Anoche, y con el permiso
del tiempo: no llovió, pudimos asistir a la representación de Edipo
XXI dirigida por Lluís Pasqual. La representación tuvo lugar en el
teatro romano de Sagunto. Antes, y siguiendo una joven tradición que
proviene del año pasado, pudimos asistir a una conferencia coloquio del
propio Lluís Pasqual. Oírlo fue toda una delicia. Aunque tal vez hubiera
sido mejor ofrecer esa conferencia una vez vista la obra. Y no porque ésta
plantee ningún problema de comprensión. Creo que como él mismo dijo, su
labor ha sido la de un arqueólogo. Evidentemente ha ido quitando el polvo
y las interpretaciones sobre Edipo para dejárnoslo tal como, puede ser,
lo vieran los griegos del siglo V. No hay en el montaje del Sr. Pasqual
ningún intento purista: vestir a los actores como griegos del siglo V,
utilizar máscaras como las de aquella época, etc. Con lo que consigue
hacer un Edipo no costumbrista, y, desde luego, más próximo a nosotros.
Siempre quedará, desde luego, la convención de la maldición, de la
diferencia de edad entre Yocasta y su hijo; pero olvidado esto, Edipo se
nos presenta como el hombre actual: encerrado en su mundo, incapaz de
escuchar a nadie, y generando desgracia tras desgracia. Como Cronos antes
permite la muerte de todos sus hijos, incluida la favorita Antígona, que
ceja en su empeño. Edipo es el hombre que no ríe nunca. Lo cual, ya de
entrada, lo hace sospechoso.
El montaje de Lluís
Pasqual, como casi todos los montajes que he tenido oportunidad de ver
hasta ahora, es de una sobriedad y eficacia asombrosa. Lo importante,
desde luego, es el texto. Y en Edipo XXI queda claro,
suficientemente claro. Bien es verdad que uno echa de menos, un poco al
menos, aquello de que el teatro es el lugar para ver, para contemplar. Y
le gustaría ropajes y máscaras. Quizás tanto teatro costumbrista nos
han malacostumbrado. Así que no está nada mal una visión clara, una
limpieza, de un mito, una restauración si queremos para que brille con su
luz propia. No es menos cierto que también uno ha quedado más que harto
y cansado de montajes para alabanza de consejerías y políticos con un
gran despliegue de medios, y que tenían "la virtud" de
desvirtuar el texto: lo importante no era lo que decía Hécuba en Las
Troyanas, sino toda la parafernalia y pirotecnia montada a su
alrededor. Con Edipo, sin máscaras ni ropajes, recuperamos, además, una
cosa que nunca deberíamos haber perdido: la capacidad de escucharnos unos
a los otros. Tenemos ante nosotros la palabra desnuda, sin mantos,
grandilocuencias, ni sangre. Es una puesta en escena que le puede venir
muy bien a una sociedad que ya no distingue el verbo oír del escuchar.
Hoy, que nadie le presta atención a nadie, resulta, según los
periodistas al uso, que desde un hotel se "escuchan" los cañones.
Escuchen a Sófocles y tal vez dejarán de oír cañonazos.
Un montaje, pues, sobrio
y elegante en el que, como dijo el mismo Lluís Pasqual, el espectador se
olvida de decorados y paredes para prestar atención a las palabras y
gestos de unos excelentes actores. Con ello, no obstante, creemos que
también se pierde algo del ritual y del sentido religioso que tuvieron
las representaciones clásicas. Sin embargo, no desmerece la obra. En
absoluto. Lástima que obras así se vean de vez en cuando. Tenían que
ser de visión obligatoria en la E.S.O. Quizás no estaríamos tan neuróticos
y funcionaríamos un poco mejor. No se la pierdan.
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