viejos tiempos, mejor mirar al foso. La Sinfónica del Liceo, reducida por exigencias de Richard Strauss a una treintena de músicos, tradujo con bastante energía la compleja, brillante y embrujadora partitura de esta obra maestra, con un Friedrich Haider que, desde el podio, si bien en todo momento caminó de la mano con los intérpretes, no alcanzó a marcar un sello personal, limitándose a una correctísima lectura, aunque también es cierto que alcanzó momentos especialmente cautivadores al subrayar el lirismo de los pasajes pertinentes.

Sobre el escenario, las voces mostraron un plantel desigual, especialmente cargado a los extremos: si Edita Gruberova impactaba nuevamente por la punta que le sacó a un papel de tantas aristas como es el de Zerbinetta, con ella compartían escenario voces menores en papeles igualmente importantes. La soprano de Bratislava se mostró en su salsa, dándole sentido hasta al más ínfimo de los trinos, hasta la coloratura más rebuscada. Gruberova, una vez más, se convirtió en la «reina del mambo», coronada con una lluvia de octavillas de colorines que cayeron desde los pisos altos de «su» Liceo que celebraban el cuarto de siglo de fidelidad de la diva para con el teatro barcelonés. Después de su aria, la función quedó interrumpida durante varios minutos por el terremoto de cariño que le brindó el público. La cantante se mostró encantada dirigiéndole al podio miradas de dulce complicidad al quejarse de los hombres una y otra vez por boca de su personaje.

Volviendo a ese mar de mediatintas vocales, el compositor de Heidi Brunner consiguió un éxito merecido, exhibiendo un trabajo maduro aunque con cierta tendencia a dar de más tanto en el terreno dramático como vocal; su voz corre con facilidad y su tesitura parece moverse feliz en lo sopranil. El debut de Adrianne Pieczonka resultó ser uno de los más importantes de los últimos años en Barcelona, cuyo hermoso timbre dibujó una Ariadna ideal especialmente gracias a la zona media y aguda de su amplio registro, dueña de un fraseo único y con un control del «fiato» apto para ligar las frases que hicieran falta.

El maestro de música de Wolfgang Brendel realizó una clase de estilo, mientras que Mariola Cantarero -impecable en los sobreagudos-, Heather Buck e Itxaro Mentxaka amalgamaban sus voces de manera perfecta en su complicada empresa.

El Scaramuccio de Francisco Vas estuvo mucho más cómodo que el Truffaldino de Simon Orfila -decididamente no es el papel de su vida- y que el frío Arlequín de Wojtek Drabowicz, a quien siempre le costó entrar a tiempo. El mayordomo de Dieter Weller impactó por presencia y desenvoltura. Absolutamente insuficientes resultaron los desempeños vocales de Steven Cole y Jordi Casanovas a pesar de sus evidentes esfuerzos y espléndidas caracterizaciones, mientras que el apretado Baco del tenor John Horton Murray alcanzó con dificultad la extrema tesitura de su endemoniado papel.

La propuesta, imaginativa y elegante de Uwe Eric Laufenberg -que monta en casa del rico vienés una isla con aires de balneario de principios del siglo XX-, le otorga especial importancia a las ansias de muerte de Ariadna ayudándola a suicidarse y, de paso, salvándola de esa angustia a la que la obliga su sueño eterno con el ingrato Teseo, presente en ese laberinto de mármol del suelo. Su Dioniso-Baco, más que devolverle la ilusión, la salva de un infierno lleno de monstruos con la ayuda del Compositor, quien reaparece al final para unir a la feliz pareja y para quedarse con Zerbinetta, un «happy-end» que deja a todos contentos. Los personajes aparecieron enfundados en el espléndido y detallista vestuario de Jessica Karge y en medio de los prácticos ambientes creados por la escenografía de Tobias Hoheisel y la iluminación de Wolfgang Göbbel.


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