Raquel Bonilla | Trípoli 08/01/2010

Una laberíntica medina invita al viajero a perderse por Trípoli. Pero para descubrir Libia es necesario caminar entre las ruinas de Leptis Magna, bañarse en el Mediterráneo y dormir en medio del silencio del desierto. El viaje será difícilmente superable.

En pocas ocasiones, por no decir que casi en ninguna, se le habrá pasado por la cabeza escoger Libia como su próximo destino de vacaciones. Y no es de extrañar, pues resulta, incluso, difícil situar este país en el mapa –bañado por el mar Mediterráneo, se localiza entre Túnez y Egipto–. Pero es hora de cambiar el «chip». Más conocido por el descaro de su máximo representante, el coronel Muammar el Gadafi, Libia esconde, sin embargo, un vasto tesoro arqueológico que deja atónito al viajero. La reciente apertura del país hacia Occidente y la existencia de vuelos directos entre Madrid y Trípoli, su capital, obligan al turista a olvidar las excusas. ¿Por qué no empezar el año con un destino de lo más original?

El primer punto de encuentro con Libia debe ser Trípoli. En las calles de la ciudad, el viajero asiste desconcertado al forcejeo que se produce entre la tradición que pervive en su laberíntica medina y la modernidad que comienza a aflorar en los nuevos hoteles y edificios que dibujan el «skyline» de la urbe. Al atardecer, merece la pena dar un paseo por la gran as-Saha al-Khadrah, más conocida como «plaza verde», centro neurálgico de la ciudad donde los vendedores de flores comparten espacio con antiguos carromatos que reclaman la atención del visitante. Pero la mirada se pierde, inevitablemente, en la fachada del Castillo Rojo, testigo de batallas y asedios que han marcado el devenir del país y que puede visitarse de nueve a una del mediodía.

Un tesoro bajo la arena
Sin embargo, la gran joya que esconde Libia está fuera de su capital. Y no se trata de una alhaja al uso, pues el país presume de conservar, ni más ni menos, la ciudad romana más importante de África, perfectamente salvaguardada al permanecer, durante siglos, bajo la arena del desierto.

A Leptis Magna el viajero accede a través del impresionante Arco de Séptimo Severo. Con sólo cruzar esta imponente «puerta» el vello se eriza, pues las dimensiones resultan sobrecogedoras. El vaivén de sensaciones continúa a cada paso, ya que ante nosotros aparecen los restos de vastas columnas, majestuosos foros y hermosas estatuas. Sin embargo, no se extrañen si se topan, casi sin poder evitarlo, con la cabeza de una gorgona por el suelo. Aunque Leptis Magna está declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad, la dejadez que sufre este museo al aire libre sobrecoge la conciencia del viajero procedente de la Vieja Europa.

De menor importancia que Leptis Magna, aunque similar en belleza, gracias al empleo de mármol y granito rosa, aparece la zona arqueológica de Sabratah. El Foro, el templo de Liber Pater, las termas del Mar –letrinas y mosaicos perfectamente conservados– o el monumental teatro –reconstruido durante los años 30 del siglo XX– son algunas de las sorpresas que cautivan al visitante. En pocos pasos, los amantes de la historia y de la arqueología agradecen la «osadía» de escoger un destino tan insólito como Libia.

Rumbo al desierto
Pero el país norteafricano ofrece mucho más que restos arqueológicos. Al sur, lejos de la costa del Mediterráneo, el desierto espera silencioso. No resulta extraño contemplar el paso cauteloso de un tuareg a lomos de un camello, mientras que el viento traza continuamente el perfil del arenal.
El camino nos llevará hasta la aldea de Takartibah, inicio de una inolvidable excursión hacia los lagos de Ram-lat ad-Duwadah. Como en una película de Hollywood, tras muchos kilómetros durante los cuales la mirada tan sólo alcanza a divisar fina arena dorada, los ojos se abren de par en par, incrédulos, ante la presencia de serenos lagos como el de Mandara o el de Gabraoun, el más afamado. De un azul intenso y rodeado de palmeras, sus aguas de elevada concentración salina invitan a darse un baño. Si es posible, duerman en medio del silencio de las dunas. Será entonces cuando la auténtica Libia se revele ante el viajero.

Cómo llegar
Libyan Airlines une Madrid y Trípoli tres veces por semana desde 350 euros. Teléfono: 902 678 515.
Documentación. Visado expedido por la embajada de Libia (91 563 57 53). Lo más aconsejable es iniciar los trámites con un mes de antelación.
Dónde dormir. Hotel Corinthia Bab Africa, el único cinco estrellas del país.