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Ideal de Granada, 1 de julio de 2001

'Oedipus Rex', una dirección de Josep Pons en clave de Festival 

La ópera-oratorio de Stravinsky tuvo en la Orquesta Ciudad de Granada su gran base. Una producción propia que demuestra que la ópera no debe estar ausente del certamen 

ruiz molinero granada 

Las producciones propias o asociadas que ya iniciara Carmen Palma con 'Salomé', de Ricardo Strauss, en Carlos V, amén del malogrado 'Don Giovanni' que iba a preparar Pilar Miró y al que puso serios reparos el propio Patronato de la Alhambra; Udaeta, con 'Orfeo', de Monteverdi, ante la Catedral, y que luego continuaría Aracil con 'Atlántida', de Falla, en versión de la Fura dels Baus, y el pasado año con 'La flauta mágica' mozartiana, en el Generalife, con Els Comediants, son hechos de importancia en la historia del Festival de Granada. Elementos hechos y pensados en lo que podríamos llamar 'clave del Festival', tonalidad que no admite mediocridades y sí aquellos elementos imaginativos y renovadores que den aliento, modernidad y proyección a este evento. 

En 'Atlántida', 'La flauta mágica', y la noche del viernes y hoy domingo, con 'Oedipus Rex', la figura de Josep Pons, como director musical de estas producciones, ha tenido especial relevancia; en las dos últimas, apoyado en ese gran conjunto en que se ha convertido la Orquesta Ciudad de Granada que hay que pensar, ya, en ampliarlo y robustecerlo, para aprovechar las enormes posibilidades que ofrece no sólo para el Festival Internacional, sino para Granada y para el resto de la región. El éxito y prestigio de sus grabaciones sobre Falla o Stravinsky avalan todo lo que hace tiempo vengo diciendo. 

¿'Don Carlo' o 'Edipo'? 

Este año del cincuentenario era necesaria una ambiciosa producción propia. Quizá por la coincidencia del centenario verdiano me hubiese inclinado por un 'DonCarlo' que alguna vez se pensó para este escenario idóneo, donde la ópera puede tener cabida si se utiliza la imaginación y los medios actuales para el espectáculo en sí. Pero qué duda cabe que el genial 'Oedipus Rex' de Stravinsky-Cocteau es un plato sumamente apetecible para el Festival.

Un plato que encontramos servido con el talento, la fuerza y la minuciosidad musical que Pons y la OCG han puesto en esta producción, donde la música stravinskyana, expuesta con una elocuencia y precisión notabilísima, ha sido, como era natural, la gran protagonista de un espectáculo que, además, ha obtenido singularidad en el propio montaje escénico ideado por Frederic Amat y donde destaca el precioso vestuario de Antonio Miró con telas pintadas a mano por el propio Amat. 

Quizá, dentro del propio contexto del Palacio de Carlos V, no hubiesen sido necesarias las proyecciones en trazos laberínticos que, aunque ilustren gráficamente del sentido sinuoso de la vida humana, en cualquier momento, de la tragedia y hasta de la sangre y las lágrimas vertidas en la tragedia de Sófocles, pueden distraer del absoluto protagonismo que tiene la música, aunque sea música escénica. Porque el propio Stravinsky incidía en su concepción ecléctica de ópera-oratorio para fijar su no renuncia a una y otra cosa, aunque prefiriera el estatismo de los personajes y hasta del coro que en esta producción adquiere cierto movimiento con un afán logrado de subrayar los momentos dramáticos que la música y el texto sugieren. 

El papel de narrador, en este caso con el lujo de José Luis Gómez, maneja los hilos para que el espectador-oyente no se pierda en el laberinto que no es otro que el del personaje y su circunstancia. Un Edipo que puede ser, como todos los grandes personajes clásicos, un prototipo tan válido para la Grecia milenaria como para el hombre de hoy. De ahí que Stravinsky, como tantos otros autores contemporáneos, se haya interesado en los temas clásicos -desde el melodrama 'Perséfone', a los ballets 'Apolo musageta' y 'Orpheus' que, además, tienen un aliento muy de la cultura francesa de su tiempo, en la que se sumergió plenamente. Ahí están sus contactos, colaboraciones o influencias de Gide, Jean Cocteau y para qué decir de Debussy. Y sobre textos hirientes de Cocteau, Stravinsky moldea, entre 1926-27 (aunque la revisara veinte años después), una obra que, aunque algunos críticos la incluyan en un inexacto 'neoclasicismo', es ya todo un monumento a la perfección, a la musicalidad, a la originalidad, a la ruptura, partiendo de elementos que serán consustanciales en obras posteriores, en esa extraña y genial unidad entre ritmo y una suerte de melodía que significa, por sí misma, espectáculo, aunque en un tema griego, como es el caso de su 'Orpheus' desdeñara toda teatralidad, porque en sí misma la música es espectáculo sonoro, sugerente y propio. El 'Orpheus' devorado por las bacantes (1947) tiene claros precedentes en el 'Edipo' devorado por su condición de hombre. Un hombre que ni en su dignidad de rey se le puede sustraer de las grandezas y debilidades del ser humano. Sófocles lo definía, desde esa épica clásica, JeanCocteau lo refrendaba desde una óptica modernista y Stravinsky lo asumía con el rasgo musical que sólo el talento y la genialidad puede hacerlo: no necesitando siquiera un texto convencional y prefiriendo el aroma mayestático del latín para que ni una sílaba se pierda del contexto musical y sin concesiones con que se monta la obra. 

Música, sobre todo 

Y esta pureza, Josep Pons y la Orquesta Ciudad de Granada, con la colaboración coral y los solistas, han levantado ese monumento sonoro en Carlos V, con una precisión, una seguridad y una elocuencia admirables. La música como protagonista absoluta, como elemento básico de un espectáculo donde lo demás, es pura anécdota, aunque haya cosas que admirar, como el lento deambular por un escenario que invita al estatismo, o subrayar con algunos visos teatrales los apoyos fundamentales de coro que, en sí mismo, está confiado al estatismo del coro de la tragedia griega. 

La solidez orquestal que Pons ha puesto en juego, con la OCG, es algo que, como pasara en 'La flauta mágica,' es la base misma de la representación, aunque los elementos visuales tiendan a distraer. Estaba la Orquesta a mayor nivel que coro y cantantes, de los que José Antonio Lacárcel le explica a continuación con más detalle. Pero, en cualquier caso, la dirección de Pons ha sido magistral y no me extraña que su amor a Stravinsky le haya sugerido ese disco, ya premiado, de 'El pájaro de fuego' o 'Juego de cartas'. Porque es no es fácil atreverse con Stravinsky -¡esa 'Sinfonía de los salmos'! que habría que programar en el Festival- y, menos aún, en una obra complicada tanto desde el punto de vista técnico, como de montaje y unidad, como 'OedipusRex'. 

El público reaccionó como en las grandes ocasiones y todos recibieron el aplauso de los oyentes-espectadores de esta producción que, pese a los altibajos de las voces, no cabe duda que es una aportación importante y decisiva del Festival a su sentido más internacional y propio. 

Y en esa propiedad insisto en el papel decisivo de Pons y la OCG que, por si alguien no se había dado cuenta todavía, pueden ser tan fundamentales en el Festival. Al fin, una obra, un conjunto, algo hecho aquí, deja a un lado su cualidad 'localista' y se convierte en un instrumento de proyección que avalan sus giras, sus grabaciones y sus aportaciones a las realizaciones hechas en auténtica clave de Festival.


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