David Valera | Madrid www.lasprovincias.es 24/09/2011
Hace dos milenios ya existían aparatos para medir los movimientos planetarios o ingenios articulados que se asemejarían a un robot. Estos instrumentos demuestra que las civilizaciones del pasado poseían una tecnología avanzada que ha permanecido oculta durante siglos.
El astrónomo observa el cielo. Entre el brillante firmamento reconoce a Venus. Inmediatamente maneja con destreza un complejo instrumento que le permite medir el movimiento del planeta. Realiza las correspondientes anotaciones. Repite la misma operación una y otra vez. Noche tras noche. Poco a poco va descubriendo los secretos del espacio. Pero no se trata de un científico de la NASA, sino de una mente curiosa de hace 2.000 años.
La tecnología de la antigüedad es mucho más que la elaboración de jarrones, cerámicas, espadas o escudos. Las grandes civilizaciones han demostrado poseer un conocimiento de la ingeniería muy completo que sólo el paso de la historia ha borrado. Las pirámides egipcias o de Mesoamérica son un claro recordatorio del dominio de la ciencia en épocas muy remotas. Pero estas grandes obras de la humanidad no habrían existido sin otras herramientas más pequeños y desconocidos que siguen desafiando y sorprendiendo a los arqueólogos.
Instrumentos para medir con precisión los desplazamientos planetarios y calcular la distancias entre las estrellas. Robots capaces de desplazarse con total autonomía o calculadoras para realizar operaciones matemáticas. Aunque parezcan herramientas del siglo XXI fueron usadas hace milenios. Son una especie de máquinas del futuro en el pasado.
Uno de los artilugios más sorprendentes y enigmáticos de la antigüedad es la conocida como máquina de Antikitera. Se trata de un instrumento astronómico capaz de medir los desplazamientos del Sol y la Luna, además de otros planetas como Marte y Venus, que permaneció oculta durante 2.000 años. Fue recuperada casualmente de una galera del año 80 a.C. hundida en el mar Egeo en una expedición del año 1900.
Pero, entre las cerámicas y monedas de la época rescatadas del pecio, este extraño artilugio pasó desapercibido una vez más. Medio siglo después, el arqueólogo Dereck de Solla Price desveló su verdadera naturaleza. La máquina estaba compuesta por un complejo sistema de engranajes basado en una rueda central de doscientas secciones encajada milimétricamente en otras cuarenta ruedas dentadas. Mediante cálculos diferenciales el aparato podía medir con precisión la posición de los astros y predecir los eclipses. En la actualidad, esta máquina puede admirarse en el Museo Arqueológico de Atenas.
Lentes de cuarzo
Pero los antiguos no sólo construían máquinas capaces de ver en el espacio, sino que desarrollaron una tecnología en el campo de la óptica que les permitía corregir defectos en la visión humana. La lente de Layard, que se encuentra en el Museo Británico, es un ejemplo conocido. Su nombre se debe a su descubridor en 1849, Austen Henry Layard. Datada en el siglo VII a. C, era un monóculo fabricado sobre una pieza de cuarzo que fue tallada para adaptarse al ojo humano y corregir el astigmatismo. Sin embargo, el cuarzo es un elemento muy resistente que en la actualidad es manipulado con láser. Aún se desconoce que medio usaban para moldear tan duro material. Además, la lente de Layard no es un caso único. Se han hallado numerosas lentes perfectamente pulidas en yacimientos de la antigua Troya, Éfeso, Cartago, Egipto o en la cultura olmeca.
Pero los antiguos también se atrevieron con el campo de la robótica. En los textos clásicos ya se describen algunos autómatas capaces de gesticular e incluso andar, como estatuas de dioses articuladas. Un caso documentado es el de Arquitas de Tarento, un pensador de la Grecia clásica contemporáneo de Platón. Además de filósofo y matemático, también destacó por sus complejos artilugios. Intentó construir un pájaro volador de madera, es decir, un robot. En la Edad Media estos aparatos articulados se perfeccionaron, aunque la mayoría estaban relacionados con la relojería, un auténtico arte.
En la actualidad, los arqueólogos prosiguen con las excavaciones y los expertos estudiando cada artilugio encontrado para desentrañar la rica tecnología del pasado y demostrar que el ingenio ha existido siempre.