Todas las ciudades griegas compartían la misma religión y los mismos dioses. Zeus era el dios principal y tenía autoridad sobre el resto. Las divinidades griegas más importantes residían en el monte Olimpo; personificaban las fuerzas de la naturaleza, representaban una profesión o actividad humana y eran el patrón o patrona de una polis. Por ejemplo, Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra, era la protectora de la ciudad de Atenas. Los dioses tenían aspecto humano y, aunque eran inmortales, tenían cualidades y debilidades humanas: comían, bebían, se amaban y luchaban entre ellos.
Los griegos creían también en criaturas fantásticas como el centauro (un caballo con cabeza, brazos y busto humanos) o los cíclopes (monstruos con un solo ojo).
Los dioses griegos intervenían constantemente en la vida de los seres humanos. Incluso podían tener hijos con ellos. Los héroes, como Aquiles, Teseo, Ulises o Herakles (Hércules), eran los hijos de un dios o diosa y un ser humano. Eran muy poderosos, pero tenían condición de mortales como las personas. Las familias griegas más importantes se enorgullecían de su descendencia de algún héroe mítico y muchas ciudades atribuían su fundación a uno de esos semidioses.