España-Perejil y la isla de
Calipso
Miguel de UNAMUNO.
Publicado en «Alrededor del Mundo», Madrid, el 27 de junio de 1902
El número de la Revue
des Deux Mondes, correspondiente al 15 de Mayo de este año, traía un trabajo
de M. Víctor Bérard sobre Los orígenes de la Odisea, interesantísimo para
los españoles. El tal trabajo llamó muy justamente la atención del docto y
culto escritor Sr. Gómez de Baquero, que en La Epoca del 10 de este mes de
Junio y bajo el título de Los orígenes de la Odisea-Calipso-Perejil, da un
extracto de parte de la labor de M. Bérard.
Trata este señor nada menos que de señalar
la ruta y sitios de las correrías marítimas del astuto Ulises, y de
probarnos que la Odisea es en buena parte una poetización de las
instrucciones náuticas de los fenicios y de otros navegantes del Mediterráneo.
Lleva á cabo Bérard su cometido con verdadero ingenio.
Fíjase, sobre todo, en la duplicidad de los
nombres de lugares y cómo éstos se nos presentan con el nombre semítico y
el que luego le dieron los griegos, traduciendo éstos el nombre que á un
lugar le pusieran los fenicios á la vez que lo conservaban. Y esto me
recuerda lo que en cierta ocasión nos decía mi inolvidable maestro, D. Lázaro
Bardón, hablándonos del río Guadix: «Vinieron los semitas y le llamaron Ix
-decía-, que significa «río»; llegaron luego los árabes y le llamaron
Wad-Ix, es decir, el río río, y por último le llamamos nosotros el río
Guadix, esto es, el río río río. Es como el puente de Alcántara, es decir,
el puente del puente.»
Volviendo á Bérard y Ulises, no puede
negarse que es ingeniosísimo cuanto el erudito francés hace por determinar
la posición de los parajes que recorrió el astuto heleno, sirviéndose para
determinarlos de un cotejo entre el texto de la Odisea y el de las
Instrucciones náuticas y Derroteros para uso de los marinos. Y no es el menos
sorprendente de sus descubrimientos el de que la isla de Calipso, en que esta
encantadora retuvo á Ulises, fué la actual isla del Perejil, adquiriendo así
este indecente islote una importancia en que ni aun soñaba. Bien se ha dicho
que Dios ensalza á los humildes.
De esto de que el islote del Perejil sea, según
Bérard, la isla de Calipso, es de lo que dió cuenta el señor Baquero; pero
queda otra cosa más sorprendente aún y es que, según el mismo ingenioso
investigador, la tal isla es la que ha dado á España su nombre. No quiere
decirse que España haya de llamarse Perejil, sino que el nombre de Hispania
ó Spania fué aplicado en un principio á ese islote y de él se corrió á
la península toda.
Este humilde y modestísimo peñasco está á
casi igual distancia de la punta de Almanza y de la punta Leona, en el
Estrecho de Gibraltar, y depende de Ceuta. Es de figura triangular, de piedra,
con algunos arbustos, de una milla de bojeo y de 74 metros de altura. Es tan
modesto y apocado el islote que es difícil hallarlo, pues hasta cuando está
el tiempo claro no se le puede distinguir de la costa africana, uno de cuyos
numerosos salientes parece. Hay en él una caverna, caverna á la que veremos
adquirir, gracias á M. Bérard, una extraordinaria importancia. La tal
caverna, que bien merece ser fotografiada, tiene por entrada una hendidura de
20 metros de alto por siete ú ocho de ancho, componiéndose luego de dos
salas, y á los diez metros, de otra de 30 ó 40 metros de largo. Según el
Derrotero del Mediterráneo, podrían refugiarse en tal caverna hasta 200
hombres.
Tal es, según Bérard, la isla de Calipso,
es decir, del «escondrijo», derivando Calipso del verbo griego Kalypto
ocultar ó esconder. Según la Odisea había en ella perejil, de donde procede
su nombre actual. Veamos ahora cómo este islote ha dado nombre á España,
según Bérard siempre.
Dice éste: «Hé aquí, pues, la Isla del
Escondrijo, la Isla de Kalypso, la isla de arbustos, sembrada de perejil y de
violetas, alzándose sobre las ondas como un «ombligo» sobre el escudo homérico,
y conteniendo dos mesetas, dos planicies, cubiertas de monte y de yerba. Que
hayan conocido y frecuentado este refugio los primeros navegantes del
Estrecho; que hayan adoptado esta maravillosa estación de pesca, de comercio
y de piratería los tirios ó cartagineses en su cabotaje por la costa
africana, es cosa que podemos afirmar á priori. Con la rada al abrigo de
todos los vientos que deja entre sí y la costa, con su caverna accesible á
los marinos é inaccesible á los terrestres, fácil de descubrir cuando se
viene del Este, imposible de ver de todos los demás puntos, con su alta
atalaya que domina el mar de Levante y de Poniente; á la entrada del
Estrecho, he aquí la mejor emboscada y el mejor depósito, la verdadera
escala de las barcas primitivas. Sólo la topografía nos permite imaginar cómo
tuvieron en este punto los primeros exploradores de las Columnas de Hércules
una de sus etapas y después uno de sus puntos de apoyo para el descubrimiento
y explotación del mar occidental. Perejil fué la Isla, el Algeciras de los
primeros marinos. Pero además de los datos topográficos tenemos, según
creo, un nombre de lugar ó más bien un doblete.»
Y entra luego el ingenioso erudito francés
en lo más sorprendente y curioso de su trabajo, esto es, en establecer que el
nombre Calipso -nombre del islote, personificado en la encantadora- es la
traducción del nombre primitivo de Perejil, que debió de ser I-spania. «Un
doblete greco-semítico va á llevarnos á la comprensión más exacta de este
vocablo que empleamos sin comprenderlo, porque aplicamos al presente á toda
la península ibérica ó española el antiguo nombre que los primeros
navegantes semíticos dieron á Perejil: España, I-spania, la Isla del
Escondrijo.»
El nombre España se cree sea semítico por
haber conocido los romanos nuestra península merced á los cartagineses, y
suele traducirse «isla del Tesoro», aludiendo á las riquezas mineras de
nuestro subsuelo, de i, ai, e, isla y la raíz semítica sapan, de donde se
deriva sapun ó sapin, tesoro. Pero M. Bérard da otra etimología derivándolo
de I-spanea, del sustantivo spanea, escondrijo. Y añade triunfalmente: «I-spanea
no es más que la Isla de Kalypso, la Isla del Escondrijo. Perejil es la que
era en un principio Ispania, y no fué sino por error ó por una extensión de
sentido por lo que este nombre pasó al continente vecino.»
No es cosa de ponderar el descubrimiento de
M. Bérard, que se pondera por sí solo. No faltará lector descontentadizo y
difícil que no vea claro cómo pudo extenderse el antiguo nombre de la Isla
del Perejil a toda España, pero con sólo reflexionar en que aquel nombre
significaba Isla del Escondrijo, se le resolverán las dudas. Por mi parte la
única dificultad que encuentro para admitir el brillante invento de M. Bérard
es que, segun algunos paisanos míos, el nombre España deriva del vascuence
ezpaña, labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península en
Europa, etimología muy racional y justa, ya que saca el actual nombre de España
(no Hispania) del actual nombre del labio en vascuence, pues siempre debe uno
etenerse a actualidades, que es lo real, sin ir a buscar la forma antigua de
nombre España y del nombre vasco ezpaña, y por otra parte es sabido que los
que dieron nombre a la península tenian a la vista constantemente un mapa de
Europa. Mas una vez salvado este escrúpulo, no tengo inconveniente en aceptar
la brillante explicación de M. Bérard.
Y ¡qué prestigio no adquiere Perejil! ¡Cuán
insondables son las vías de la Providencia y qué inescudriñables sus
designios! En ese hasta hoy humildísimo y casi olvidado islote del Estrecho,
frente al ominoso y agorero Gibraltar, tenemos al padre putativo de España,
al que le dió nombre y con él individualidad entre las naciones. Bien
podemos llamar a nuestra Isla del Escondrijo, a nuestra emperejilada Ispania,
a nuestro gran Calipso, la Península del Perejil.
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