Madrid www.cadenaser.com 17-04-2014

Tras una larga guerra de conquista que Polibio calificó como "guerra de fuego" en alguna de sus fases, Augusto incorpora las Hispanias al imperio con todas sus consecuencias.

Kapuscinsky y tantos otros afirman que lo que no se puede nombrar no existe. Los griegos nombraron las tierras y los paisajes y los romanos marcaron sus límites y erigieron una organización a su servicio. Con la aportación de los dos pueblos que protagonizaron la Antigüedad clásica hay que decir que se sentaron las bases de lo que hoy conocemos como Europa: tanto la Europa política —la Unión Europea— como la Europa de la cultura y su sociedad.

En las naves de los Escipiones que arribaron a las costas de Emporion en el año 218 a. C., llegaban a Iberia los ejércitos de Roma para tratar de controlar un nuevo territorio inicialmente buscado como objetivo militar por razones diversas y muy complejas, relacionadas con el control del Mediterráneo occidental que los cartagineses les disputaban. Encontraron entonces una tierra poblada por grupos diversos repartidos por su forma de vida en las dos zonas que separa la diagonal imaginaria nordeste-suroeste. Y unos inmensos recursos naturales que merecía la pena explotar.

En la franja ibera, al sur y al este, los romanos encontraron a un pueblo de prácticas urbanas y civilizadas que no tardó en asimilar la cultura que llegaba del otro lado del mar. Por eso fue fácil el primer contacto con Iberia. Sin embargo, solo tras una "guerra de fuego" que duró cerca de doscientos años fue posible la ocupación de la Península que completó Augusto pocos años antes de nuestra era.

Precisamente Augusto, el primero de los emperadores, cerradas las puertas de Jano, pudo desarrollar un programa exhaustivo de romanización en lo que ya eran las Hispanias. Como en otros puntos del imperio, Roma trataba ahora de extender el modelo urbano que constituye una de sus características, entendiendo la ciudad como el lugar donde residen los ciudadanos sujetos de derechos y obligaciones, en muchos casos similares a los actuales. El lugar que ofrece trabajo, ocio y seguridad a sus habitantes.

Con una organización provincial estricta, la legislación municipal establecía además la participación ciudadana basada en los tres pilares que habían sostenido a la República: una asamblea del pueblo, un senado, y unos magistrados elegidos anualmente. Es curioso, porque tal juego institucional había desaparecido del gobierno de la propia Roma.

Así fue como la población, concentrada seguramente en las ciudades cuyas ruinas podemos hoy admirar, se fue sintiendo poco a poco romana.

El libro:
Los ejércitos del Lacio, de Roma, llegaban a un nuevo territorio inicialmente buscado como objetivo militar. Una vez incorporado al imperio, y especialmente tras la reforma impulsada por Augusto para el gobierno y la organización de las provincias, el propósito de Roma era ya dar forma al nuevo territorio haciendo de él una provincia dentro de su imperio y organizando su administración. Para los habitantes de la península Ibérica este proceso les reportó grandes beneficios.

La civilización romana supuso la consolidación y difusión del modelo social que fue capaz de producir el mundo antiguo y que constituye su aportación última a la historia de los hombres: el modelo de vida urbana opuesto al modelo rural. Los veteranos de la conquista crearon una red de ciudades que se convirtieron en focos de difusión de su modelo social; extendieron el latín y su escritura como lengua universal y vehículo de la cultura grecolatina; finalmente, establecieron unos principios económicos y unas reglas de juego en el mercado que aún siguen vigentes.

De la antigua Iberia hasta la mediterránea Hispania, en un proceso de constante capilarización cultural, los caminos de la Roma se ramificarán hasta vertebrar nuestra civilización.

El autor:
Rafael Fontán Barreiro se dedica a la docencia como Catedrático de Latín del IES "José de Churriguera" de Leganés y ha procurado dar a conocer a sus alumnos las huellas de Hispania, especialmente en Segóbriga, Mérida y Carranque. Se licenció en Filología Clásica por la Universidad Complutense con una memoria sobre Planudes, sabio que vivió a finales del siglo XIII en Constantinopla y cuya aportación a su historia cultural ha merecido finalmente el honor de aparecer recogida en la wikipedia.

Colaboró durante dos años como profesor ayudante en la cátedra de Arqueología Clásica que dirigía el profesor Blanco Freijeiro, con quien pudo contar más tarde para que descubriera a los chicos de Leganés el misterio de los bronces de Riace. En esos primeros años de profesión disfrutó además de una beca del CSIC para trabajar en el Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae, enciclopedia europea de iconografía clásica publicada entre los años 1981-1999, para la que redactó la entrada Abundantia.

Colaboró en diversos textos colectivos en los que había que incluir una referencia más o menos extensa a Hispania, o al mundo romano en general. Se ha dedicado también a traducir poesía latina y prosa inglesa (algún manual de arquitectura clásica, el Greek and Roman Architecture, de Robertson, con el profesor Abad Casal).

En 1986 publicó su traducción de La Eneida de Virgilio. Por eso se emociona especialmente cuando puede hablar de las huellas del mantuano en Hispania, como en el caso del teatro de Cartagena, o en el de la tablilla de barro en la que el escolar de Itálica escribiera los primeros versos del poema.

Título: Los romanos en Hispania
Autor: Rafael Fontán Barreiro
ISBN: 978-84-414-3402-8
Editorial Edaf 
17 x 24 cm. 264 páginas
con I.V.A.: 24,00 €
www.edaf.net/es/libro.asp?producto=2117

FUENTE: www.cadenaser.com/cultura/articulo/romanos-hispania/csrcsrpor/20140417csrcsrcul_1/Tes