César Fraga | San Fernando (Cádiz) 21/10/2006
Muchos todavía nos quedamos asombrados cuando leemos o escuchamos expresiones del tipo motu proprio, sine die, statu quo, ex aequo, in albis, ab intestato y otras muchas, como si quisieran decirnos algo diferente de lo que encierran. La lengua castellana se está nutriendo, especialmente en el campo informativo y político, de estas expresiones provenientes de lenguas que, según muchos, están ya muertas desde hace tiempo, pero que, sin embargo, siguen vivas a la hora de querer expresar un pensamiento, una idea o una opinión que no podríamos realizar los hispano-hablantes debido al carácter analítico de nuestra lengua. No tenemos terminaciones para expresar relaciones sintácticas de una palabra dentro de una frase, pero sería incongruente el no reconocer el valor incalculable que nos han dejado las lenguas clásicas en nuestro idioma en todos los campos (sobre todo en el científico).
César Fraga | San Fernando (Cádiz) 21/10/2006
Muchos todavía nos quedamos asombrados cuando leemos o escuchamos expresiones del tipo motu proprio, sine die, statu quo, ex aequo, in albis, ab intestato y otras muchas, como si quisieran decirnos algo diferente de lo que encierran. La lengua castellana se está nutriendo, especialmente en el campo informativo y político, de estas expresiones provenientes de lenguas que, según muchos, están ya muertas desde hace tiempo, pero que, sin embargo, siguen vivas a la hora de querer expresar un pensamiento, una idea o una opinión que no podríamos realizar los hispano-hablantes debido al carácter analítico de nuestra lengua. No tenemos terminaciones para expresar relaciones sintácticas de una palabra dentro de una frase, pero sería incongruente el no reconocer el valor incalculable que nos han dejado las lenguas clásicas en nuestro idioma en todos los campos (sobre todo en el científico).
Y no es fácil para los filólogos sacar la cabeza en una época en la que lo que manda es la evolución tecnológica y la sociedad de la información al servicio de los usuarios; las enseñanzas técnicas cada vez se imponen más frente a quienes eligen en su itinerario curricular realizar estudios de la rama humanístico-lingüística. Y es que, salvo las lenguas modernas –sobre todo inglés y alemán-, los estudios humanísticos están cada vez más denostados y maltratados por la sociedad; prueba de ello ha sido el intento de querer eliminar de nuestra UCA titulaciones como Filología Inglesa o Humanidades (que estuvo a dos pasos de desaparecer de no ser por el movimiento de la masa estudiantil). Más todavía para quienes se decantan por la Filología Clásica (estudio de la literatura, lengua, historia y filosofía de Grecia y Roma); muchos creen, a día de hoy, que estudiar esta carrera constituye una pérdida total de tiempo, mas esto no es cierto en absoluto. Hay muchos factores que nos indican que esta carrera, por increíble que parezca, puede resultar tan válida y con salidas como cualquier otra.
Sin embargo hay que ser claros y consecuentes: las lenguas clásicas viven hoy día en una dolorosa contradicción. Nunca han sido tan conocidas porque se hallan en una buena posición en los planes de estudios secundarios, siendo, de este modo, muchas las personas que tienen conocimiento de ellas, especialmente del latín, y asimismo despiertan no poco interés entre los universitarios. Por otra parte, los trabajos científicos, las revistas especializadas, las páginas webs que no paran de crecer y las traducciones que se han publicado dan cuenta de la esforzada (y poco valorada) labor de los filólogos clásicos. Sin embargo, el más común de los mortales ve en el estudio del griego y del latín una extraña reliquia del pasado, un arcaísmo muy lejano a nuestra realidad cotidiana; ser alumno o profesor de estas materias llama poderosamente la atención, ya que la mayoría de la gente se pregunta: ¿qué utilidad puede tener el latín y el griego?.
Si estamos pensando en ventajas rápidas, prácticas, inmediatas y casi materiales, la respuesta es muy negativa: el latín y el griego son lenguas inútiles, pues, en teoría, no nos ayudarían a encontrar trabajo (afortunadamente las cosas han cambiado con respecto a esa afirmación) ni nos servirían para entendernos con nadie, sencillamente porque nadie las habla ni escribe para comunicarse (sería distinto, si el latín, aun con todos sus helenismos, fuera el lenguaje oficial de la ciencia y de la técnica). No obstante también se puede pensar que, salvo la enseñanza de la lengua materna y de la extranjera, es bien poca la utilidad de estas lenguas en la enseñanza secundaria.
Pues bien, aun con este panorama tan desolador, debemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo podrían contribuir las lenguas clásicas al cumplimiento de los objetivos generales de los planes de estudio?. Parece que no nos damos cuenta, pero el latín y el griego nos han dejado, más allá de la propia influencia lingüística y de la cultura, hábitos y costumbres que manejamos en nuestra vida cotidiana tales como el dominar la expresión, tanto oral como escrita, de la lengua propia y extranjera; saber utilizar las fuentes de información; desarrollar las capacidades de análisis inductivo y deductivo; saber emplear un ordenador a nivel de usuario; y el conocimiento del entorno geográfico, histórico y natural. En cuanto al griego, lengua cuyo estudio se basa fundamentalmente en la traducción y análisis de textos acompañados de dosis de la gramática imprescindible, también aporta, por ejemplo, el control de la técnica de la traducción de textos a la lengua propia; reflexionar sobre nuestra gramática teniendo como base el estudio de la gramática griega; emplear de manera eficaz obras de consulta o de referencia bibliográfica gracias al uso del diccionario; establecer hipótesis y a su clasificación por orden de probabilidad; conocer el entorno histórico y cultural de nuestra civilización occidental; y comprender mejor el lenguaje científico y técnico.
Hay que decir, a todo esto, que unos fundamentos de latín y griego nunca vienen mal a ciertas carreras como Historia, Filosofía (sobre todo en las especialidades de ambas que se relacionan con la antigüedad) o Filología (el latín es asignatura obligatoria en Filología Hispánica). La carrera de Filología Clásica es de por sí imprescindible, pues ayuda a que la humanidad se mantenga en contacto con las palabras de nuestros antepasados, teniendo en cuenta, además, que las traducciones envejecen con el paso del tiempo, se vuelven insoportables e ininteligibles, y sobre todo, que todavía hoy muchas de las obras clásicas se hallan fuera del alcance del público no especializado en la materia por no existir una traducción o edición popular.
Como vemos, estas dos lenguas, muertas para la amplia mayoría de hispano-hablantes, siguen estando vivas y resisten con el paso del tiempo; no olvidemos, por otra parte, que el latín (y también el griego) es la base fundamental de nuestra lengua y de otras lenguas como el catalán, el francés, el gallego, el sardo o el rumano (las catalogadas como “lenguas romances”). La realización de algunas tareas concretas como el estudio de las especies naturales en biología o la tabla periódica de los elementos en química no serían posibles sin la influencia de estas dos lenguas; de otro modo, ¿cómo entenderíamos, por ejemplo, que el símbolo del sodio sea Na (en latín, sodio era natrium = “sosa”, “sodio” tras una evolución fonética) o que al perro también se le llame “can” (canis lupus, que no se refiere, por otro lado, al perro, sino al lobo, aun con la cercanía de especie que existe entre ambos)?. Este es sólo un botón de muestra de la importancia del griego y del latín en nuestra lengua, que ya es mucha, pero esto va mucho más allá: el estudio de la lingüística indoeuropea (base del latín y del griego) nos hace plantear, con rotunda seguridad, las semejanzas lingüísticas de los dos idiomas más pujantes y fuertes de nuestra sociedad: el inglés y, cada vez en mayor medida, el alemán, lenguas que, en teoría, no se parecen en nada, pero que parten del mismo tronco lingüístico.
No estaría de más, para acabar, el agradecer el esfuerzo y el tesón de todas las partes implicadas (doctores, profesores, licenciados y alumnos) para que la Filología Clásica siga estando presente en los institutos de secundaria y en las facultades de letras. No es fácil, créanme, el mantener el interés por estas lenguas a los alumnos de esta generación, más preocupados por toda la tecnología que les rodea que por conocer esta puerta que ha servido de vehículo perfecto para el pasado, presente y futuro de la civilización occidental. Esfuerzos traducidos en la creación de asignaturas como “Terminología greco-latina” o “Latín activo” son de aplauso; nadie ha tenido la valentía de llevar a la práctica el dicho de “renovarse o morir” en el sentido más puro del término. Y es que cuesta muchísimo ilusionar a estos alumnos con el latín y el griego, a pesar de que se ha demostrado la incuestionable influencia que han ejercido –y siguen ejerciendo- en muchos hábitos de nuestra vida. Gente como la que les escribe se muestra muy orgullosa de llevar el nombre de las letras clásicas, y quienes lo llevamos, lo hacemos con la cabeza muy alta. Esperemos que estas humildes líneas no hayan caído en saco roto a la gente que todavía piensa que estudiar griego y/o latín es una pérdida de tiempo. No saben que la ignorancia siempre es perjudicial para todos.