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Crítica: «Elektra»
Gonzalo ALONSO
La «Elektra» de Strauss cumplirá pronto cien años. Han pasado muchas cosas
en lo musical desde 1909 y una buena parte de ellas debe su nacimiento a una
partitura que, sorprendentemente, disgustó a Mahler la primera vez que la vio,
hasta el punto de salirse del teatro. Es alentador que, en la décima parte de
tiempo, se haya pasado en España de casi la nada a poder disfrutar en varios
teatros de obras tan complejas como la presente. El público sevillano se
levantó de sus asientos para vitorear y ovacionar el espectáculo y sus
razones tenía.
El currículo de Janice Baird la califica como soprano dramática.
No lo es, aunque cante repertorio dramático. Sin embargo convence mucho como
Electra por tres motivos: una perfecta presencia escénica, aunque debería
haberse bruñido su tendencia a la sosería; una voz de lírica -casi «spinto»
si se quiere- que sabe colocar para lograr su máxima proyección y su acierto
en no moverse de la tumba de Agamenón, en el centro de la embocadura y casi
sobre la orquesta.
Desde allí se le escuchó todo, hasta los graves más
inaudibles. Perderse en los recuerdos de Nilsson es ocioso. Si Baird fue alumna
de Astrid Varnay, Ana María Sánchez lo fue de Leonye Rysaneck. Posiblemente
recibiera las mayores ovaciones y es que su Crisotemis está entre lo mejorcito
del presente. Lástima que Ana María no se decida a perder unos kilillos.
Canta este dramático repertorio sin olvidar que hay pasajes en donde ha de
introducirse el «legato» del italiano.
Sin maldad
La mítica Renata Scotto sacó adelante como pudo ¬con ayuda de amplificación incluida- el personaje de Clitemnestra. Le falta maldad y, sobre todo, potencia vocal. Ello no quita para que dejara constancia de su gran clase en algún momento de la increíble música que escribió Strauss para la escena del relato del sueño. Compuso Ángel Odena con mucho acierto la parte vocal de Orestes, tras un dubitativo inicio. El resto del reparto, con la siempre inestimable Mabel Perelstein en él, acertó en sus cometidos. Stephan Barlow dirigió a una orquesta a la que se notó disfrutar con eficacia y que logró un éxito en ese siempre problemático final del dúo de las dos hermanas. Se escuchó a ambas sin que la orquesta ¬que había sido ligeramente reducida para que pudiera entrar en el foso- perdiera contundencia. El apartado más flojo correspondió a la puesta en escena, con una confusión total en el vestuario, falta de profundidad en las caracterizaciones y alguna escena secundaria entre comparsas bien prescindible.
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