Felipe Fernández Mata www.diariodeleon.es 03/09/2011
Los restos arqueológicos de Leptis Magna se encuentran en Libia, junto a la costa y a unos 125 kms al Este de su capital Trípoli. Fue la joya romana del Norte de África y está en un lugar tan recoleto, que parece la ciudad secreta donde el Mediterráneo mecía los sueños de Roma. He visitado muchos restos de ciudades en España y fuera de ella pero nunca me había asomado a un conjunto tan imponente, tan denso, tan bien conservado como lo que allí vi. Todo está casi intacto, es monumental y está sin contaminar. Libia tiene en este sentido muchas y agradables sorpresas que ofrecer al visitante curioso.
La ciudad de Leptis Magna fue un establecimiento comercial fenicio que se fundó en el siglo VIII antes de JC sobre un oasis costero en el que desembocaba un pequeño «wadi» o río irregular. Sus habitantes debieron luchar muchas veces contra poderosas tribus del Sur, del actual Fezzan, que los asediaron siempre: eran los misteriosos Austures, Nasamones y Garamantes. Roma construyó contra ellos una fuerte barrera defensiva, el «limes tripolitanus», apoyado en contingentes militares de la Legión III «Flavia» instalados en una red de fortalezas en el Sur. A su vez desde Leptis Magna Roma realizó expediciones, algunas de ellas documentadas al África profunda. ¿Podemos imaginar a intrépidos exploradores romanos, guiados por caravanas de beduinos y atravesando el desierto hasta el corazón africano en busca de animales salvajes y de esclavos?
El Emperador Septimio Severo, la engrandeció con imponentes edificios públicos como el Foro, la Basílica, la calle Porticada y el nuevo puerto con su faro. La ciudad correspondió a su Emperador dedicándole un espectacular arco triunfal, de una riqueza y una perfección desconocidas. La ciudad basaba su economía en el aceite, trigo, vino, «garum», y ganado. Todo ello se apoyaba en un ingenioso sistema de presas que aprovechaban las escasas lluvias que recibía la zona y las regulaban y distribuían para sacar adelante las cosechas. Pero sobre todo, era muy activa en el comercio de esclavos y de animales salvajes.
Una de las causas de su final se debe a la corrupción de los enviados del Emperador que debían informar sobre la gravísima situación en la que se encontraba la ciudad en el siglo IV. Las tribus del Sur se habían rebelado y sitiaron la ciudad. El emperador no recibió el informe adecuado, la ciudad fue atacada y sin la ayuda de Roma, las dunas comenzaron su avance. Mas adelante los vándalos llegan y mas adelante con la invasión de las tribus locales la ciudad queda prácticamente desierta. Los bizantinos aparecen en el 550 y permanecen en perímetro reducido hasta el 643. Al llegar los árabes ese año, la ciudad queda paulatinamente abandonada y está sepultada por la arena del desierto en el siglo IX.
Toda la ciudad está prácticamente entera. Las piedras que se han ido desprendiendo están en el suelo ante tus ojos. Tiene un Foro de 6.000 metros cuadrados, centro social, de reunión y de paseo de la ciudad. Pero quizás son otros edificios los que resultan más espectaculares para el visitante: la extraordinaria Basílica o sede de los tribunales de justicia, de la religión y de los negocios. Puede verse el púlpito desde el que se hablaba a los fieles en la época bizantina—cristiana y existen columnas decoradas con temas báquicos de una riqueza nunca vista.
Es difícil hacerse una idea correcta de lo que eran los baños públicos en Leptis Magna. La gama de servicios que ofrecían era tan grande que el visitante queda aturdido y piensa que no se ha inventado nada nuevo desde entonces. Dentro del recinto de los baños estaban las letrinas de mármol, alineadas sin solución de continuidad, sin intimidad, con sus canales de arrastre de residuos a base de agua constantemente funcionando. La impresión que retiene el viajero es que se trata de un lugar donde la gente se congregaba para charlar sin pudor, como comienzo a su actividad en las termas. Tras haber hecho uso del servicio, se podía ir a una excelente pista de atletismo o palestra, para hacer ejercicio o calentamiento, diríamos hoy. Otros quizás optaran por ir a nadar a la gran piscina al aire libre. Para los que quisieran hacer otro tipo de actividad existía un gran gimnasio cubierto. Tras la actividad física, venían los baños, normalmente siguiendo un orden: el caliente, el tibio, y el frío. Se utilizaba aceite en vez de jabón y los más pudientes acudían con sus esclavos y recibían un masaje o servicios de peluquería, manicura o pedicuro. Un enorme vestíbulo central reunía a las personas para charlar de distintos acontecimientos de la vida de la ciudad o del Imperio. Todo ello revestido por mármol, con estatuas y columnas de ese material procedentes de canteras de todo el imperio y con pinturas espectaculares.
La ciudad disponía de teatro, anfiteatro y circo. En el teatro la actividad más popular era la pantomima. En el anfiteatro con una capacidad de 16.000 espectadores, se hacían espectáculos sobre la caza de animales salvajes en bosques simulados, y también la lucha de gladiadores. El circo se reservaba para las carreras de cuadrigas…
Al puerto se accedía a través de una amplia avenida dotada de soportales. El recinto portuario conserva los locales dedicados a almacenes, el edificio del faro, y los muelles de atraque de los barcos, así como las escaleras que al borde de los muelles permitían a los marinos acceder a tierra y los puntos de amarre de los buques. Las riadas estacionales del río estaban controladas por una presa a 2 kms de la ciudad. La geografía ha cambiado hoy, y el puerto está prácticamente sobre terreno seco ya que el río Lebda, ha buscado su salida un poco más lejos y la rada esta cubierta de tierra y juncos, lo que por otra parte facilita aun más la visita. Sin embargo la sensación de melancolía es aquí aguda como un aguijón, cuando contemplas una gran ciudad en ruinas, y ese sentimiento te atenaza al ver el puerto antes poblado por un gran número de barcos procedentes de Egipto, de Tiro, de Sidón, de Roma o de Cádiz, y ahora cubierto por la vegetación, cegado por los juncos. Las escaleras de piedra del los muelles antes entrando en el agua, ofrecen ahora inútilmente sus escalones al aire, a la vegetación.
La zona del mercado se conserva hasta tal punto que se pueden ver los mostradores de pescado, de carne, los juegos de pesas, una tabla de equivalencias de medidas de longitud, la medida de los líquidos o incluso alguna cuenta anotada sobre el mostrador.
Se puede recrear la jornada completa de mañana a tarde de lo que hacían sus habitantes hace 1800 años. La inmersión en la vida romana es tan perfecta que sin esfuerzo puedes imaginar los ruidos de las personas, de los carros, de la ciudad cuando estaba aun viva…
Los romanos fueron respetuosos con ideas, religión e idioma de los habitantes. Les dieron el máximo estatus jurídico y las ciudades quedaron romanizadas. Sin embargo, habiendo resuelto los problemas político, religioso, económico y comercial, no pudieron a la larga con su propia descomposición y los ataques de los vecinos del sur y del norte.
Arqueólogos italianos hacia 1920 comienzan a excavarla y descubren asombrados los restos casi intactos de la gran ciudad llegando a iniciar un minucioso proceso de reconstrucción, de colocación de las piezas caídas en su lugar. Sin embargo la II Guerra Mundial interrumpe los trabajos y no ha habido cambios desde entonces. Unas antiguas vías de ferrocarril de los años veinte recorren la ciudad para el transporte de los materiales de la excavación. Todo es herrumbroso, oxidado. Respira la soledad de la misma gran ciudad. Y sin embargo ahí permanece, recostada sobre la arena del oasis frente al mar, esperando desde hace mas de mil años un imposible retorno de su pasado imperial.
Los pies caminan sobre el pavimento de las calles, pegados al suelo, siguiendo la estela de tantos pasos que caminaron hacia el puerto o hacia el teatro. La cabeza, a apenas de dos metros del suelo, vuela veloz, sueña, cree ver el brillo de otra época, escuchar voces familiares que están en nuestra raíz, preocupaciones diarias, guerras, amenazas durísimas. Mi espíritu recibe el abrazo silencioso que la ciudad me tiende. Creo comprender su mensaje. Esplendor, vida diaria y ocaso de una ciudad, de una civilización. ¡Cuantas minúsculas preocupaciones, cuantas manos entrelazadas mirando la puesta de sol desde el faro del puerto o desde la colina del circo! Hombres humildes, esclavos, siervos, patricios, senadores, legados, cónsules, el Emperador, los dueños del mundo. Todos vivieron allí. Los indomables nativos, los primeros fenicios, los griegos, los primeros cristianos en sus catacumbas, los bárbaros, los primeros árabes en su gran cabalgada inicial hacia Occidente. Fueron 1.500 años de vida tensa, pacifica a veces, salpicada por convulsiones de tiempo en tiempo. El mundo decididamente no ha cambiado. Está en nuestros genes la inquietud destructora de volcar el bienestar y sustituirlo por la nada, por las ruinas.
ENLACES: La otra riqueza de Libia: sus tesoros arqueológicos
FUENTE: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/libia-gran-ciudad-romana-olvidada_629678.html