A propósito de Titus
Andronicus, de William Shakesperare
Vicente Adelantado
Soriano
Estamos viviendo el
verano teatral de Sagunto como el que vive sus últimas horas: no cesa de
hablarse de su inminente cierre para deshacer lo que hicieron unos y hacer
lo que quieren los otros. La restauración del teatro romano creó polémica
en su día, una polémica más politizada y política que cultural, como
casi todas las de esta desgraciada comunidad.
Yo no soy profesor de
arte, sí de dramatización, y tal vez no sea la persona indicada para
hablar de restauraciones. Ahora bien, toda la polémica generada en torno
al teatro romano de Sagunto me parece de una hipocresía terrible. No sé
porqué, por ejemplo, nadie ha denunciado la restauración de la Puerta de
los Apóstoles de la catedral de Valencia; no sé porqué no protestaron
cuando demolieron todo el modernismo valenciano, cuando derribaron el
palacio de Ripalda, cuando los baños árabes pasaron a ser una casa de
citas, o la iglesia más antigua de Valencia, S. Juan del Hospital, se
convirtió en un cine club... ¿para qué seguir? Tal vez la explicación
de todo esto está en que en ninguno de esos monumentos se hacía o hace
teatro.
Quizás el teatro nos
enseñe a escucharnos los unos a los otros. Y a darnos cuenta que también
el otro tiene su parte de razón. Séneca recomendaba ser amables los unos
con los otros, pues malvados somos y entre malvados nos movemos. Lo malo
es que uno siempre considera que el otro es más malvado que él. Y esto
puede ser terrible cuando una persona detenta el poder absoluto. Es el
caso de Titus Andronicus.
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Una vez más, pese a
todas las amenazas, pudimos asistir a la conferencia del director antes de
ver la obra. Y no se puede por menos que mostrarse agradecido a la
terrible sinceridad de Fernando Urdiales a la hora de hablar del teatro
Corsario, y de los problemas que le generó el montaje de Titus:
traducciones para contrastarlas entre ellas, referencias a otros montajes,
posibilidad de, al menos, ver vídeos o películas sobre la obra. No había
nada. Nada de nada. Y es posible que muchas matizaciones de Shakespeare o
críticas se nos escaparan. No es menos cierto que ha cambiado un tanto la
sensibilidad del espectador, y hoy no deja de producir risa tanta muerte y
mutilación. Es la concesión al teatro de la época. Pese a lo cual, y
por encima de todo, brilla el problema que supone el que una persona, o
una familia, detente el poder. Y como los enemigos terminan por ser el uno
parte del otro. La única persona que les molesta a todos es la pobre
Lavinia, violada y mutilada: le cortan las manos y la lengua, con lo que
se convierte en el testigo mudo que sólo puede llorar. Los llantos hieren
tanto a su padre que hasta desea matarla. El otro personaje, Aaron, nos
dice lo difícil por no decir imposible que es que cambie una persona o
una sociedad: es malo, y muere arrepintiéndose de no haber sido peor. El
resto muere sin arrepentirse ni tener más ideales. Y al final, de la mano
del hijo de Titus, surge la solución: el olvido y la reconciliación.
Al finalizar la obra uno
siente un poco de horror y alivio. Pero queda algo en el aire que hace
temer que la tragedia no ha concluido. Se ha terminado, es cierto, porque
todos han quedado ahítos de sangre. Pero el hombre olvida con relativa
facilidad, y con mucha frecuencia vuelve a los caminos conocidos: a la
muerte y a la destrucción. Si Titus es una crítica velada a la política
de la época de Shakespeare, igualmente podía servir para hacernos ver el
problema que acarrea un poder político no moderado por otras fuerzas
cuando no lo puede estar, como deseaba el pobre Séneca, por la filosofía.
Si Teatro Corsario estaba
en mantillas a la hora de montar esta obra, en no menos mantillas está el
espectador. Aquí no es que no se haya visto a Shakespeare, es que no se
ha montado, salvo raras ocasiones, a Cervantes, Lope, Ruíz de Moreto,
Lope de Rueda o Tirso de Molina por hablar de unos cuantos. Por tanto con
total ingenuidad nos enfrentamos al montaje de Fernando Urdiales. Nada que
objetar. Lo conocíamos ya del año pasado. Trajo Edipo. Y como
entonces los actores estuvieron impecables. Decorado y música están
totalmente al servicio de la obra, y ésta, con el trabajo de Teatro
Corsario, se eleva magnífica, pese a no ser una de las grandes tragedias
de Shakespeare. Pero hay compañías y directores que pueden hacer buenos
montajes de obras menores, y otros que los destrozan por su creencia de
que las obras han sido escritas para que ellos las dirijan.
El teatro, pues, como
enseñanza. De ahí que siempre haya estado tan perseguido. Y seguimos.
Tal vez algún día a los políticos les pegue por escribir teatro. Por
desgracia ya conocemos el caso de Nerón. Sea como sea no dejen de ver el
montaje de Teatro Corsario de Titus Andronicus. Más hacia
delante, amanecerá Dios y medraremos todos. Esperemos. Vale.
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