Carmen Pérez-Lanzac 

Dirigió el British Museum y la National Gallery. A los 72 años, recorre con pasión en un libro la historia de las creencias humanas.

Habla despacio, le falta deletrear las palabras. Neil MacGregor (Glasgow, 1946) fue criado entre Reino Unido, Francia y Alemania. Siendo niño, sus padres lo llevaron al Prado y se negó a abandonar la pinacoteca. Se hizo historiador del arte, dirigió la National Gallery (1987-2002) y el Museo Británico (2002-2015). Y quiere que entiendas su mensaje. Te interpela nada más verte: “¿Quién dirías que es ese rey?”, dice señalando el cuadro de Lucas Jordán ante el que vamos a fotografiarlo. “Refleja la relación del poder con lo divino”, indica didáctico. En 2012 publicó La historia del mundo en 100 objetos, y, este año, Vivir con los dioses, ambos en el sello Debate, en el que repasa la historia de nuestras creencias. Es el David Attenborough del arte.

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PREGUNTA. Cuenta que tras la Segunda Guerra Mundial y la revolución científica, la mayoría de los europeos asumieron que la religión se convertiría en un tema privado. Pero se equivocaron. ¿Por qué?

RESPUESTA. Necesitamos hacernos una idea de nuestro lugar en el cosmos. Una vez terminada la hegemonía de la URSS y Estados Unidos —que dividieron el mundo en dos; dos mitades de la misma historia—, hubo que buscar otras narrativas. No resulta tan sorprendente: encontrar una historia que dé esperanza, unidad y dignidad es el objetivo de la política, sí, y de la religión.

P. ¿Por qué aceptamos nuestras tradiciones y no las de otros?

R. Desde el punto de vista de un europeo, es un problema del monoteísmo. Para los monoteístas hay un texto, una verdad y un Dios. Resulta muy difícil, incluso para los más abiertos, respetar al otro porque sientes que eres tú quien tiene la verdad suprema. Seguimos pensando que nuestra forma de hacer las cosas es la única válida. Nos cuesta reconocer otras formas de dirigir una sociedad. Creemos que las democracias occidentales son la única forma aceptable, no vemos que también hay otras maneras sanas de hacerlo que permiten que la gente tenga una vida completa.

P. ¿Por qué nos cuesta tanto permitir que otros se sumen a nuestra historia, a nuestra narrativa?

R. La historia europea es una y está cerrada. Hay que estar dentro y solo dentro. Nos resulta difícil reconocer a gentes con historias diferentes. El Imperio Romano fue capaz durante 400 años de construir una unidad política permitiendo el politeísmo. Desde Reino Unido hasta Egipto. ¡Es sorprendente! Aportaron valor a un mundo exterior que después acabaría siendo parte del Imperio, por conquistas o inmigración. Sus dioses estaban al lado de los tuyos. Pero más tarde los cristianos dejaron de ceder. Los europeos no hemos replicado el modelo. Esa tradición, una pena, la hemos perdido.

P. Y si una imagen atea, sin una creencia religiosa detrás, aunara a todas las comunidades, creyentes o no. ¿Se reducirían las guerras?

R. Podría ser algo ateo en el sentido de que podría no tener la forma de una religión que ahora conocemos pero seguiríamos necesitando mitos, una historia… Antes de hablar de comunidades que luchan entre sí, necesitamos comunidades que existan como comunidades. No estoy seguro de que puedas tener una comunidad que no luche contra otras. Una comunidad buena a escala universal no ha existido nunca.

P. ¿Entonces no podemos encontrar un mito que nos una?

R. En los movimientos sobre ecología y cambio climático veo el principio de algo similar a las creencias de los aborígenes; para ellos, todo lo que les rodeaba era sagrado. Ahora también vamos entendiendo que no controlamos nuestro entorno y dependemos de él. Y eso requiere de sacrificios. Lo que no tenemos aún es una historia común sobre este asunto, pero poco a poco se está construyendo. Lo bueno es que todas las religiones podrían sumarse a esta visión.

P. ¿Y el Brexit? ¿Cómo lo explica?

R. El mundo ha cambiado en los últimos 50 años, pero la historia sobre nuestro lugar en el mundo, no. Nuestra vieja historia no casa con el momento actual. El relato con el que muchos británicos crecieron, según el cual su país controlaba su futuro por su cuenta, ya no es cierto. Y para cambiar tu historia necesitas a un presidente muy sabio, y eso es muy difícil.

P. ¿Qué político europeo podría?

R. El país más cohesionado y que tiene más claro lo que quiere ser es Alemania. Ha mirado su negra historia y sabe que hay que garantizar el valor y la dignidad de cada ciudadano. Ningún otro país europeo lo tiene así de claro. Merkel ha sido capaz de articular este relato. Es el mayor éxito de Europa en décadas recientes.

P. En España no hemos alcanzado consenso sobre nuestro pasado.

R. Me falta información. Lo que sí sé es que en Sudáfrica y en Alemania tenían líderes incuestionables y pudieron llegar al fondo del tema. Quizá porque había tanto que hacer y curar.

P. Usted sabe que el significado de los objetos va mucho más allá del mero objeto. ¿Sigue manteniendo, como defendió en el pasado, que las esculturas del Partenón donde mejor están es en Londres, en el Bri­tish Museum, en lugar de en Atenas?

R. ¿Acaso no somos todos herederos de Grecia? ¿Son los éxitos de la humanidad el éxito de todos? ¿Quién tiene derecho a reclamar objetos que se hicieron hace miles de años? Las demás ciudades griegas odiaban Atenas; los ahogaba en impuestos. Deberían dar vueltas por los museos del mundo. Nos encantó dejárselas a San Petersburgo. Nadie había visto antes allí una escultura griega.

P. ¿Qué pensó al ver arder Notre Dame?

R. Que su gran significado es su forma y el lugar en el que está. Y ambas cosas se mantienen. Es admirable que, siendo Francia un país secular, Macron dijera que esa iglesia católica era un símbolo nacional.

P. Usted ¿cree en Dios?

R. No lo sé. Y el único lenguaje en el que puedo preguntármelo es en el lenguaje de los cristianos. No está mal: nuestro dios es de la justicia social.

P. La cruz de Lampedusa que cita en su libro, hecha con restos de pateras, es un símbolo precioso.

R. Es una pena que no podamos hacer una historia que dé la bienvenida a los refugiados. Y aunque nos indignemos con los líderes xenófobos, ni un solo político europeo está preparado para decir: “Abramos nuestras fronteras”. Europa es igual de exclusiva. No podemos querer una Europa abierta y mantener nuestra prosperidad. A mí me encanta la estatua de Michel Erhart de una virgen María a gran escala que avanza y abraza a toda la sociedad. Necesitamos una imagen así que nos ayude a pensar sobre nosotros mismos. Todavía la estamos buscando.