Lucia Magi www.elpais.com 11/11/2013

En la antigua Central Termoeléctrica Montemartini la maquinaria industrial se mezcla con estatuas de Orfeo o Apolo.

Los romanos, los italianos, no siempre destacan por una conservación respetuosa y efectiva de su patrimonio artístico. Los Foros imperiales, el Coliseo (tras tres años de tira y afloja empezaron por fin las obras de restauración) o incluso los Museos Vaticanos, en la Santa Sede, representan sin duda etapas obligadas para cualquier escapada a la ciudad eterna. Sin embargo, a veces, las ruinas, la pintura renacentista o las iglesias barrocas de Roma decepcionan el visitante por el descuido y el maltrato que sufren a diario. Una magnifica excepción se encuentra en la calle Ostiense, la larga carretera que lleva a la playa. En el número 106 -a dos paradas de metro del Coliseo o a media hora de paseo- surge la antigua Central Termoeléctrica Giovanni Montemartini, industria de principios del siglo pasado, restaurada y convertida en museo de estatuas romanas.

La primera central eléctrica pública de Roma se inauguró en 1912. Al año siguiente, ya estaba dedicada a la memoria de su asesor tecnológico, Giovanni Montemartini. Se ubicó al lado del mercado general que abastecía la capital y pegada al río Tíber. Tras concretar el mito del progreso, atravesar dos guerras mundiales y sobrevivir al boom de mediados del siglo XX, la Central cerró a finales de los 60. Años de abandono y degradación la transformaron en una especie de agujero negro a pocos pasos del casco antiguo. Por suerte e inteligencia, en los ochenta fue rescatada y restaurada, sacándose brillo a las maquinarias que habían pulsado en su barriga llevando luz y calefacción a buena parte de los romanos. Una década más tarde, fue trasladada a sus amplios locales una variada colección de estatuas de época romana, propiedad del Ayuntamiento.

Con un sugerente juego de contraste, bajo las naves de la central una gigantesca caldera a vapor, tubos, pasarelas metálicas, tolvas, columnas de cemento armado dialogan con un torso de mármol, una estatua de Orfeo o de Apolo, una cabeza de Julio César, con un friso o un pedazo de mosaico rescatado de una villa del I siglo después de Cristo. El efecto de esta conversación muda y equilibrada merece la visita (abierto de martes a domingo). Maquinarias modernas y dioses antiguos se miran y respaldan, generando un monumento eterno al ingenio humano. De cualquier época.

FUENTE: http://elviajero.elpais.com/elviajero/2013/11/07/actualidad/1383838535_664804.html