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ABC, Madrid, 19 de marzo de 2002
Los «colocones» de la sibila délfica
Aunque el historiador Plutarco, autor de las fascinantes «Vidas paralelas», ya lo había advertido, nadie había acertado a demostrar que las pitonisas que servían de médium para los augurios del Oráculo de Delfos aspiraban vapores sulfúreos para leer el futuro.
ALFONSO ARMADA Corresponsal
NUEVA YORK. Ha sido necesaria la perseverancia de un geólogo llamado Jelle Zeilinga de Boer para probar que bajo el templo dedicado al dios Apolo discurren fallas subterráneas por las que llegaban a la cámara de los oráculos vapores de etileno, metano y etano que euforizaban a las sibilas y las predisponían a proferir mensajes como el trágico destino de Edipo, que al querer eludir el augurio de que mataría a su padre y se casaría con su madre, acabaría cumpliéndolo al pie de la letra.
Intoxicamiento lúcido
Comisionado a comienzos de los 80 por el Gobierno heleno para determinar si era segura la construcción de centrales nucleares en terrenos próximos a Delfos, De Boer, que había leído a Plutarco, descubrió varias fallas que pasaban bajo las ruinas del templo. No eran de origen volcánico, pero sí susceptibles de que gases procedentes del interior de la corteza terrestre se filtraran y favorecieran el intoxicamiento lúcido de las sacerdotisas del bello dios. De Boer, de la Universidad de Wesleyan, no consideró que había ningún descubrimiento que pusiera en duda los poderes de los dioses del Olimpo.
Hasta que en 1995, como relataba ayer «The New York Times», que dio al hallazgo los honores de la portada de su suplemento científico, al calor de una botella de vino portugués con un compatriota arqueólogo, John R. Hale, de la Universidad de Louisville, salió de nuevo a flote la falla y sus humaredas. Hale, sabedor de los intentos frustrados que arqueólogos habían emprendido décadas atrás, trató de disuadir a De Boer de su error. No sólo no lo consiguió, sino que ambos regresaron a Grecia en 1996 y comprobaron la verdad: la falla existía, pero los gases euforizantes no eran de origen volcánico, sino petroquímico. «La verdad geológica» venía a ratificar al sabio Plutarco, recuerda De Boer, que ha completado sus pesquisas con expertos en geoquímica y toxicología.
Edipo se arrancó los ojos cuando supo que lo que el oráculo famoso predijo se había cumplido, y que con su propia mano había quitado la vida a su padre, Layo, nada más salir de Delfos a cuenta de quien debía ceder el paso en una encrucijada, para después descifrar el enigma de la Esfinge camino de Tebas y como premio desposar a la viuda de Layo, Yocasta, que era su madre. De tal desgracia hizo Sófocles una tragedia, mientras Delfos era apenas un nombre mítico feliz de la Grecia clásica. Durante 12 siglos había hablado el oráculo a través de sus pitonisas, cuyos mensajes a menudo eran tan enigmáticos que su interpretación era un arte que ahora la ciencia parece haber reducido a intoxicación de gases, cuyo efecto multiplicaba la ingesta de hojas de laurel y los baños purificadores que las sacerdotisas tomaban antes de escuchar las ávidas preguntas de reyes, ciudadanos y filósofos ansiosos de saber, como nosotros, qué les guardaba el porvenir.
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