Gustavo
Santiago
Jean-Pierre
Vernant es, indudablemente, uno de los pensadores contemporáneos que más
ha contribuido a mantener vivo el interés por el mundo griego. Mito y
pensamiento en los griegos, Mito y sociedad en Grecia antigua y
Los orígenes del pensamiento griego son algunos de los títulos más
conocidos de una vasta obra, producto de más de 50 años de sostenida
labor como docente e investigador. Su último libro traducido al español,
El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, reúne diez
ensayos en los que la particular combinación de rigor y belleza que suele
caracterizar sus textos no está de ningún modo ausente.
En el prólogo,
Vernant sostiene que el concepto que organiza estos ensayos es el de
identidad. No obstante, al avanzar en la lectura se reiteran las
referencias a la muerte, los dioses, la mujer, los extranjeros, las
jerarquías sociales mientras que la cuestión de la identidad es apenas
mencionada. ¿Cómo salvar esta aparente contradicción? Vernant explica
que para los griegos la identidad no se alcanza -como sucede en el
individualismo moderno- mediante la introspección, sino a través de la
confrontación con algo que desde su alteridad, a modo de espejo, conduce
a la construcción del sí mismo. En este sentido, los dioses, las mujeres
y los extranjeros constituyen esos otros frente a los cuales el varón
griego descubre quién es. Y junto a ellos, potenciando su nivel de
alteridad, la muerte aparece como el gran Otro, como el espejo definitivo
ante el cual es necesario ponerse de pie para conocerse. En los primeros
siete ensayos del libro, Vernant desarrolla posibles vínculos entre la
muerte y las otras formas de la alteridad.
En relación
con los dioses, la muerte es la marca que señala la frontera
infranqueable entre su mundo y el mundo humano. Los dioses no conocen la
muerte (ni la vejez, que es una suerte de morir cotidiano); los hombres no
pueden escapar de ella. Sin embargo, los griegos concibieron un modo de
alcanzar cierto tipo de inmortalidad: "la caída en el campo de
batalla -sostiene Vernant- salva al guerrero de este inexorable destino,
de semejante deterioro de todos los valores que conforman la areté
[excelencia] viril". La "bella muerte" -de la que Aquiles
es paradigma- le abre la posibilidad al joven guerrero de suscitar cantos
que lo celebren a lo largo de todos los tiempos y, a su vez, de merecer
honras fúnebres y monumentos que lo consagren como ejemplo viviente para
quienes no han compartido su suerte. Perduración en la palabra y en el
monumento como modos de alcanzar la inmortalidad en la memoria colectiva.
Por contraposición, la muerte que llega tras largos años puede
evidenciar la cobardía de quien no supo arriesgarse lo suficiente, de
quien ponderó la supervivencia por encima de la gloria. Así, la muerte
no sólo diferencia a los dioses de los hombres sino que permite
establecer jerarquías entre estos últimos.
Para
desarrollar el vínculo entre la muerte y la mujer , el autor compara
diversas figuras de la muerte en Grecia y muestra cómo Thánatos, su
nombre masculino, "no tiene nada de terrorífico" e, incluso,
puede emplearse para designar a la "bella muerte" del joven
guerrero, mientras que Gorgona y Kere, figuras femeninas, "parecerían
más próximas a todo eso que la transformación del vivo en cadáver y
del cadáver en carroña pueden tener de repulsivo y horroroso". Hesíodo
y su relato de la creación de Pandora le permiten recordar a Vernant,
además, que "la muerte y la mujer surgieron al mismo tiempo".
En otro orden, diversos textos atestiguan que, para los griegos, el deseo
amoroso -encarnado en la mujer- produce efectos semejantes a los de la
muerte: "el deseo, durante el asalto amoroso, quiebra las rodillas, y
la muerte hace lo mismo durante el combate guerrero".
Finalmente,
la actitud hacia ese gran Otro que es la muerte es postulada como una
clave que permite advertir rasgos esenciales de la sociedad a la que uno
pertenece. Es que, para Vernant, en toda comunidad hay una "Ôpolítica'
de la muerte" que traduce los esfuerzos que en su seno se llevan
adelante para "administrarla", para quitarle el manto de horror
que aterra a los hombres. Por ello, para aproximarse a la "ideología
funeraria" griega, el autor confronta sus rituales mortuorios con los
de la India brahmánica y los de la antigua Mesopotamia.
El volumen
se completa con un texto en el que se analizan diversas concepciones del
amor (la del Aristófanes platónico, la de Diotima, de El banquete
y la del mito de Narciso), un texto dedicado al estudio de la educación
de los jóvenes en la antigua Esparta y un extenso ensayo acerca de la
noción de individuo en Grecia, en el que se señalan las principales
diferencias con el significado que actualmente se le otorga al término.
Como en sus
trabajos mayores, Vernant da muestras aquí de su capacidad para abrir
perspectivas novedosas, inteligentes y, al mismo tiempo, de su habilidad
para presentarlas con un lenguaje que conjuga la precisión del
investigador, la claridad del pedagogo y la seducción del gran narrador.
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