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28 de junio de 2002

La Razón, Madrid

«Elektra»

Álvaro Guibert
Barenboim y la Staatsoper repitieron triunfo en Madrid con la «Elektra» de Richard Strauss. El Teatro Real se vino abajo de nuevo entre aplausos y bravos, pero con menos estrépito que con el «Tannhauser» de hace unos días. Es normal. «Elektra» es una tragedia esencial que le sacude a uno el alma, pero no le incita precisamente al arrebato de júbilo. Ya lo era en Sófocles, pero pasada por el genial taller del dúo Strauss/Hoffmansthal, «Elektra» se hace aún más brutal.
    «Elektra» es una ópera total, un espectáculo músico/teatral integrado, el logro del ideal wagneriano. El remolino de Elektra nos absorbe y nos conduce al fondo de la cuestión, no por la palabra, ni por la acción y ni por la música, sino por todo ello en conjunto y a la vez. Cuando las sopranos cantan sus temores, las oleadas de la orquesta las anega y les muerde constantemente el registro central, convirtiendo muchas de sus melodías en un Guadiana de agudos oídos y de graves imaginados. Y no es defecto: no es que a la voz de las chicas les falte peso, no siempre, al menos, ni que Barenboim se pase de decibelios. Así es «Elektra», sencillamente, está pensada así y así nos gusta.
    Strauss puso en esta partitura todos los colores de su paleta. O sea, todos los colores del mundo, sin dejar uno, y ayer los oímos todos. Barenboim hizo vibrar el Real con los violentos chirridos de Elektra y con sus cálidos idilios, que también los tiene. El trío de griegas (Connell, Silja, Valayre) subió alto, pero no tanto como el de 1998 en el Real (Marton, Rysanek, Ana María Sánchez). Hanno Müller, por otra parte, es un espléndido Orestes. La puesta en escena de Dieter Dorn es muy buena. Se beneficia de una espacio sencillo, útil y elegante de Jannis Kounellis, de un maravilloso vestuario del propio Kounellis y de una soberbia iluminación de Max Keller. Un único defecto en la dirección de actores: Elektra no puede jurar venganza, ni morirse, ni hacer ninguna otra cosa creíble, si a la vez está marcando con los brazos el compás de compasillo. Bastantes limitaciones tiene el juego escénico en la ópera como para andarse además con ingenuos solfeos.


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