Con la que está cayendo en Madrid estos días...
y el Museo del Prado, subiendo aún más la temperatura. La sala 16b se
convertirá durante todo el verano en la verdadera joya de la Corona,
compitiendo con la mismísima sala ovalada, que atesora lo mejor de Velázquez,
a pocos metros de aquélla. De la sabia mano de Javier Portús, conservador
del museo, se ha recreado -aunque no fielmente- la mítica «Sala Reservada»
que tuvo el Museo Real hasta 1838: se exhiben 23 cuadros con un denominador
común, el desnudo. Envidia de cualquier museo del mundo, rara vez se ha
concentrado tanta obra maestra por metro cuadrado. «Ahora mismo es,
seguramente, el lugar más hermoso de la Tierra», afirma con orgullo el
comisario. Basta un ejemplo: comparten pared «Las tres Gracias», de Rubens;
«Adán» y «Eva», de Durero, y las dos «Majas» (la vestida, arriba, y la
desnuda, abajo), recién llegadas de Washington.
El museo se mira a sí mismo
La exposición tiene su origen en un
libro, «La Sala Reservada del Museo del Prado y el coleccionismo de pintura
de desnudo en la corte española», del propio Portús, publicado en 1998. Ya
se habló de la posibilidad de hacer esta muestra siendo director José María
Luzón, pero ha sido Miguel Zugaza quien ha retomado definitivamente este
proyecto tan atractivo. El director del Prado subrayaba ayer que esta muestra
es un claro ejemplo de cómo visualizar de manera distinta la colección de la
pinacoteca, de cómo reelaborar la forma de acercar las obras al público con
un diálogo tan especial «para nuestros ojos modernos» como el que entablan
estos iconos del Prado. En esta misma línea, Portús dice: «Cuando el Prado
se mira a sí mismo, sale una exposición tan potente como ésta». Luego,
bromea: «Ya puedo retirarme». Fondos, desde luego, le sobran al museo para
concebir, con imaginación, exposiciones que, además de mostrar excelentes
piezas, cuenten una historia.
Y la que relata esta muestra es maravillosa.
Todo comienza en el siglo XVI: Tiziano le envía a Felipe II el lienzo «Venus
y Adonis» y le dice en una carta que se dispone a realizar otras «poesías»
para la colección de una habitación privada. Pero fue Felipe IV el Monarca
que más amó la pintura de desnudos. Un dato: de los 23 cuadros expuestos, 17
llegaron a las Colecciones Reales bajo su reinado. Creó en el Alcázar el
llamado «Cuarto Bajo de Verano», que albergaba tan comprometidos objetos.
Reza un inventario que esas pinturas colgaban de la habitación «en que Su
Majestad se retira después de comer». También conformaron las llamadas «Bóvedas
de Tiziano». Mucho más pudoroso, la conciencia de Carlos III no le permitió
tantas alegrías estéticas y ordenó quemar algunos de estos desnudos. Al
pintor Mengs y al marqués de Esquilache habría que canonizarles, pues
gracias a ellos podemos hoy disfrutar de estas joyas. Ya en el siglo XVIII,
las obras «más indecentes» de las Colecciones Reales recalan en la Academia
de San Fernando, hasta que el Museo Real (origen del actual Prado) los reclama
en 1827 y crea la «Sala Reservada», que llegó a tener unos 70 cuadros. «Era
un poco descafeinada -dice Portús. No llegó a tener la calidad artística ni
la densidad erótica de las salas reservadas anteriores». El catálogo de la
muestra incluye un ensayo de reconstrucción de cómo estuvo dispuesta aquella
sala, que tuvo una corta vida: desapareció en 1838 y los lienzos pasaron a
engrosar las escuelas nacionales a las que pertenecían sus creadores. ¿Le
gustaría recuperar hoy esta sala en el Prado? «No sería deseable», dice
Zugaza.
Rubens corrige a Tiziano
La censura hacía necesario recurrir
a temas bíblicos o mitológicos para que un pintor se atreviera con el
desnudo... Hasta que llegó Goya. Con él, la mujer no tuvo que convertirse en
Eva, Venus o cualquier deidad para posar desnuda. Mucho se ha especulado sobre
la ubicación de las «Majas» en el gabinete privado de Godoy. Portús cree
que eran sobrepuertas (la vestida, exterior, y la desnuda, interior). Además
de las citadas, hay expuestas muchas obras maestras salidas de la mano de
Durero, Tiziano, Tintoretto, Veronés, Annibale Carracci, Guido Reni, Rubens,
Furini y Goya. Destaca especialmente la pugna artística que mantuvo Rubens
con su maestro, Tiziano, al que copia para corregir. Se aprecia perfectamente
en «Adán y Eva»: se exponen juntos los lienzos de ambos.
El «nuevo Prado» parece que marcha por el
buen camino: interesantes exposiciones, comienza a notarse la mano de Eulalia
Boada en las relaciones externas... También hay novedades: Matías Díaz Padrón
ha sido nombrado conservador emérito (lo que los anglosajones llaman senior
curator) y se dedicará los próximos cinco años a proyectos de investigación.