www.metrodirecto.com 24/08/2006
El ensayista alemán Manfred Geier ha dedicado un estudio, recientemente publicado por la editorial Rowohlt, a rastrear 25 siglos de difíciles relaciones entre la risa y la filosofía, desde los tiempos en que Platón intentó desterrar el humor de los dominios del pensamiento.
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El ensayista alemán Manfred Geier ha dedicado un estudio, recientemente publicado por la editorial Rowohlt, a rastrear 25 siglos de difíciles relaciones entre la risa y la filosofía, desde los tiempos en que Platón intentó desterrar el humor de los dominios del pensamiento.
El libro de Geier, titulado «De qué se ríe la gente inteligente», tiene dos vertientes. De un lado, se ocupa de rastrear los filósofos que a lo largo de los siglos, en contra de Platón, han dado una valoración positiva de la risa. La otra vertiente revisa los análisis del fenómeno de lo cómico y busca respuestas a la pregunta sobre los motivos de las risa.
Platón, a quien Geier dedica un capítulo titulado «El intento por desterrar la risa de la filosofía», veía el hábito de reirse como una manifestación de arrogancia, muchas veces injustificada.
Como contraste con Platón, Geier se ocupa ampliamente de la figura de Demócrito, a quien la leyenda presenta como un sabio que no podía parar de reirse, y de la recepción que ha tenido su figura a lo largo de los años desde la antigüedad latina hasta los tiempos de la Ilustración.
Demócrito, de quien no se conserva ningún texto original, se reía ante todo, según la leyenda, de la estupidez humana, y por ello autores romanos, como Horacio, utilizan su figura para criticar a sus contemporáneos y dicen que el filósofo griego se hubiera reído a carcajadas de ello.
Durante la Edad Media, según Geier, la risa fue vista como algo sospechoso, lo que, agregado a otra serie de factores, contribuyó a que la figura de Demócrito cayese en el olvido para resucitar luego con fuerza durante el renacimiento en autores como el francés Francois Rabelais, que veía en la risa lo mejor que tenía el ser humano.
En resumen, la risa de Demócrito tiene, para la mayoría de los autores que se han ocupado de ella, dos aspectos. De un lado expresa una decepción ante la condición humana, y en ese sentido sería una variante del llanto de otro filósofo, Heráclito, de quien la leyenda dice que no paraba de llorar.
Por otra parte, sin embargo, la risa de Demócrito tiene un aspecto afirmativo que muestra que, pese a toda la decepción ante la humanidad, el filósofo griego no estaba dispuesto a renunciar al goce de la vida.
A diferencia de Demócrito, para quien la risa y el humor parecían ser una actitud vital, Diógenes El Cínico, rival acérrimo de Platón, utilizaba esos dos elementos como armas críticas. Los blancos de Diógenes eran, según Geier, las ciudades griegas y las costumbres de sus habitantes, el poder político y, ante todo, la doctrina platónica, cuya definición del ser humano como bípedo implume caricaturizó en una ocasión al irrumpir en la Academia con un gallo desplumado y con gritos de «aquí tenéis al hombre de Platón».
Muchos siglos después, en la época de la ilustración, el conde de Shaftesbury utilizaría también conscientemente el humor como arma crítica contra los fanatismos de su tiempo, a los sometía a lo que él llamaba «el test de lo ridículo».
Sin embargo, a partir de la ilustración, la risa, según Geier, empezó a tener otro sentido y dejó de verse sólo como una expresión de un sentimiento de superioridad hacia los otros.
Immanuel Kant, por ejemplo, que veía en el humor un síntoma de agudeza e inteligencia, concebía la risa como una consecuencia de una tensión que súbitamente se diluye cuando entra en juego algo absurdo e incoherente. Esto causa un placer no sólo intelectual sino también físico, lo que para Kant muestra el vínculo indisoluble entre el cuerpo y el espíritu.
En todo caso, para Kant la risa no se provoca porque consideremos a otro como alguien inferior sino como una reacción a un proceso que se da en nuestro propio entendimiento. Según Kant, no nos reímos tanto de algo o de alguien sino con algo o alguien.
Al lado de la teoría de la risa como expresión de un sentimiento de superioridad y de la de la carcajada como consecuencia de una incoherencia que hace que se diluya una tensión, Geier alude a otra que está centrada en la idea del contraste y que, con distintos matices, representan Arthur Schopenhauer, Soren Kierkegaard y Henri Bergson, entre otros.
Dos capítulos del libro, dedicados a Sigmud Freud y al humorista alemán Karl Valentin, se desvían del terreno estrictamente filosófico pero en el capítulo final Geier vuelve a la filosofía y convierte en protagonistas de un diálogo de sordos a los pensadores Martin Heidegger, Rudolph Carnap y Max Horkheimer.