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29 de agosto de 2002

festival Sagunt a escena

Fedra o las estatuas

Vicente Adelantado Soriano

Si ver buen teatro en este país es un tanto problemático, más lo es ver a un clásico sobre el escenario. Y este año, este verano, pese a las lluvias, las tormentas y todos los pesares, hemos tenido suerte: hemos podido ver a Edipo, a Tius, y, para finalizar, a Fedra, ni más ni menos, y ni más ni menos que en la versión de Jean Racine, un autor que, como tantos otros, uno consideraba un apartado de las clases de francés pero nunca un dramaturgo factible de ser visto u oído en escena.

También, como ya es habitual, pudimos oír a su director, Joan Ollé en este caso, en la conferencia coloquio que se ofrece antes del espectáculo. Fue la despedida y clausura de estas conferencias. No muy concurridas, es cierto; pero se debe tener en cuenta que estamos en verano y que el Festival Sagunt a escena no se promociona casi nada por no decir nada. Pese a todo asistió la gente que tenía interés por el teatro y por conocer los problemas de sus directores con las obras, y el por qué de estas obras y no de otras.

Joan Ollé explicó enseguida, como hiciera antes Lluís Pasqual, que lo que le interesaba de la obra era el texto. Contaba para ello con una excelente traducción hecha en verso, respetando el hemistiquio, y con rima consonante. El texto le pareció tan bello que, en un principio, había pensado mantener las luces del escenario apagadas a fin de que sólo se oyeran las voces de los actores. Y, desde luego, no quería, ni lo hay, ningún tipo de decorado que distraiga la atención del espectador. El escenario de Sagunto le pareció excesivamente monumental para sus fines.

No mantuvo las luces apagadas. Y fue una suerte, pues aparte de las voces, sonando como instrumentos de una orquesta, fue una delicia ver las actuaciones. Y dentro de ellas cobra especial relevancia el movimiento de los personajes. Como el mismo Ollé dijo, aquéllos se mueven como piezas de un ajedrez. Y el movimiento de unos repercute en los otros. No así sus mensajes: hablan; pero lo hacen como estatuas clásicas, si se me permite el anacronismo: no se miran, no se dirigen los unos a los otros. Son figuras monolíticas que explican sus razones, se justifican, se animan a hacer esto o lo otro; pero jamás, o rara vez, las palabras de unos tienen efecto sobre los otros. Apenas si hay contacto entre ellos. Es la radical incomunicación. La radical imposibilidad de volver a tener aquello que se tuvo en otro tiempo. Quizás sea la justificación de Racine, en un clima excesivamente moralizante, pesado, por haberse enamorado de una mujer joven, por haberse dejado llevar por la pasión propia de la juventud y de la madurez. De ahí su interés por Fedra.

Vimos un montaje, pues, sin ninguna concesión: sin decorados, sin grandes ropajes, sin espectaculares movimientos. Pero a cambio pudimos disfrutar de unas voces muy cuidadas, y de una musicalidad y unos movimientos que, por su contención, todavía hacían a la obra más dramática, si cabe. Más terrible y angustiosa. Cabe añadir a ello una noche especialmente tormentosa. Durante las imprecaciones de Fedra o de Hipólito comenzó a relampaguear, subrayando el cielo, o los dioses, lo dicho por uno y por otro. Ya sé que al señor Ollé esto tal vez le molestara; pero, de verdad, le dio grandeza a la obra. Por supuesto que no lo necesitaba. Vuelvo a insistir que las voces fueron modélicas. A veces tenía uno la sensación de estar asistiendo a un concierto. A un buen concierto de una música desgarrada y trágica.

Fue un montaje sin concesiones, puro teatro, muy cercano al ritual, a Las Bacantes. Y, una vez más, gracias a los dioses, nos tenemos que felicitar por este movimiento que nos recorre últimamente en el que, por fin, lo importante es el texto, y no nuestra intervención.

La obra está traducida al catalán. La organización del festival Sagunt escena no avisó de ello en ningún momento. Sabida es la interesada polémica que hay en la Comunidad Valenciana sobre el catalán y el valenciano. Y la ola de xenofobia y patrioterismo que tan absurda discusión ha suscitado. Unas cosas y otras provocaron que algunas personas abandonaran el teatro nada más comenzar la obra. Somos así de educados. Por fortuna no hicieron excesivo ruido. Ahora bien, sería muy de agradecer que la organización del festival avisara de estas cosas, y que se pusiera de acuerdo con el Excelentísimo Ayuntamiento de Sagunto para que éste, o quien sea, se abstenga de tirar petardos, cohetes o bengalas durante las representaciones teatrales. La otra noche ya tuvimos bastante con el tronador Zeus, el cual, sí, lo hizo bastante bien.

A la profesionalidad de todos los actores, a su buen hacer, cabe añadir estos inconvenientes que en ningún momento afectaron a la maravillosa representación que nos ofrecieron. Gracias. Muchas gracias.


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