Londres | EFE 03/10/2008
Con la yuxtaposición de estatuas contemporáneas y algunas de las obras más bellas de la Antigüedad, el Museo Británico reflexiona desde este sábado sobre el poder de la escultura, que jamás ha sufrido una etapa de «oscuridad» a lo largo de la Historia y es tan vieja como el tiempo.
En la exposición «Statuephilia», que podrá visitarse hasta el 25 de enero próximo, cinco de los más cotizados escultores británicos del momento muestran su trabajo en las salas más emblemáticas del museo, creando una dualidad pasado-presente que impacta a un visitante perdido entre tanta maravilla e incapaz de asumir tanto estímulo.
Damien Hirst, Antony Gormley, Ron Mueck, Marc Quinn y Noble & Webster se han enfrentado a la tremenda responsabilidad de competir por la atención del visitante con los tesoros arqueológicos de Egipto, Grecia o el sur del Pacífico que tantas veces admiraron y utilizaron para inspirarse.
Durante la presentación a la prensa, uno de los comisarios de la exposición, Waldemar Januszczak, explicó que quería mostrar esculturas que realmente llamen la atención del espectador, para que se pare a reflexionar acerca de dónde está y conecte modernidad y antigüedad. El resultado de este diálogo visual entre tradiciones culturales es impactante e invade el ánimo del visitante, en parte gracias a lo transgresor del arte contemporáneo.
Las alas de casi 9 metros de un monumental ángel de Antony Gormley, un preludio de su famoso «Angel of the North», dan la bienvenida al visitante en el hall de entrada. En el fondo, iluminado por la claridad que se cuela a través del techo de cristal del vestíbulo central, se vislumbra la estatua del emperador Adriano y se intuye el viaje histórico al que invita «Statuephilia».
La segunda parada se produce en la galería de la Ilustración, donde decenas de vitrinas recogen objetos que han contribuido a la evolución de la humanidad. En tres de ellas, el visitante se encuentra con 200 coloridas calaveras de plástico con el sello inconfundible del polémico Damien Hirst, que hizo esta obra expresamente para la exposición y pretendía contraponer razón a superstición.
En la sala dedicada a la vida y la muerte, delante de la enorme y sobria estatua de piedra de Rapa Nui, está la gran cabeza durmiente y vulnerable de Ron Mueck, el artista que tiene la «espeluznante cualidad» de captar la vida dado al hiperrealismo de sus obras.
El visitante sentirá un escalofrío cuando, mientras pasee por la sala dedicada a la arqueología egipcia, se encuentre la escabrosa obra de Noble & Webster, también creada a conciencia para «Statuephilia». En la parte superior de dos lanzas verticales aparecen sendos amasijos de pequeños animales muertos cuya sombra en la pared proyecta las siluetas de dos cabezas humanas empaladas, las de los escultores. Según el comisario de la exposición, los artistas trabajaron con la idea de la momificación para crear esta obra.
Y por último, entre las bellezas de la civilización griega, el visitante encontrará una escultura de oro macizo de Marc Quinn, titulada «Sirena». En ella, la «afrodita de nuestros días» Kate Moss se contorsiona en una postura imposible de yoga en lo que, según Quinn -presente en la inauguración-, es una reflexión sobre la perfección, el dinero y la inmortalidad. Con el magnetismo del oro en las retinas, el visitante comprenderá que el viaje al universo del arte es tan inagotable como extraordinario.