Mario Agudo 03/01/2016 Ser Historia 

“A continuación la hija de Zeus, Afrodita, se marchó a su morada, pero Hera dejó atrás de un salto la cima del Olimpo. Tras descender en Pieria y la encantadora Ematia, se lanzó sobre las nevadas montañas de los tracios” (Homero, Ilíada., XIV, 226).

Esta cita de la Ilíada es la primera referencia que encontramos a la geografía de Macedonia en las fuentes históricas. En ella se nos habla de Pieria, la tierra montañosa, y la Ematia, la fértil llanura de aluvión que se extiende hasta el Mediterráneo. En estos territorios, de una riqueza natural exuberante, surgió la figura de uno de los personajes más importantes de la Antigüedad: Alejandro Magno, cuya gesta asiática eclipsó los veinte largos años que vivió en su reino natal y sin los cuales es imposible entender su personalidad.

La mayoría de estudios sobre Alejandro Magno se han centrado habitualmente en sus campañas militares en Asia, en su llegada a los confines del mundo conocido y en el gran imperio que forjó, a menudo desde la perspectiva del propio Alejandro. Sin embargo, Alejandro se crió y vivió como macedonio, por lo que comprender su tierra natal resulta fundamental para abordar un estudio completo de su figura.

Macedonia era un reino de la Grecia septentrional, tierra de frontera. Asediado por los incómodos vecinos tracios, ilirios y peonios, dominado durante parte de su historia por los persas, y enfrentado a las aspiraciones de las poleis del sur, especialmente Atenas y Esparta, pudo sobrevivir gracias a la acción de la dinastía argéada, que desde mediados del siglo VII a.C. gobernó de manera indiscutible a los habitantes de aquellos territorios.

La dinastía argéada recibe su nombre de Argos, lugar de procedencia de Pérdicas, Gavanes y Aéropo, los hermanos que, según Herodoto, se establecieron por primera vez en aquellas tierras para fundar el reino. Fue precisamente el primero de ellos al que se considera como el primer rey histórico de los macedonios, lo que tiene una importancia crucial para entender la idiosincrasia de la dinastía teménida –otro de los nombres con los que se refieren a estos reyes, pues se consideran descendientes de Témeno, descendiente directo a su vez de Heracles-.

Los macedonios vinculaban el origen de su reino a la dinastía que los gobernaba, eran una unidad indisoluble, lo que explica su extraordinaria longevidad, pues incluso tras la muerte de Alejandro, la primera opción del ejército fue nombrar sucesor a Filipo Arrideo, que seguía manteniendo el linaje. Cuatro fueron las figuras más importantes de esta dinastía: Alejandro Filoheleno, Arquelao, Filipo II y Alejandro Magno. Los dos primeros comenzaron a forjar el cambio, abriendo el cerrado reino macedonio al resto de Grecia, los dos segundos terminaron por encumbrarlo.

La aportación de Filipo II es fundamental para poder comprender el éxito de su hijo. Sin su reforma del ejército, sin su hábil política diplomática –manifestada, en parte, por su larga lista de esposas-, sin sus conquistas y sin su determinación, Alejandro no habría podido emprender la campaña asiática. Filipo fue, además, el promotor de la formación de su hijo, cuya responsabilidad encargó, entre otros, a Aristóteles. El estagirita no pasó mucho tiempo con Alejandro, apenas tres años, según podemos comprobar por las fuentes, pero parece que su relación fue intensa y, de acuerdo con algunos autores, no acabó excesivamente bien, a lo que pudo contribuir el asesinato de Calístenes, sobrino del filósofo y encargado de escribir la historia de Alejandro, quien fue mandado ejecutar por el rey en Asia. Sea como fuere, Aristóteles tuvo que huir tras la muerte del macedonio, por lo que, al menos nos queda la conjetura de que quizás la relación no fuera tan mala como se ha contado hasta ahora.

Otra personalidad importante en la vida de Alejandro fue su madre, la epirota Olimpíade. Según Plutarco, Filipo la conoció en los Misterios de Samotracia, que se celebraban en honor a los cábiros. Este hecho, unido a la personal opinión del biógrafo beocio, ha servido para que algunos autores hayan señalado el carácter místico de la reina, pero Filipo también estuvo presente y también se hacía acompañar de adivinos, como Aristandro, quien luego viajaría junto a Alejandro a Asia, así que la tesis del carácter de Olimpíade la debemos poner ciertamente en entredicho.

Sea como fuere, Alejandro se consideraba descendiente de Heracles por vía paterna y de Aquiles por vía materna, pues la dinastía epirota se presentaba como heredera de Neoptólemo, también llamado Pirro, un eácida legendario fundador de la dinastía molosia que gobernaba el Épiro en tiempos de Olimpíade. Un pasado legendario, heroico, que el propio Alejandro y sus antecesores –en lo que a Heracles respecta- se esforzaron en publicitar para legitimar su poder: una férrea monarquía que consiguió tomar el control de Grecia gracias a Filipo II y puso fin a la breve experiencia democrática ateniense.

FUENTE: http://cadenaser.com/programa/2015/12/30/ser_historia/1451476349_504093.html