Mario Roehrich | París | EFE 19/09/2011
Los secretos de la ciudad de Pompeya, sepultada por la lava del Vesubio en el año 79 d.C., se han instalado en París para ilustrar el «modus vivendi» de los romanos en su faceta más desconocida: la vida privada de las clases medias.
La exposición «Pompeya, un arte de vida», que abre mañana sus puertas en el Museo Maillol, propone un recorrido a través de «todos los aspectos de la vida cotidiana que se podían encontrar en una casa de clase media-alta» de la época, explicó a Efe la directora del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, Valeria Sampaolo.
Más de 200 objetos encontrados en esa ciudad romana ayudarán al visitante a reconstruir la vida cotidiana de los romanos en el siglo I d.C., en una ciudad de provincia cuyos 25.000 habitantes se dedicaban esencialmente a la agricultura y a la viticultura.
Se trata precisamente de uno de los ámbitos más desconocidos de esa civilización, que legó grandes monumentos y testimonios de la vida palaciega, pero de los que no se conocían demasiados datos sobre la vida cotidiana del grueso de la población hasta el hallazgo de las llamadas «ciudades vesubianas».
El 24 de agosto de ese año aciago, el Vesubio entró en erupción y engulló las ciudades colindantes de Ercolano, Oplonti, Estabia y Pompeya, conservando bajo la lava endurecida una instantánea de la vida en esa época, en la región donde se ubica la actual Nápoles.
«El gran descubrimiento fue el de las pinturas (…) con casas enteramente decoradas», destacó Sampaolo, quien puntualizó que la ornamentación de las cuatro paredes de cada habitación, a menudo con motivos de la Antigua Grecia, no se limitaba a las clases pudientes sino a la mayoría de las moradas.
Todos tenían la posibilidad de decorar las casas «de manera proporcional a su riqueza» y «todos buscaban vivir en un ambiente acogedor y con colores vivos», relató la directora del museo napolitano, quien explicó que las naturalezas muertas también eran habituales.
Gracias a esas pinturas, se han descubierto costumbres como los tintes de cabello para las mujeres que aparecen en algunos de los adornos murales.
Por otra parte, atrios adornados con estatuas de los habitantes de la casa, cofres de cobre, aguamaniles de mármol tallado, frescos y mosaicos, pero también utensilios de cocina y otros adminículos usados en el día a día permitieron a los historiadores reconstruir «una muestra representativa» de una vivienda romana.
La exposición, montada a imagen y semejanza de una «domus» a la que se accede por el atrio, invita a deambular por la casa como si el público fuese el invitado, «a pesar de los casi 2.000 años que nos separan» de sus últimos ocupantes.
Un altar para sacrificios y ofrendas en la cocina, o numerosas representaciones fálicas en diferentes estancias de la vivienda que pretendían alejar a los malos espíritus y celebrar la fertilidad son otros de los aspectos que permite revivir la visita.
«Para los Antiguos el sexo era parte de vida, era una actividad normal sujeta a un verdadera necesidad, la de la reproducción, en una época en que la mortalidad infantil era altísima», resumió Sampaolo.
A pesar de las grandes dimensiones de las mansiones patricias, uno de los primeras sorpresas que desveló Pompeya fue, por el contrario, el poco espacio en el que habitaban las familias romanas medias, y que llevó al escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) a calificarlas de «casas de muñecas».
La muestra también cuenta con los moldes de yeso de dos individuos atrapados por la lava o el de un perro acurrucado: son algunos de los «positivados» efectuados gracias a la técnica del arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli, sobre el negativo que dejó la lava al engullir a las víctimas y consolidarse.
Esas personas atrapadas por el volcán y calcinadas en posiciones agonizantes son quizá una de las imágenes más presentes de Pompeya en el imaginario colectivo, por su extrema expresividad. Y por ello no podían faltar a la cita.