Vicente Adelantado
Soriano
Si ver buen teatro en
este país es un tanto problemático, más lo es ver a un clásico sobre
el escenario. Y este año, este verano, pese a las lluvias, las tormentas
y todos los pesares, hemos tenido suerte: hemos podido ver a Edipo, a
Tius, y, para finalizar, a Fedra, ni más ni menos, y ni más ni menos que
en la versión de Jean Racine, un autor que, como tantos otros, uno
consideraba un apartado de las clases de francés pero nunca un dramaturgo
factible de ser visto u oído en escena.
También, como ya es
habitual, pudimos oír a su director, Joan Ollé en este caso, en la
conferencia coloquio que se ofrece antes del espectáculo. Fue la
despedida y clausura de estas conferencias. No muy concurridas, es cierto;
pero se debe tener en cuenta que estamos en verano y que el Festival Sagunt
a escena no se promociona casi nada por no decir nada. Pese a todo
asistió la gente que tenía interés por el teatro y por conocer los
problemas de sus directores con las obras, y el por qué de estas obras y
no de otras.
Joan Ollé explicó
enseguida, como hiciera antes Lluís Pasqual, que lo que le interesaba de
la obra era el texto. Contaba para ello con una excelente traducción
hecha en verso, respetando el hemistiquio, y con rima consonante. El texto
le pareció tan bello que, en un principio, había pensado mantener las
luces del escenario apagadas a fin de que sólo se oyeran las voces de los
actores. Y, desde luego, no quería, ni lo hay, ningún tipo de decorado
que distraiga la atención del espectador. El escenario de Sagunto le
pareció excesivamente monumental para sus fines.
No mantuvo las luces
apagadas. Y fue una suerte, pues aparte de las voces, sonando como
instrumentos de una orquesta, fue una delicia ver las actuaciones. Y
dentro de ellas cobra especial relevancia el movimiento de los personajes.
Como el mismo Ollé dijo, aquéllos se mueven como piezas de un ajedrez. Y
el movimiento de unos repercute en los otros. No así sus mensajes:
hablan; pero lo hacen como estatuas clásicas, si se me permite el
anacronismo: no se miran, no se dirigen los unos a los otros. Son figuras
monolíticas que explican sus razones, se justifican, se animan a hacer
esto o lo otro; pero jamás, o rara vez, las palabras de unos tienen
efecto sobre los otros. Apenas si hay contacto entre ellos. Es la radical
incomunicación. La radical imposibilidad de volver a tener aquello que se
tuvo en otro tiempo. Quizás sea la justificación de Racine, en un clima
excesivamente moralizante, pesado, por haberse enamorado de una mujer
joven, por haberse dejado llevar por la pasión propia de la juventud y de
la madurez. De ahí su interés por Fedra.
Vimos un montaje, pues,
sin ninguna concesión: sin decorados, sin grandes ropajes, sin
espectaculares movimientos. Pero a cambio pudimos disfrutar de unas voces
muy cuidadas, y de una musicalidad y unos movimientos que, por su contención,
todavía hacían a la obra más dramática, si cabe. Más terrible y
angustiosa. Cabe añadir a ello una noche especialmente tormentosa.
Durante las imprecaciones de Fedra o de Hipólito comenzó a relampaguear,
subrayando el cielo, o los dioses, lo dicho por uno y por otro. Ya sé que
al señor Ollé esto tal vez le molestara; pero, de verdad, le dio
grandeza a la obra. Por supuesto que no lo necesitaba. Vuelvo a insistir
que las voces fueron modélicas. A veces tenía uno la sensación de estar
asistiendo a un concierto. A un buen concierto de una música desgarrada y
trágica.
Fue un montaje sin
concesiones, puro teatro, muy cercano al ritual, a Las Bacantes. Y,
una vez más, gracias a los dioses, nos tenemos que felicitar por este
movimiento que nos recorre últimamente en el que, por fin, lo importante
es el texto, y no nuestra intervención.
La obra está traducida
al catalán. La organización del festival Sagunt escena no avisó
de ello en ningún momento. Sabida es la interesada polémica que hay en
la Comunidad Valenciana sobre el catalán y el valenciano. Y la ola de
xenofobia y patrioterismo que tan absurda discusión ha suscitado. Unas
cosas y otras provocaron que algunas personas abandonaran el teatro nada más
comenzar la obra. Somos así de educados. Por fortuna no hicieron excesivo
ruido. Ahora bien, sería muy de agradecer que la organización del
festival avisara de estas cosas, y que se pusiera de acuerdo con el
Excelentísimo Ayuntamiento de Sagunto para que éste, o quien sea, se
abstenga de tirar petardos, cohetes o bengalas durante las
representaciones teatrales. La otra noche ya tuvimos bastante con el
tronador Zeus, el cual, sí, lo hizo bastante bien.
A la profesionalidad de
todos los actores, a su buen hacer, cabe añadir estos inconvenientes que
en ningún momento afectaron a la maravillosa representación que nos
ofrecieron. Gracias. Muchas gracias.
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