28 de agosto de 2002

la naciÓN LINE, Buenos Aires

Vigencia del mundo griego
EL INDIVIDUO, LA MUERTE Y EL AMOR EN LA ANTIGUA GRECIA
Por Jean-Pierre Vernant-(Paidós)-Trad.: J. Palacio-223 páginas-($ 50)

Gustavo Santiago

Jean-Pierre Vernant es, indudablemente, uno de los pensadores contemporáneos que más ha contribuido a mantener vivo el interés por el mundo griego. Mito y pensamiento en los griegos, Mito y sociedad en Grecia antigua y Los orígenes del pensamiento griego son algunos de los títulos más conocidos de una vasta obra, producto de más de 50 años de sostenida labor como docente e investigador. Su último libro traducido al español, El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, reúne diez ensayos en los que la particular combinación de rigor y belleza que suele caracterizar sus textos no está de ningún modo ausente.

En el prólogo, Vernant sostiene que el concepto que organiza estos ensayos es el de identidad. No obstante, al avanzar en la lectura se reiteran las referencias a la muerte, los dioses, la mujer, los extranjeros, las jerarquías sociales mientras que la cuestión de la identidad es apenas mencionada. ¿Cómo salvar esta aparente contradicción? Vernant explica que para los griegos la identidad no se alcanza -como sucede en el individualismo moderno- mediante la introspección, sino a través de la confrontación con algo que desde su alteridad, a modo de espejo, conduce a la construcción del sí mismo. En este sentido, los dioses, las mujeres y los extranjeros constituyen esos otros frente a los cuales el varón griego descubre quién es. Y junto a ellos, potenciando su nivel de alteridad, la muerte aparece como el gran Otro, como el espejo definitivo ante el cual es necesario ponerse de pie para conocerse. En los primeros siete ensayos del libro, Vernant desarrolla posibles vínculos entre la muerte y las otras formas de la alteridad.

En relación con los dioses, la muerte es la marca que señala la frontera infranqueable entre su mundo y el mundo humano. Los dioses no conocen la muerte (ni la vejez, que es una suerte de morir cotidiano); los hombres no pueden escapar de ella. Sin embargo, los griegos concibieron un modo de alcanzar cierto tipo de inmortalidad: "la caída en el campo de batalla -sostiene Vernant- salva al guerrero de este inexorable destino, de semejante deterioro de todos los valores que conforman la areté [excelencia] viril". La "bella muerte" -de la que Aquiles es paradigma- le abre la posibilidad al joven guerrero de suscitar cantos que lo celebren a lo largo de todos los tiempos y, a su vez, de merecer honras fúnebres y monumentos que lo consagren como ejemplo viviente para quienes no han compartido su suerte. Perduración en la palabra y en el monumento como modos de alcanzar la inmortalidad en la memoria colectiva. Por contraposición, la muerte que llega tras largos años puede evidenciar la cobardía de quien no supo arriesgarse lo suficiente, de quien ponderó la supervivencia por encima de la gloria. Así, la muerte no sólo diferencia a los dioses de los hombres sino que permite establecer jerarquías entre estos últimos.

Para desarrollar el vínculo entre la muerte y la mujer , el autor compara diversas figuras de la muerte en Grecia y muestra cómo Thánatos, su nombre masculino, "no tiene nada de terrorífico" e, incluso, puede emplearse para designar a la "bella muerte" del joven guerrero, mientras que Gorgona y Kere, figuras femeninas, "parecerían más próximas a todo eso que la transformación del vivo en cadáver y del cadáver en carroña pueden tener de repulsivo y horroroso". Hesíodo y su relato de la creación de Pandora le permiten recordar a Vernant, además, que "la muerte y la mujer surgieron al mismo tiempo". En otro orden, diversos textos atestiguan que, para los griegos, el deseo amoroso -encarnado en la mujer- produce efectos semejantes a los de la muerte: "el deseo, durante el asalto amoroso, quiebra las rodillas, y la muerte hace lo mismo durante el combate guerrero".

Finalmente, la actitud hacia ese gran Otro que es la muerte es postulada como una clave que permite advertir rasgos esenciales de la sociedad a la que uno pertenece. Es que, para Vernant, en toda comunidad hay una "Ôpolítica' de la muerte" que traduce los esfuerzos que en su seno se llevan adelante para "administrarla", para quitarle el manto de horror que aterra a los hombres. Por ello, para aproximarse a la "ideología funeraria" griega, el autor confronta sus rituales mortuorios con los de la India brahmánica y los de la antigua Mesopotamia.

El volumen se completa con un texto en el que se analizan diversas concepciones del amor (la del Aristófanes platónico, la de Diotima, de El banquete y la del mito de Narciso), un texto dedicado al estudio de la educación de los jóvenes en la antigua Esparta y un extenso ensayo acerca de la noción de individuo en Grecia, en el que se señalan las principales diferencias con el significado que actualmente se le otorga al término.

Como en sus trabajos mayores, Vernant da muestras aquí de su capacidad para abrir perspectivas novedosas, inteligentes y, al mismo tiempo, de su habilidad para presentarlas con un lenguaje que conjuga la precisión del investigador, la claridad del pedagogo y la seducción del gran narrador.


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