Segovia www.nortecastilla.es 14/02/2010
Las visitas del programa Segovia Romana descubren aspectos poco conocidos del monumento. Son recorridos para descubrir a pie de calle el Acueducto oculto, para darse cuenta de que, del segoviano más viejo, nos faltará siempre mucho por saber.
Grandiosa, la parte monumental del Acueducto está tan presente en la impronta de los segovianos que no percibimos en detalle su estado y su dimensión completa. Ha estado y está siempre ahí, donde lo construyeron hace más de 19 siglos. Admirado a través del tiempo por quienes visitan la ciudad, las explicaciones de las guías y los folletos bastan para acercarse lo suficiente y saber lo que es, lo que significa y ha significado esta obra hidráulica que, probablemente, ha pervivido en tan buen estado hasta el siglo XXI porque no hace tanto que dejó de cumplir su función de conducir el agua a la ciudad, aunque como obra en uso ha estado sujeta a continuas modificaciones hasta el primer tercio del siglo XX. Ha sufrido ‘obra sobre obra’. Así, visto de cerca, con detalle, a través de los ojos de quienes lo estudian, hay más de un Acueducto. Y no todos se ven a simple vista. Más allá de las promociones turísticas, otra mirada es posible a la luz de los arqueólogos y de iniciativas como la que pone en marcha la próxima semana la Obra Social y Cultural de Caja Segovia con el nuevo programa de Segovia Romana.
Las rutas guiadas a lo largo del recorrido del Acueducto por la ciudad actual aportarán una visión real, complemento de la científica que, por ejemplo, aportó el pasado jueves el profesor Fernando Aranda sobre la ‘Hidráulica romana’. Su carácter es divulgativo y con este fin han sido preparadas por el Estudio de Arqueología y Patrimonio de Isabel Marqués y sus colaboradores, Alejandro Bermúdez y Miguel Yuste. Son recorridos para descubrir a pie de calle el Acueducto oculto, para tener alguna idea más de su historia, para ver cómo está y para darse cuenta de que, del segoviano más viejo, nos faltará siempre mucho por saber. Y buena prueba del afán de conocer más del edificio de origen romano es que todas las visitas programadas han cubierto el cupo entre los centros educativos y colectivos interesados hasta primeros de marzo. El edificio de origen romano… no todo lo que vemos o que está oculto en el subsuelo es el Acueducto original. Se sabe. Tanto como que del primitivo canal romano no hay apenas noticias.
Para empezar, estos recorridos se centran en el trazado periurbano y urbano de la conducción, que hoy día está dentro del casco urbano de Segovia y que en la época de su construcción estaban fuera de cualquier zona asentamiento. Los tramos de campo abierto, hasta el azud del río Frío en la Aceveda, serán objeto de las rutas programadas para marzo. Y de aquel trazado antiguo en las afueras de Segovia queda poco, o nada, de romano.
Está por ver, porque una de las cuestiones en las que ponen el énfasis los técnicos y los estudiosos -como ocurrió en noviembre en las jornadas organizadas por el Fondo Mundial de Monumentos- es que «no hay un estudio sistemático de la arqueología del Acueducto». Está por hacer y lo corrobora la arqueóloga Isabel Marqués: «Sólo hay estudios parciales, los vinculados a las restauraciones realizadas en los años 70 y 90, los que se han hecho por actuaciones de arqueología preventiva en algunas obras o el último, el que se hizo en la parte extraurbana cuando el trazado de la línea de ferrocarril de alta velocidad partió el canal. Pero no hay uno sistemático para estudiar todo en su conjunto».
Estas visitas guiadas, no obstante, no son para reclamar estudios sino para divulgar la perspectiva arqueológica del monumento y «concienciar a los segovianos de lo que tienen», apunta Isabel Marqués. Es hablar ‘in situ’ de la relación secular entre agua y urbanismo, de transmitir a quienes asistan que deben ver «con el Acueducto como hilo conductor, que era un elemento de vida, que su función era llevar agua, y de concienciar a los niños de que el agua y el urbanismo siempre están vinculados». Sabrán así que la construcción del Acueducto está íntimamente relacionada con la eclosión de Segovia como ciudad romana, más allá de que el estatuto flavio le diera la municipalidad de hecho y de derecho. Y debió ser una ciudad importante porque, si no, no tendría un acueducto semejante ni habría llegado a acuñarse, en el 17 antes de Cristo, la moneda romana que, por primera vez con caracteres latinos, inscribe el nombre de Segovia. Hagamos la visita.
Desde Chamberí
El recorrido comienza en la caseta de piedra de Chamberí, el primer desarenador, situado hoy al final de la avenida Juan de Borbón, donde queda medio oculto por el muro de contención de la carretera de La Granja. Allí fue trasladada cuando se acondicionó esta vía; al lado pasa el camino peatonal que sigue el trazado del Cordel de Santillana. Esta caseta decantadora conserva la piscina ‘limariae’, aunque, precisamente por ese traslado, está en un lado del edificio y no en el centro. Allí, durante la visita, se explicará el proceso de limpieza del agua y la evidencias que permanecen de la construcción romana que, a falta de ese estudio sistemático, están pero son difusas por las modificaciones del siglo XV y probablemente las anteriores y posteriores. De hecho, del canal romano no hay trazas y lo que puede verse es la Cacera Real.
«De los desarenadores tenemos noticias -señala Isabel Marqués- igual que del resto de la conducción, desde los Trastamara, con Enrique IV, y después con los Reyes Católicos y con la reina Doña Juana y sus Ordenanzas de 1505. Hay muros viejos, antiguos, que nos hablan de un momento anterior pero no es posible precisar más; sin duda el trazado romano iba por ahí, pero falta su reconocimiento, lo que tenemos es una cacera medieval, visible en la actualidad».
El primer desarenador es el hilo conductor de toda la visita, que puede durar más de tres horas, porque es la primera estructura visible del Acueducto dentro de la ciudad. De allí salía el canal de agua y, como explicarán los expertos, «las intervenciones arqueológicas evidencian la desaparición casi total de la obra romana y su sustitución en momentos sucesivos. Sin embargo se desconoce el momento en el que estos nuevos canales instalan en el coronamiento de las arcadas. La primera fecha conocida corresponde a la rehabilitación de Escobedo, ordenada en 1584 por los Reyes Católicos, pero debajo hay al menos dos canales más antiguos».
Entrar en las casetas, en la de Chamberí y en la de Padre Claret, forma parte de la inmersión en el pasado, después de seguir la cacera medieval hasta la zona del ‘specus’, el verdadero corazón del Acueducto, el canal sobreelevado en la actualidad en un muro de mampostería que probablemente no es romano, porque en la antigüedad se habría hecho del mismo granito de las canteras del Berrocal de Otero de Herreros, como el resto de la fábrica, pero aquí volvemos a topar con la falta de estudios.
Canalón de plomo
Desde hace unos años, desde la última rehabilitación, en el canal está medio instalado un canalón de plomo pensado para que en ocasiones excepcionales volviera a correr el agua; pero el agua no ha corrido y el plomo, retorcido y muy desajustado, permite filtraciones de agua hacia los sillares y que crezca la vegetación entre los huecos. Se ve perfectamente en las fotografías de los últimos estudios encargados por el Ayuntamiento, que ha propuesto su retirada para que no perjudique más al monumento. Estos estudios han aportado también datos topográficos y planimétricos con todas las medidas, como los 16.220 metros que hay entre el azud del río Frío y el Alcázar, los 4,50 metros de luz entre los arcos o la altura máxima del puente, 28,10 metros.
El canal de plomo lo verán en la salida del desarenador de Padre Claret, pero luego no se ve, aunque otras patologías también se ven en la visita, igual que paseando cualquier día desde la calle Almira a Día Sanz y más adelante. Los monitores insistirán a los que participen en que las busquen, que se fijen en los detalles, en las incrustaciones, en el estado de la piedra, en la vegetación o los pájaros. Y harán que reconozcan los tramos, los arcos reconstruidos, románicos, medievales (con sus problemas por la pérdida del relleno de la reconstrucción), los apuntados, los del siglo XIX, los originales de sillares puestos sin argamasa, las marcas de cantero de las obras, los huecos de las tenazas o la toponimia del Acueducto. «Vamos a tratar el tema de los nombres con los que se lo ha denominado. En su conjunto se le conoce como ‘cacera’ o ‘cacera real’, atribuido al recorrido extramuros, y la documentación de los siglos XV y XVI es inequívoca al respecto. Los tramos urbanos tienen denominación específica y desde del siglo XIII el tramo elevado se llamó ‘la puente seca’, o la ‘ponseca’ e incluso ‘fonseca’ en el XVII. A partir del XVIII su usaba ‘puente’ o ‘puente mayor’, para terminar llamándose Acueducto», apunta Isabel.
Así hasta que la obra hidráulica entra en el recinto amurallado al lado del Postigo del Consuelo, donde se descubrieron, en la intervención de la década de 1970, el arco de caliza y el que hace bajar el canal en la plaza de Avendaño. Allí tuvo que estar el ‘castellum aquae’ del que no se han visto restos y de allí sale el último tramo elevado del canal, 45 metros que discurren hasta la calle Obispo Gandásegui. A partir de este punto, el Acueducto fue y es subterráneo, llamado la ‘madre del agua’ del siglo XV en adelante, y discurre por el interior de la ciudad hasta el Alcázar. El trazado está marcado con unas placas de bronce recién colocadas de acuerdo con las catas y las actuaciones de arqueología preventiva. En lo que hay debajo del pavimento habrá algo de origen romano, pero probablemente es casi todo medieval.