Presentada como novela histórica, ‘Memorias de Adriano’ suscitó la furibunda reacción de algunos académicos y fue centro de la controversia sobre las fronteras entre la realidad y la ficción

Daniel Arjona www.elmundo.es 07/07/2023

En enero de 1949 una mujer que ya tiene 46 años y aún no ha logrado nada digno de mención en la carrera literaria con la que sueña desde su juventud, recibe un envío inesperado que va a cambiar su vida y también la historia de la literatura universal. A su domicilio de emigrada francesa en Nueva York llega un baúl repleto de papeles familiares y cartas que Marguerite Yourcenar (1903-1987) había dejado en Suiza durante la Segunda Guerra Mundial. La entonces escritora frustrada se sienta junto al fuego para ir quemando todo aquello cuando, de pronto: «Desplegué cuatro o cinco hojas dactilografiadas; el papel estaba amarillento. Leí el encabezamiento ‘Querido Marco’. Marco… ¿De qué amigo, de qué amante, de qué pariente lejano se trataba? No advertí de inmediato a quién se refería el nombre. Al cabo de unos instantes, recordé de pronto que ese Marco no era otro que Marco Aurelio y supe que tenía en mis manos un fragmento de aquel manuscrito perdido».

Según registró Yourcenar en su ‘Cuaderno de Notas de Memorias de Adriano’, la idea de escribir una novela sobre el emperador romano del siglo II la perseguía desde los 21 años y había sido iniciada y abandonada muchas veces. En 1927 se topó en la correspondencia de Flaubert con una frase que desde entonces no dejaría de obsesionarla, de empujarla y frustrarla en su proyecto: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre». «Gran parte de mi vida», confesaría después la escritora, «transcurriría en el intento de definir, después de retratar, a este hombre solo y al mismo tiempo vinculado a todo».

La llegada de aquel baúl va a brindarle a Marguerite Yourcenar el empuje definitivo para culminar la escritura de ‘Memorias de Adriano’, una novela histórica -así la adjetivaba sin remilgos su propia autora- compuesta por una larga carta que el emperador dirige a su sucesor Marco Aurelio y que es al tiempo una de las grandes de joyas de la literatura universal. Pero el baúl contenía algo más, dos libros en concreto, que iban a suponer las dos fuentes historiográficas principales sobre las que Yourcenar levantaría su imagen de un emperador benéfico, pacifista y que «casi llegó a la sabiduría». El problema es que una de aquellas fuentes, la ‘Historia romana’, de Dion Casio, era defectuosa. ¿Y la otra? La otra, la llamada ‘Historia Augusta’, era directamente una falsificación, la falsificación quizás más misteriosa y fascinante jamás urdida.

UN FAKE FASCINANTE

La ‘Historia Augusta’ es una de las escasas fuentes disponibles sobre la historia de Roma en el tumultuoso y crítico siglo III d. C, pero no sabemos quién la escribió, ni cuándo -aunque sospechamos que fue a finales del siglo IV d. C-, ni con qué fin. Es un texto desconcertante que combina rigor histórico y fabulación descarada, erudición y vulgaridad. Lo firman seis supuestos autores cada uno de los cuales se ocupa de la biografía de un emperador, pero los historiadores sospechan hoy que en realidad se trata de uno solo. Ninguna otra obra antigua ha suscitado polémicas tan enconadas que han ocupado durante décadas a una estremecedora nómina de gigantes de la historiografía: Mommsen, Dessau, Sym, Alföldy, Chastagnol, Birley, Callu, Paschud… En realidad, sólo sabemos una cosa: la ‘Historia Augusta’ no es lo que dice ser.

La primera de las biografías de la obra es precisamente la de Adriano y es el principal manantial del que beben las ‘Memorias de Adriano’. Nadie había aducido nada al respecto desde su publicación en 1951 hasta que treinta años después, en 1984, la novela se encontró bajo el asalto del mayor historiador de Roma de la era moderna, Ronald Syme. En una violentísima conferencia impartida aquel año en Oxford, Syme denunció el libro de Yourcenar tildándolo de impostura y ficción. La escritora no sabía, o no había querido darse por enterada, que la ‘Vita Hadriani’, incluida en la mencionada ‘Historia Augusta’, era una falsificación. De esta forma, su Adriano no tenía nada que ver con la realidad de lo que conocemos por otras fuentes. Ojo, Syme no criticaba que una obra literaria pudiera tomarse sus licencias, pero denunciaba que había sido la propia Yourcenar la que había garantizado, equívocamente, la precisa base documental de su novela.

¿HISTORIA O LITERATURA?

Poeta y filólogo clásico, Javier Velaza es el más reciente traductor de la ‘Historia Augusta’ al español (Cátedra, 2022) y, cuando le preguntamos sobre la polémica ahora que se cumplen 120 años del nacimiento de Marguerite Yourcenar, señala quetres problemas claves de una polémica tan compleja como paradigmática de las relaciones entre la historia y la literatura.

«El primer problema», explica Velaza, «es en qué medida lo que las fuentes nos dicen de Adriano responde a la realidad. Para reconstruir la vida de Adriano tenemos fundamentalmente dos fuentes, Dión Casio y la ‘Historia Augusta’. La fiabilidad del primero es dudosa por su postura prosenatorial que distorsionó la imagen de algunos emperadores. La fiabilidad de la ‘HA’ es todavía más problemática, porque la obra entraña muchos enigmas (autoría, datación, tendencia, posición ideológica y religiosa, etc.) y, además, se inventa datos, episodios, fuentes y personajes hasta el punto de que hay que poner en tela de juicio cualquier información que nos ofrezca. Por fin, el retrato que la HA hace de Adriano parece comenzar de modo más o menos positivo, pero luego deriva hacia un claroscuro no exento de tintes negativos».

«El segundo problema es qué sabía Yourcenar sobre la problemática de estas fuentes, y singularmente la ‘HA’, cuando redactaba su propia obra. Hasta donde podemos juzgar, parece que al principio Yourcenar no conocía apenas la problemática: por ejemplo, creía que estaba escrita por seis autores y en época de Constantino, y atribuía la biografía de Adriano a Elio Esparciano. Esa clara ignorancia es la que probablemente suscitó la crítica de Syme. Sin embargo, es seguro que más adelante Yourcenar supo que la opinión académica mayoritaria sobre la HA era que su autor era único y que escribía a finales del s. IV. Pese a ello, parece no haberse interesado más que superficialmente por esos debates académicos».

«El tercer problema es cómo manejó (y manipuló) Yourcenar sus fuentes. Para conformar un retrato completo, humano y espiritual, de Adriano, tomó muchos de los datos que la HA le proporcionaba, los expandió, llenó los huecos que quedaban entre ellos y dejó de lado otros que resultaban más incoherentes con la imagen que quería construir del personaje. Y eso entra ya dentro de la libertad del creador: Yourcenar no escribe una biografía ni escribe historia, sino ficción, y lo que se ha de juzgar de ella es estrictamente eso. Cosa diferente es que la repercusión de su obra haya provocado que la imagen que ella construyó de Adriano sea la que tiene mucha gente (como, por otra parte, para mucha otra Julio César sea el de Shakespeare y no el de Plutarco o Suetonio)».

UN EMPERADOR VIAJERO, ¿Y PACIFISTA?

La imagen del emperador que emerge de ‘Memorias de Adriano’ es la de un sabio estoico pacífico -y pacifista- que enfrenta sin temor el final del camino, como describe en el memorable comienzo de su extensa epístola: «Como el viajero que navega entre las islas del Archipiélago ve alzarse al anochecer la bruma luminosa y descubre poco a poco la línea de la costa, así empiezo a percibir el perfil de mi muerte». Animado por una curiosidad insaciable, fue el emperador viajero por excelencia, recorrió durante casi dos décadas todos los dominios del Imperio Romano, del Oriente al Occidente, en una época de paz y prosperidad desconocidas, amó a Atenas y la cultura griega, también a Antínoo, el joven y hermoso artista al que deificó tras su temprana muerte que tanto le afectó. Pero la historiografía actual ha devaluado dramáticamente esta versión de Adriano, que parece hoy más bien una figura extravagante y sangrienta a cuya muerte el Senado no sabía si considerarle un Dio o un tirano.

Gonzalo Bravo es catedrático emérito de Historia Antigua de la Universidad Complutense y uno de los historiadores españoles que más se ha ocupado a lo largo de su carrera de desmitificar una historia romana donde las leyendas y los mitos son tan abundantes como resistentes. Bravo recalca que ‘Memorias de Adriano’ no es historiografía, es una novela que también podría describirse como una especie de ensayo de historia, pero que no se construye sobre una base objetiva, científica si queremos llamarlo así. «Yourcenar monta una imagen de Adriano distinta de la que probablemente fue la real basada en ideas, en una teología de propaganda que convierte a Adriano en una especie de’ superemperador’. Para ello se basa en la itinerancia característica de un emperador que viajó por todo el mundo conocido durante 17 años. Pero ojo, hay otra característica de Adriano que a mí me gusta añadir. Cuando el emperador regresaba a Roma después de sus viajes, ni siquiera visitaba el Senado porque lo despreciaba y tachaba a los senadores de ineptos. Él levantó su villa en Tibur (Tívoli), a 23 kilómetros de Roma y allí descansaba sin acercarse a la capital».

Bravo recuerda que sobre Adriano hay mucha literatura, y no solo la de Yourcenar. Por ejemplo, su lugar de nacimiento. En las aulas españolas nos han contado generación tras generación que Adriano fue uno de los célebres emperadores hispanos, que nació en la Bética. Y no es cierto. Adriano vino al mundo en la propia Roma como demostró ya hace tiempo Ronald Syme. Nació y vivió allí con su padre Trajano y luego la familia hizo viajes a Hispania, algo muy habitual en la época. Esta sería otra falsificación histórica a sumar a la lista.

Las fuentes, incluso para escribir una novela, deben servir para informar y no para justificar, según Bravo. Otro tópico que asume Yourcenar fue el pacifismo de Adriano, especialmente si lo comparamos con el belicista Trajano. «¡Eso es mentira! Fue Adriano el que reforzó precisamente todas las fronteras del Imperio, con su célebre muro epónimo, para que los bárbaros no pudieran asaltarlas. Eso no lo hace un pacifista, lo hace un belicista. Seamos claros, en aquella época un emperador no podía ser pacifista porque se hallaba constantemente en peligro, tanto la integridad del Imperio como la suya propia».

ANIMULA VAGULA, BLANDULA

La biografía de Adriano de la ‘Historia Augusta’ reseña que, antes de morir a los sesenta y dos años, cinco meses y diecisiete días, el emperador Adriano escribió un poema que no puede leerse hoy sin estremecimiento. Comienza con el eximio verso que Yourcenar puso al comienzo de sus ‘Memorias de Adriano’ -‘Animula Vagula, blandula’- y Julio Cortázar en su icónica traducción de la novela, vertió así al español: «Mínima alma mía, tierna y flotante / huésped y compañera de mi cuerpo / descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, /donde habrás de renunciar a los juegos de antaño».

Fueron precisamente esos versos con los que cerró Yourcenar sus ‘Memorias de Adriano’ y, aunque hoy -después de una interminable y apasionante polémica histórica de la que hemos dado cuenta aquí-, ya los sabemos espurios, la estatura literaria de la novela no parece sufrir el paso del tiempo y los tráfagos de las pasiones humanas. La escritora tal vez lo intuyó cuando, en una de sus notas, no pudo evitar templar su indignación: «Grosería los que dicen que ‘Adriano es usted’. Grosería quizás mayor de los que se sorprenden de que yo haya elegido un tema tan lejano y extraño. El hechicero que practica una incisión en su pulgar en el momento de evocar las sombras, sabe que ellas no solo obedecerán esa llamada porque van a beber su propia sangre. Sabe también, o debería saber, que las voces que le hablan son más sabias y dignas de atención que sus propios gritos».

FUENTE: www.elmundo.es