Manuel Aranda | www.notiarandas.com 29/01/2006

El criterio de esta civilización en materia de drogas se calca del griego. La Lex Cornelia, único precepto general sobre el tema, vigente desde tiempos republicanos hasta la decadencia del Imperio dice:

Droga es una palabra indiferente, donde cabe tanto lo que sirve para matar como lo que sirve para curar, y los filtros de amor, pero esta ley sólo reprueba lo usado para matar a alguien.

Sabemos que en tiempos de los césares no era infrecuente fumar flores de cáñamo hembra (marihuana) en reuniones -para “incitar a la hilaridad y el disfrute”, costumbre que pudo venir tanto de la sociedad ateniense como de los celtas. Hay también un edicto del emperador Alejandro Severo, que como consecuencia de algunas intoxicaciones prohíbe usar datura estramonio y polvo de cantárida o mosca española en burdeles napolitanos. Sin embargo las plantas fundamentales de Roma fueron la adormidera y la vid. Dicen que siguiendo recomendaciones de Galeno, su médico, Marco Aurelio abría las mañanas con una porción de opio “grande como una haba de Egipto y desleído en vino tibio”. Prácticamente todos sus antecesores en el trono del Imperio usaban a diario triacas. Nerva, Trajano, Adriano, Séptimo Severo y Caracalla emplearon opio puro en terapia agónica y como eutanásico. Lo mismo hicieron incontables ciudadanos romanos, patricios y plebeyos, pues eso se consideraba una prueba de grandeza moral.

En su Materia médica, que es el tratado farmacológico más influyente de la antigüedad, Discórides describe el opio como algo que “quita totalmente el dolor, mitiga la tos, refrena los flujos estomacales y se aplica a quienes dormir no pueden”. Por él -y por otros muchos escritores romanos- sabemos también que la demanda de esta droga excedía la oferta, siendo frecuente su adulteración.

Hoy por hoy, las drogas en general son consideradas dañinas, sin que nadie llegue a pensar que algunas pueden tener una utilidad humanitaria, ya sea para combatir dolores o para ayudar a los moribundos a morir sin dolor, pero los intereses económicos pueden más que los buenos usos que de las drogas se puedan hacer y todas las drogas son puestas en el saco de la ilegalidad con las consecuentes ganancias tanto de narcotra-ficantes como de autoridades cómplices que permiten el libre comercio de todo tipo de sustancias legales o ilegales con la consecuente y jugosa ganancia extra a parte de lo que cobran «decentemente». La eutanasia debería ser reconocida como uno de los valores humanos que el hombre puede usar según su propia e individual voluntad, ya no debe verse como algo negativo, al contrario, como los romanos, la humanidad de este tiempo tiene que recurrir a esa valentía que significaba tomar la decisión de morir cuando las condiciones del enfermo eran insoportables. Seguramente cualquier tanatólogo, (médico especialista en enfermos terminales o con enfermedades incurables), nos daría la razón en esta opinión, y también habrá quien, con fundamentos lógicos y válidos, tenga una opinión contraria. El debate nunca ha tenido un ganador.

Pero es interesante saber que -como la harina- el opio fue durante el Imperio un bien de precio controlado, con el que no se permitía especular. En el año 301, un edicto de Diocleciano sobre precios fija el del modius castrense (una vasija con capacidad para 17,5 litros) en 150 denarios, cuantía módica teniendo en cuenta que el kilo de haschisch (una mercancía de precio libre) cuesta entonces 80 denarios. Poco después, en el año 312, un censo revela que hay 793 tiendas dedicadas a vender el producto en la ciudad de Roma, y que su volumen de negocio representa el 15% de toda la recaudación fiscal.

Con todo, este formidable consumo no crea problemas de orden público o privado. Aunque se cuenten por millones, los usuarios regulares de opio no existen ni como casos clínicos ni como marginados sociales. La costumbre de tomar esta droga no se distingue de cualquier otra costumbre -como madrugar o trasnochar, hacer mucho o poco ejercicio, pasar la mayor parte del tiempo dentro o fuera de casa-, y de ahí que no haya en latín expresión equivalente a “opiómano”, si bien hay al menos una docena de palabras para designar al dipsómano o alcohólico.

En la próxima entrega seguiremos analizando el Imperio Romano, donde descubriremos cómo el vino sí era un verdadero problema para la sociedad romana en comparación con drogas como el opio o la cannabis o marihuana.