María Ángeles Almela | Madrid | SEEC www.estudiosclasicos.org 03/04/2017

Lenguas clásicas en el siglo XXI. Parece una contradicción en términos, algo del pasado remoto instalado en la modernidad más absoluta. Ya hemos superado el comienzo del nuevo siglo y el latín y griego sobreviven; todavía se enseñan, poco, menos de lo que sería deseable, pero todavía se estudian. Es difícil convencer de que el adjetivo clásico no es algo anticuado sino antiguo, y de que moderno no quiere decir necesariamente innovador sino simplemente reciente o contemporáneo. Por eso estamos aquí hoy, para pensar, discutir, encontrar su lugar en los planes de enseñanza y, sobre todo, para encontrar métodos y formas de conseguir que los jóvenes estudiantes sigan interesándose por las lenguas en las que se formularon tantos conocimientos y que nos abren una ventana a un pasado apasionante.

¿Lenguas clásicas en el s. XXI? los signos de interrogación no son en balde: suelen acompañar a la denominación de las lenguas que enseñamos. Desgraciadamente los signos de interrogación son más frecuentes de lo que desearíamos. Nos lo preguntan los alumnos en clase, cuando se ven aprendiendo unas lenguas que ni sospechaban que existían, y con las que se han topado huyendo de una infinidad de asignaturas más útiles que tampoco entienden. Nos lo preguntan los altos cargos del Ministerio de Educación  cuando están volviendo a hacer la enésima reforma educativa y juegan con nuestras materias en el tablero de los planes de estudios. Nos lo preguntan nuestros compañeros de otras asignaturas cuando estamos repartiéndonos el mísero botín de horas lectivas con otras materias y optativas que ante la sociedad tienen la suerte de ser consideradas útiles y prácticas y no necesitan justificarse para existir. Nos lo pregunta gente con la que te topas y se interesa por aquello a lo que te dedicas. Cuando uno responde que es "profe" de Latín y Griego, surgen dos comentarios estándar: "¿pero todavía se estudia eso?" o "hay gente para todo".

Pues sí, todavía se estudian y todavía existimos los profesores de lenguas clásicas, pero no pasamos por nuestro mejor momento. La última reforma ha dejado tocado, que no hundido, nuestro barco y por ello tenemos que interrogarnos a nosotros mismos y no esperar a que nos pregunten. Para eso estamos aquí en esta Jornada de Didáctica, para reflexionar sobre por qué y para qué, qué y cómo enseñar las lenguas clásicas.

Quizás la primera pregunta que debamos hacernos es ¿por qué estudiar Latín y Griego? ¿Por qué perder el tiempo en unas lenguas que muchos tratan de encerrar en el pasado histórico y académico, por no mencionar el maldito calificativo que nos han colgado y que nos envía directamente al cementerio? ¿Por qué no hacer hueco a algo más práctico y útil, a lenguas actuales con las que podamos comunicarnos en el día a día en otros países? Si uno hace una encuesta entre el alumnado de Secundaria, nuestras lenguas les pueden interesar, o no, como cualquier otra materia. Realmente nada de lo que estudian va a tener una utilidad práctica inmediata en sus vidas y van a tardar bastante tiempo en darle un uso concreto a las materias consideradas más útiles como las matemáticas, las ciencias en general, o el mismísimo inglés. Casi nada de lo que estudian nuestros alumnos tiene una aplicación directa inmediata, pero sin embargo  materias como las matemáticas no necesitan justificarse ante la sociedad. En cambio nosotros sí tenemos que ser prácticos y servir para algo si queremos seguir existiendo en los planes de estudio. Pero ¿qué es ser útil y práctico? La respuesta podría ser "útil es todo aquello que les sirva para la vida cotidiana y para el futuro". ¿El resto de las asignaturas los prepara para la vida cotidiana? y ¿es realmente en esta etapa educativa en la que deben estudiar solamente cosas muy concretas, inmediatas y restringidas a su hábitat cotidiano? no estoy diciendo que no deban percibir, identificar y aplicar fuera lo que estudian en clase, por supuesto, pero creo que si la escuela sirviera solo para eso, se quedaría reducida básicamente a ser centros de socialización, función esta imprescindible pero creo que no única. Actualmente, cuando se habla de alguna carencia de nuestros adolescentes, en seguida se mira a los centros educativos como sitios donde se debe enseñar de todo lo que la sociedad no les enseña: educación vial, a hacer una entrevista de trabajo, a crear apps, a "emprender", a pedir una hipoteca… Claro que hay que conectar lo que estudian con su entorno, pero no solo eso. La educación Secundaria debe ir más allá y mostrarles a los alumnos el mayor número de campos del saber, que sepan que hay multitud de cosas que se pueden estudiar y que les pueden servir para descubrir aquello en lo que se quieren formar en sus estudios posteriores.

Recientemente en un artículo titulado ¿Para qué sirve la filosofía si es que tiene que servir para algo? la filósofa Marina Garcés afirmaba: "no podemos supeditar nuestra relación con el conocimiento a nuestra salida laboral" y las preguntas "¿cómo queremos formarnos? y ¿en qué queremos trabajar? no tienen por qué tener la misma respuesta". Efectivamente, al igual que pasa con la filosofía, la inmensa mayoría de nuestros alumnos no va a "comer" con el latín y el griego, y realmente no es ese nuestro objetivo ni el de la mayoría de las asignaturas que cursan en Secundaria y Bachillerato. La Enseñanza Secundaria y el Bachillerato son los últimos ciclos educativos en los que todavía reciben una formación global, aunque un poco más especializada al final de la etapa, antes de elegir los estudios que, esta vez sí, los preparen para la ansiada integración en el mercado de trabajo. No estamos formando trabajadores, sino jóvenes que tienen que decidir a qué les gustaría dedicarse en el futuro, de una manera amplia y abierta, sin prejuicios, ya que muchos acabarán trabajando en algo muy distinto de aquello para lo que se han formado o en empleos que todavía no se han inventado. Y para esos estudios futuros, encaminados a unos trabajos bastante inciertos y etéreos, muy bien podemos ser prácticos y útiles. Nosotros, los profesores de lenguas clásicas, estamos convencidos de que el latín y el griego son lenguas que proporcionan unos conocimientos lingüísticos que permiten consolidar, por no decir entender, los conceptos que manejan en el estudio de su propia lengua así como de otros idiomas. Las estructuras lingüísticas y los mecanismos de conjugación, declinación y de estructura sintáctica del latín y el griego permiten entender cómo funcionan otras lenguas que están aprendiendo, que a menudo abordan de forma mecánica, con la inmediatez de la lengua hablada, sin necesidad de hacer reflexión lingüística alguna. Ese ejercicio de trasferencia resulta enormemente útil y estructura de forma ordenada los conceptos lingüísticos en la cabeza de los estudiantes. Podemos, así, convertirnos en la trama sobre la que se hilan otras lenguas, de una manera en cierto modo trasversal.

Por otra parte, el latín y el griego aportan un conocimiento de vocabulario que les ayudan a entender multitud de términos y terminología de otras disciplinas con las que batallan a diario. A menudo los alumnos no entienden lo que leen porque su vocabulario se ha reducido al mínimo y carecen de mecanismos para descomponer y desentrañar los términos específicos de otras asignaturas. La formación y composición de palabras con lexemas del latín y del griego permiten multiplicar su caudal de vocabulario y, sobre todo, deducir el significado de una palabra a partir de los componentes grecolatinos.  

Además el latín y el griego son las lenguas en que se formularon las bases de nuestra cultura occidental, ya que han sido las lenguas en que se ha trasmitido el conocimiento hasta el siglo XIX. Claro está que en los dos años de bachillerato en griego o en los tres años que pueden cursar de latín no van a abordar cualquier texto de un autor clásico en su lengua original, pero sí fragmentos, frases o textos adaptados o inventados que den pie a un comentario cultural que les permita entender de dónde parte su cultura y qué nos han aportado los clásicos grecolatinos. Es una labor de enorme importancia enseñar a los alumnos a reconocer los referentes clásicos en numerosas manifestaciones artísticas, literarias, históricas y culturales, y esto se puede hacer de manera más impactante a través de los autores que lo vivieron en directo y que contribuyeron a construir nuestra cultura. Bien es cierto que hoy en día existen traducciones de probada calidad que pueden cumplir ese fin. Por supuesto que no vamos a renunciar a ese recurso disponible, pero tampoco debemos prescindir de la satisfacción que proporciona leer fragmentos de un autor en su propia lengua ni debemos negárselo a nuestros alumnos.  

Así que cuando preguntan "¿por qué estudiar las lenguas clásicas?" se puede dar la vuelta a la pregunta y contestar "¿y por qué no? también nosotros somos útiles". Siempre presumimos de que nuestras materias agudizan el ingenio y ejercitan la mente, pero si bien muchos de nosotros estamos convencidos de ello, no hay más evidencia que nuestra percepción docente, y corremos el riesgo de resultar soberbios al deducirse de esa afirmación que las otras materias que estudian no lo hacen, provocando mayor animadversión de la que ya suscitamos en algunos compañeros. Pero sí podemos afirmar que contribuimos a desarrollar el pensamiento lógico, a consolidar su formación lingüística en el estudio de su lengua y en el aprendizaje de otros idiomas y a ampliar sus conocimientos y referentes culturales. Nuestra contribución es importante y hemos de ponerla en valor.

La siguiente cuestión que debemos plantearnos es ¿qué debemos enseñar cuando impartimos latín y griego? A este respecto parece que la estructura de nuestras materias está clara y se acomoda a lo que aparece en los curricula de latín y griego: lengua (donde incluimos gramática, textos y vocabulario) y legado cultural. Existe un componente gramatical, morfología y sintaxis, que constituyen un elemento importante en nuestras materias. Es cierto que el peso que le demos y la forma de abordarlas difieren según el método que utilicemos, pero también es verdad que, si queremos seguir presentes en los centros de enseñanza, el estudio de las declinaciones y los verbos y el análisis morfosintáctico no pueden ni deben ser un fin en sí mismos. Tradicionalmente la gramática ha sido una herramienta para acceder a la comprensión de los textos, pero para ello también es imprescindible el estudio de un vocabulario que tiene una doble utilidad: por un lado conocer el significado de las palabras con vistas a leer, entender o traducir un texto en latín y en griego, y por otro conocer su pervivencia en nuestro idioma a través de la práctica de la etimología. Otra cuestión es con qué tipo de textos debemos trabajar (originales, adaptados, creados…) y hasta qué nivel de dificultad llegar. E incluso podemos llegar más allá, potenciar la competencia oral y comunicativa en latín y griego, como alguno de nuestros ponentes nos propondrá. Por último, como ya he mencionado antes, el estudio de las lenguas clásicas debe ser la base para acceder al mundo y la cultura de las civilizaciones griega y romana, de manera que el contenido de los textos que trabajemos sea susceptible de ser comentado en virtud de su trascendencia cultural.  

Pero incluso teniendo claro qué se debe abordar al estudiar el latín y el griego, la proporción y el peso que debemos dar a cada apartado variará enormemente según el docente con el que hablemos. Lo comprobamos cada vez que padecemos una nueva reforma educativa (y ya van unas cuantas desde que comencé a dar clase de latín y griego: LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE … y esto no parece que acabe en la actual) Cuando leemos los curricula de nuestras lenguas en cada nueva ley educativa, unos esperando que algo cambie y otros confiados en que todo siga igual, siempre habrá quien diga que es más de lo mismo, que son poco innovadores, que seguimos con el machaque de la gramática o, por el contrario, que cada vez se da menos y que dónde vamos a parar. Y estos comentarios vienen al hilo de cómo impartimos nuestras materias, y nos podemos reconocer en uno u otro según como abordemos la enseñanza del latín y el griego en las aulas.  

Así llegamos al cómo. Antes de comenzar nuestro trabajo en las aulas, todos los docentes nos planteamos ¿cómo enseñar? ¿qué método es el mejor para impartir nuestras materias? Bueno, no existe un método "mejor" en términos absolutos.  Y no habrá acuerdo unánime en lo que debemos hacer y, sobre todo, en cómo hacerlo, pero sí que coincidiremos en la necesidad de tener un método, un camino, una guía que nos ayude a conducir a los alumnos en el aprendizaje del latín y el griego. Elegir un método u otro es algo tan personal como la ropa que nos ponemos. Pero para poder escoger uno hay que conocer las posibilidades que existen o crear modos nuevos de enseñar que se adapten al perfil del docente y del alumnado. Así que debemos reflexionar sobre los métodos de enseñar latín y griego y es el motivo por el que nos encontramos hoy aquí.  

Recientemente, leyendo un artículo sobre principales métodos de enseñanza de lenguas extranjeras en Alemania (Alcalde Mato, 2011), me resultó chocante que la autora mencionara que los métodos empleados en el inicio de la enseñanza de las lenguas modernas en las escuelas alemanas en el último tercio del s. XIX tenían una relación muy estrecha con el modo de enseñar el latín y el griego, ya que hasta entonces éstas eran las únicas lenguas extranjeras que se estudiaban en las aulas alemanas. Así que la enseñanza de las lenguas modernas tuvieron que hacerse hueco, justificar su existencia en los planes de estudio y conseguir el reconocimiento necesario como parte sólida de la enseñanza superior. Poco a poco se fueron separando y se fueron desprendiendo de los métodos utilizados hasta entonces en la enseñanza de las lenguas clásicas. Pues bien, en poco más de 100 años la situación se ha dado la vuelta por completo y somos nosotros los que tenemos que justificar la presencia de nuestras materias en los centros de Secundaria, en España y también en el resto de Europa, como un ingrediente fundamental de la enseñanza superior.  

Ahora somos nosotros los que nos planteamos nuevas formas de enseñar el latín y el griego, siguiendo en muchos casos los pasos de la enseñanza de las lenguas modernas, buscando renovación y actualización y, sobre todo, nuevas vías, nuevos métodos que hagan del latín y el griego lenguas activas y atractivas para un alumnado que prácticamente desconoce todo del mundo grecorromano.

No voy a hacer aquí un recorrido por los diversos métodos existentes para la enseñanza de las lenguas. Me remito para ello al excelente resumen de las metodologías didácticas de las lenguas clásicas de Carlos Martínez Aguirre en la web de culturaclasica.com. Baste aquí con manejar la división tópica pero práctica entre métodos tradicionales y métodos activos. Los primeros, los de gramática-traducción, todos los conocemos de sobra, ya que probablemente hayamos dado nuestros primeros pasos en el estudio del latín y el griego con ellos. Ahora son denostados y presentados como aburridos y monótonos, pero la mayoría de nosotros nos dejamos atrapar por el latín y el griego aprendiendo con ellos. Son los que generalmente se asocian con la enseñanza de las lenguas clásicas y los que dan un mayor peso a la gramática en aras de una ulterior traducción de los textos.

Los curricula parecen hechos a su medida, centrados en asimilar unos contenidos cuya práctica se ve reflejada únicamente en la traducción. Gran parte del profesorado se mantiene fiel a ellos porque creen garantizado con ellos el cumplimiento de las programaciones y porque los considera la mejor manera de afianzar los conceptos lingüísticos que también sirven para el aprendizaje de otras lenguas, incluida la suya propia. Se presenta en su contra el peligro de acomodarse en el estudio de la gramática como un fin en sí mismo y el lento avance en el estudio del latín y el griego, cuyo objetivo último es la práctica de la traducción, que no siempre va unida a la comprensión del contenido del texto. Quienes los usan alegan que les permite a los alumnos reflexionar y comprender mejor su propia lengua y que son buenos para cumplir los objetivos planteados en los curricula oficiales. Quienes los critican los tachan de aburridos, memorísticos y excesivamente gramaticalizados.

Frente a estos surgen los llamados métodos activos, cuyos planteamientos vamos a tener ocasión de ver expuestos en este encuentro didáctico por los ponentes que van a intervenir a continuación. Surgen como reacción a los métodos tradicionales, como una necesidad de cambio y actualización de la docencia de las lenguas clásicas. Plantean el estudio del latín y el griego como una lengua moderna y abordan su estudio de forma directa, sin un estudio previo de contenidos gramaticales. Estos métodos no solo abordan la lectura fluida de textos en latín y griego, sino que también inciden de manera especial  en la expresión oral en estas mismas lenguas. La mayoría además ambienta la historia marco de sus personajes en el pasado grecorromano, lo que permite una inmersión cultural quizás más atractiva. Los defensores acérrimos de los métodos tradicionales los miran con recelo y escepticismo. Los que los han probado, quedan sorprendidos por la facilidad con la que los alumnos acaban leyendo latín o griego. Estos métodos tienen la virtud de generar controversia y plantear numerosos interrogantes: ¿son más lentos o más rápidos que los tradicionales? ¿realmente son tan divertidos y dinámicos? Además surgen dudas académicas ¿encajan estos métodos en los curricula de latín y griego? ¿llegan al mismo nivel en 2º de Bachillerato que los que siguen los métodos tradicionales de cara al acceso a la universidad? ¿todos los alumnos entienden bien y asimilan estos métodos?¿se necesitan grupos reducidos? y respecto a la propia práctica docente ¿Cómo dar el paso de un método tradicional a un método activo?¿siempre funciona?¿cuáles son sus puntos débiles? ¿Se vuelve a un método tradicional después de practicar unos años un método activo? Todas estas cuestiones tendremos ocasión de debatirlas hoy en este encuentro. En cualquier caso, al menos son indicio de la inquietud del profesorado de clásicas por buscar nuevas vías de enseñar latín y griego, de actualizarse y de innovar para adaptarse a los nuevos tiempos.

Pero quizás haya empezado la casa por el tejado: por qué y para qué, qué y cómo, nada de esto tiene sentido si nos eliminan de los planes de estudio. Antes he mencionado que he vivido ya cuatro reformas educativas y ahora esperamos la siguiente. Cada vez que cambia el gobierno, nos echamos  a temblar. De 30 años a esta parte la presencia de las lenguas clásicas en Secundaria y Bachillerato se ha visto drásticamente disminuida. Hemos vivido muchos embates y hemos pasado momentos tremendamente delicados, con unas negociaciones realmente arduas con el MECD, sobre todo en la última reforma, en la que imperan los criterios económicos y pragmáticos, como dice Antón Alvar en su artículo *** " … obviando paladinamente otras demandas no convertibles en la bolsa del mercado, como son las ansias por educarse y aprender de nuestros mayores o la conveniencia de que los jóvenes se formen como ciudadanos y no simplemente como trabajadores" Actualmente, con la nueva ley implantada de forma exprés, el latín se mantiene, pero el griego, de no dar un vuelco los planes de estudios, está en franco riesgo de extinción. La presión social y mediática que identifica nuestras asignaturas con un pasado apolillado y superado nos elimina sistemáticamente de cualquier idea de modernidad y priva a las lenguas clásicas, en consecuencia, de cualquier vigencia. Si son algo tan lejano de nuestro mundo tecnológico,  ¿para qué mantenerlas en los planes de estudios?

Así pues, de nosotros depende hacer entender que no es nuestro propósito último que los estudiantes de Secundaria y Bachillerato se ganen la vida con el latín y el griego, sino se sean para ellos herramientas útiles en sus estudios superiores y en la comprensión del mundo en el que viven. Como dice Joan Mut en su artículo Reflexiones sobre la enseñanza de las lenguas clásicas "se trata de repensar si podemos ofrecer ese saber como algo necesario para todos los alumnos o al menos para todos los del Bachillerato de Letras"(…) "centrarnos en prestigiar el latín y el griego como materias complejas, quizás hasta difíciles, pero imprescindibles".  

En fin, quizás tenemos que encontrar nuevos medios y estrategias imaginativas para reivindicar los estudios clásicos en Secundaria y Bachillerato, esgrimiendo una transversalidad rentable del latín y el griego en el estudio de cualquier carrera de Humanidades, utilizando sus paradigmas lingüísticos y culturales, de manera que el presente no quede desligado del pasado y puedan identificar y disfrutar del legado lingüístico, literario, histórico y artístico que latinos y griegos nos dejaron. Como recuerda Garcés en el artículo que mencioné anteriormente, "pensar es repensar, pero no de cero". Debe haber un diálogo constante con la tradición, con los clásicos. Convencer de esto a los políticos que diseñan desde los despachos los planes de estudio, a las familias y a los alumnos, y a la sociedad en general, depende de nosotros. Tendremos que saber comunicar la importancia del latín y el griego en una sociedad que ansíe ser culta, crítica y reflexiva, y tendremos que ser capaces de cautivar y seducir a estos estudiantes del siglo XXI, de superar sus prejuicios frente a saberes tan lejanos de su presente, tan dificultosos por esa misma lejanía. Los jóvenes han de tener la posibilidad de estudiar lenguas clásicas para relacionarse con la tradición. No con la finalidad del mero escriba, repitiendo lo ya conocido, sino intentando encender la llama que alumbró la escritura de los clásicos.


(*) Este texto elaborado por Dña. María Ángeles Almela, Secretaria de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC) corresponde a la primera ponencia, que sirvió de marco al Encuentro de profesores de Griego y Latín para deliberar sobre la enseñanza de estas dos lenguas hoy en la Enseñanza Secundaria, el Bachillerato y la Universidad en España, celebrado en Madrid el 25 de marzo de 2017: www.estudiosclasicos.org/encuentro-sobre-la-ensenanza-del-griego-y-del-latin