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EL PAIS, 28 de mayo de 2001

Reforma universitaria y Filosofía y Letras

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS

Hablo de Filosofía y Letras, que ya no existe: aquella facultad se dividió en tres o cuatro. Una de ellas, la mía, Filología, en 21 o más, en la práctica. Todo en dispersión y atomización integrales. Y hablo a propósito de las recientes propuestas sobre la manera de acceder a la Universidad. Buena parte de lo que escribo es válido para todas las facultades, otra para nosotros, los que venimos de la antigua de Filosofía y Letras. No juzgo el detalle de las propuestas, lo desconozco. Parto, eso sí, de que intentan mejorar un estado de cosas poco satisfactorio. Aunque no veo muy clara la demolición de la selectividad: salvo que se ha hecho antipática, se ha utilizado demasiado como arma arrojadiza. Y que no vale para gran cosa, no garantiza competencia en materias que se han estudiado o han debido estudiarse. Si, cambiando el nombre, se encuentra algo que garantice mejor esa competencia: o sea, que el bachiller lo sea realmente, sea bienvenido. Y si las facultades exigen para entrar el conocimiento de materias de su competencia, sea bienvenido también.

No entro en el detalle, repito. Pero es el momento de recordar que hay objetivos irrenunciables y aberraciones a eliminar de una vez. Debe haber libertad para elegir la facultad que se quiera, donde se quiera. Es innoble que un alumno encuentre dificultades para salirse de su distrito e ir a una Universidad de prestigio. Es innoble que a una facultad de Filología, por ejemplo, lleguen los alumnos que han sido rechazados, por no tener tantos o cuantos puntos, en Veterinaria o Farmacia. Los peores, en muchos casos.

Pero en el problema, no lo olvidemos, está implicado otro: el de la calidad del bachillerato. Tras una ESO de niveles ínfimos y con sólo dos años de bachillerato, que además tiene una acumulación de materias aditicias llevadas por las reformas, el nivel de los alumnos que llegan a la Universidad es cada vez más bajo. Esto lo saben bien, y lo sufren los profesores.

¿Qué puede exigirse en ese examen de ingreso para que los alumnos que entran se adapten a la imagen ideal del alumno de tal o cual facultad? ¿Latín y Griego, por ejemplo, en las facultades de letras, cuando los más de los alumnos no los han cursado o los han cursado insuficientemente? En otras facultades quizá sea la cosa más fácil.

Los distintos ciclos educativos son un todo, esto se olvida con frecuencia: el ciclo medio condiciona el universitario, una verdadera reforma de éste no puede hacerse sin reformar primero la enseñanza secundaria.

Y llegando a este ciclo último, el universitario, me gustaría subrayar, y esto es lo que intenta decir este artículo, que no basta con reformar la forma de ingresar, hay que revisar los planes o currículum. Me atrevo a decir que, en las facultades salidas de Filosofía y Letras, por eso las nombro en el título, esos planes, bosquejados por el Consejo de Universidades y completados por las universidades en función de su autonomía, son desastrosos. En otras facultades el panorama será más o menos próximo, según los casos. Un reexamen sería, en todo caso, necesario.

Quizá necesite el lector un breve panorama de la situación. Recuerdo aquella reunión con el rector de la Complutense, en febrero de 1975, en que quince de los dieciséis Presidentes de Secciones de Filosofía y Letras votamos contra la división de esta facultad en tres. Pues fue dividida. Empezaron a aflojarse o romperse las conexiones. Luego, cuando el Consejo de Universidades estableció las materias troncales, obligatorias en toda España, de cada facultad, el divorcio se consumó. Y cuando en Filología y las demás facultades se suprimieron los dos cursos de estudios comunes, el divorcio interno dentro de cada facultad se consumó a su vez.

En la práctica, en Filología, tenemos 21 o más titulaciones independientes, me falta espacio para explicarlo en detalle. Y una comunidad sería más necesaria que nunca, al disminuir la preparación que traen los alumnos del bachillerato. Perdidos, tienen que escoger especialidad a ciegas, ya en el primer año. Y les envuelve una maraña de materias opcionales (en Filología, en Complutense, unas 800, en teoría al menos) que devoran poco a poco las materias centrales, las viejas materias esenciales. Algo se ha reaccionado poco a poco, aquí o allá, frente a esta locura.

Pero falta mucho: hacen falta pocas materias, centrales, cardinales, obligatorias; y un mínimo de optatividad. Lo contrario es crear un mundo de especialistas aislados entre sí y aislados de los temas centrales de nuestra cultura, que deben unirlo todo para que ese todo sea algo. Filosofía, Historia, Lengua española, Latín y Griego quedan reducidas a meras especialidades, en vez de orientar el todo. Un panorama cultural frustrante es el que nos amenaza en el futuro.

Y todo esto, que las universidades habrían podido en una medida rectificar, raras veces se ha rectificado. El principio de que todo es igual a todo, la falta de jerarquía de los saberes, se ha impuesto. Los planes se han hecho, las más veces, sumando o restando votos en función de los intereses de materias o personas. 'Yo concedo tanto a tu asignatura si tú concedes otro tanto a la mía'.

Por eso, insisto, el tema de los sistemas de ingreso en la Universidad es importante, pero no único. Como lo es el de la enseñanza secundaria obligatoria y el bachillerato, mínimamente retocados ahora: veremos si la Ley de Calidad avanza un paso, lo esperamos. Y es vital el tema de la asignación de las plazas, el de la creación de un sistema que premie los valores científicos por encima de los localistas y los de la simple promoción interna. Si en la Universidad no es la ciencia el tema central, ¿dónde va a serlo?

Pero es igual de grave, quizá más, el otro tema que aquí trato: el de la organización de los estudios dentro de las facultades. Si no se cambia, vamos al desastre.

Claro que he hablado de Filosofía y Letras. Pienso que una parte del problema es generalizable, otra quizá no, hay facultades que han procedido con criterios más conservadores y sanos. Y que, quizá, no tienen una exigencia tan imperiosa de ese núcleo central que reclamo.

En todo caso, un giro es necesario. Al lado de otros valores que se han proclamado, también el valor del conocimiento y de la ciencia merece respeto. Aunque no esté de moda salvo cuando logra, en un momento, resultados espectaculares. Luego el interés se apaga. Pero es excelencia y no mediocridad ni brillo pasajero lo que hace falta. Y ello exige esfuerzo, no se da gratis. Las soluciones facilonas al final son un fracaso.


Francisco Rodríguez Adrados es miembro de la Real Academia Española.


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