Jaime Alvar Ezquerra | Historia NG nº 137 www.nationalgeographic.com.es 27/02/2016

El joven hunde su daga en el cuello de un toro, a cuya sangre acuden un perro y una serpiente, mientras un escorpión atenaza sus testículos. Este enigmático conjunto preside las grutas donde los seguidores de Mitra rendían culto a su dios.

Súbitamente, a finales del siglo I d.C., un dios nuevo irrumpe en el Imperio romano con una pujanza extraordinaria: Mitra. Desde ese momento se manifiesta como un dios invicto, que ofrece a sus seguidores un nuevo marco para expresar sus inquietudes religiosas. Los espacios consagrados a él son distintos a los habituales, el culto se organiza con unos rituales novedosos y los fieles constituyen hermandades cerradas y muy jerarquizadas. Para participar en ellas resulta imprescindible superar unas pruebas iniciáticas de las que las mujeres están radicalmente excluidas. Las legiones son el principal vehículo difusor del nuevo culto, y el favor imperial constituye el estímulo imprescindible para su repentino éxito. La paradoja más llamativa es que este dios procede del enemigo más acérrimo del mundo grecorromano: el Imperio persa.

Mitra y Cristo

Por las mismas fechas, pero con menor ímpetu, comienza a difundirse el culto a otra deidad de naturaleza bien distinta, Cristo. Y se da una paradoja no menos llamativa que en el caso de Mitra: la aceptación de un hombre hecho dios por los judíos, el pueblo más despreciado. Los cultos de Mitra y Cristo han suscitado desde la Antigüedad un interés singular por sus presuntas similitudes. Pero las analogías no se corresponden a la realidad según la conocemos hoy. Una de las patrañas más extendidas es que el nacimiento de Jesús se sitúa en el solsticio de invierno (el 25 de diciembre) para ocupar en el calendario la fecha de nacimiento de Mitra. En realidad, no hay fecha de nacimiento del dios persa; y aunque Mitra es una deidad solar como tantas otras procedentes de Oriente (Elagabal, Júpiter Doliqueno, Sabacio…), en su culto no hay nada que sitúe una fiesta específica en esa fecha. Sí es cierto que el nacimiento de Jesús se desplazó desde la Epifanía, en enero, para cristianizar la fecha de celebración del nacimiento de otra divinidad: el Sol.

Otro error consiste en la identificación del banquete ritual mitraico con la eucaristía cristiana. Los seguidores de Mitra celebraban una comida ritual, como en la mayoría de los cultos politeístas, pero nada indica que ese banquete sea una celebración eucarística en la que se ingiere a la propia divinidad. Y si volvemos la mirada al fenómeno del sacrificio observamos que en el mitraísmo es el dios el que celebra el sacrificio, mientras que en el cristianismo es dios la víctima sacrificada. Ambas prácticas son radicalmente distintas.

Los adeptos de Mitra

Merece la pena insistir en el hecho de que la composición social de las comunidades de uno y otro culto es profundamente divergente. A primera vista, la diferencia entre ambos es la exclusión de las mujeres en el mitraísmo (donde se las llama «hienas»), mientras que el cristianismo primitivo les otorga relevancia. La expansión del mitraísmo se ve favorecida por su conexión con el ámbito militar, en el que consigue el apoyo de los mandos; a partir de ahí se propaga entre los esclavos, los habitantes de las ciudades y la aristocracia. Por su parte, el cristianismo se difunde a partir de las sinagogas, de la conversión de los rabinos y de comunidades enteras; después alcanza a cuadros medios de la sociedad, mujeres en situación económica desahogada, intelectuales, comerciantes y, progresivamente, el entorno militar. Su crecimiento sólo se multiplica a partir del decreto de tolerancia emitido por el emperador Constantino en 313.

De Persia a Roma

Es un misterio cómo se produjo el desplazamiento de Mitra desde Persia hasta Roma. No contamos con textos de sus seguidores; sólo disponemos de las imágenes que han llegado hasta nosotros. En ellas se basó el gran historiador de los cultos orientales, el belga Franz Cumont, para caracterizar el mitraísmo y su difusión. Cumont consideraba que el Mitra venerado en Oriente era el mismo Mitra que fue adorado más tarde en el Imperio romano. Por ello supuso que su culto fue difundido por la predicación de sus sacerdotes, los magos, que se habrían desplazado más allá de las fronteras del Imperio persa tras su conquista por Alejandro Magno en 331 a.C. Ellos serían los responsables de la difusión del culto hasta su llegada a Roma, donde se renovó para luego extenderse por todo el Imperio.

Sin embargo, las propuestas de Cumont no se ajustan a lo que hoy sabemos. En realidad, esos magos no aparecen por ningún lugar en Occidente. Por ello se ha sugerido como alternativa que el culto difundido por el Imperio es una creación de nuevo cuño, que usa el nombre de un dios persa y algunos vocablos de la misma procedencia para darle exotismo y verosimilitud. El mitraísmo habría sido un instrumento adicional para favorecer la cohesión del vasto conglomerado étnico y cultural en el que se había convertido el Imperio romano, empezando por el estamento militar. Se trataba de un culto basado en la autoridad de la jerarquía, en la sumisión de los seguidores y en la creación de potentes lazos personales a través de las pequeñas hermandades que lo llevaban a cabo, lazos que permitían a gentes de distinta procedencia encontrar fuertes vínculos de identidad y solidaridad.

El supuesto rival del cristianismo

Se discute si esa renovación del culto a Mitra tuvo lugar en Roma o bien antes, en los reinos de Anatolia a finales del mundo helenístico que estaban gobernados por linajes de origen persa. Allí, el nombre dinástico de los reyes del Ponto, los Mitrídates, habla de la popularidad del dios. Y en el santuario que Antíoco I de Comagene levantó en Nemrud Dag hay una imagen de Mitra-Helios-Apolo, hecho que podría vincularse a la absorción de Mitra y quizá la de su culto por el mundo helenístico.

Franz Cumont también sostenía que las imágenes relacionadas con el culto a Mitra serían las ilustraciones de un mito cuyo texto no se ha conservado. Frente a esa interpretación se ha abierto camino otra radicalmente distinta, según la cual el icono central, la tauroctonía o sacrificio del toro, representaría un mapa astral, cuya descodificación permitiría entender el significado religioso de las imágenes.

La mayor parte de los testimonios arqueológicos del mitraísmo procede de las zonas fronterizas de Roma, donde había una fuerte presencia de legionarios, mientras que dentro del Imperio el culto sólo aparece en ámbitos militares y en algunas ciudades (sobre todo en Roma y Ostia), lo cual muestra que su implantación no fue demasiado importante. Y en amplias zonas del Imperio no se han hallado vestigios de mitraísmo posteriores al siglo III.

Sin embargo, las referencias de los Padres de la Iglesia a este culto, como rival del cristianismo, le han conferido una notoriedad mucho mayor de la que tuvo en su época de esplendor. A finales del siglo IV no era más que un culto residual añorado, como el resto del politeísmo, por un puñado de aristócratas nostálgicos de la gloria de la antigua Roma.

Para saber más:

Los misterios. Religiones «orientales» en el Imperio Romano. Jaime Alvar. Crítica, Barcelona, 2001.

Los misterios y el cristianismo. C. Martínez Maza. Anejos. ARYS 2, Huelva, 2010.

(*) Jaime Alvar Ezquerra es Catedrático de Historia Antigua en la Universidad Carlos III de Madrid. Autor de 'Los Misterios. Religiones «orientales» en el Imperio romano' (2001).

FUENTE: www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/10279/mitra.html