Fernando de la Torre www.elmundo.es 17/12/2009
Antes que los árabes, otros pueblos hicieron de Andalucía una de las tierras más ricas y cultivadas de Europa. Tiempo antes de que en el siglo VIII desembarcaran por Tarifa los primeros soldados bereberes, Andalucía ya había sido poblada por florecientes civilizaciones. A sus costas arribaron fenicios y tartesos, griegos y cartagineses, pero sería Roma quien haría de estas vastas regiones un lugar único, un marco que durante ochocientos largos años acopiaría un abultado patrimonio histórico y monumental.
Minerales, aceite y cereales. La Bética alimentó durante largo tiempo al Imperio Romano. Corría el siglo III antes de Cristo cuando Roma puso sus ojos en esta provincia acariciada por dos mares. Desde entonces hizo de ella su provincia más mimada. Tanto fue así que mandó construir una sólida y colosal calzada que comunicara la capital del imperio más poderoso de todos los tiempos con estas templadas y fértiles tierras. Los romanos la llamaron Vía Augusta y por ella pasaron no sólo legiones y milicias sino culturas, modos y palabras que hicieron de la Bética una región sólidamente romanizada.
Las opulentas ciudades
En sus márgenes crecieron ciudades opulentas, comunicadas entre sí por una compleja red de calzadas de gran valor económico, militar y propagandístico. Tanta fama cobró la Bética que rivalizó en poder e influencia con otras provincias más cercanas a Roma. Mediaba el siglo II cuando dos cultos patricios se alzaron con el poder imperial. Fueron Trajano y Adriano, los emperadores nacidos en Itálica, una de las ciudades más bellas de este antiguo y ensoñador mundo.
La Ruta Bética Romana es hoy un instrumento cultural y turístico que trata de poner en valor el patrimonio de aquellos siglos. La idea nació en Carmona, la ciudad sevillana que tanto debe a aquella civilización. De ella parten una serie de itinerarios que conducen a un puñado de ciudades y pueblos con un pasado común. Hoy trece ciudades se han sumado a esta iniciativa cuyo eje geográfico gravita en torno al Valle del Guadalquivir, la depresión por la que discurrió la Vía Augusta.
Los viejos nombres
Gades, Itálica, Carmo, Astigi, Corduba. Al viajero estos nombres le resultan familiares. Los pobladores árabes los adoptaron a su vocabulario. Tanto es así que el nombre moderno de estas ciudades es una derivación de aquellas palabras latinas.
Carmona está encerrada entre sólidas puertas de sillares romanos. A las afueras, entre arrabales sembrados hoy con olivos y cereales, el caminante encuentra la necrópolis donde tumbas de acaudaladas familias competían en boato con otras de más misterioso y origen como el sepulcro del Elefante. Las murallas que cierran Carmona dejan traslucir sus secretos por las puertas de Córdoba y Sevilla.
En ellas las piedras se confunden. La primera queda a los pies del alcázar del Rey Pedro I. La Puerta de Sevilla, por el contrario, queda al otro lado de la ciudadela. Se sabe, por ejemplo, que sus sillares son de época romana y que sus alturas y almenas fueron robustecidas por los árabes.
Talleres de alfareros y ceramistas
En Carmona, en la vieja Astigi -conocida hoy como Écija- y en La Luisiana -famosa por sus primitivas termas- había talleres de alfareros y ceramistas que con sus manos modelaban espigadas ánforas donde almacenar el vino. Aquel caldo extraído de cepas centenarias habría complacido al dios Baco tanto como a los senadores de Roma que lo tomaban en sus opíparas orgías.
Las crónicas de aquella época alaban el cuerpo y el aroma de aquellos vinos tanto como el penetrante sabor del aceite de oliva que por estos parajes se molturaba. El tiempo parece no haber pasado. Hoy como ayer el vino, el aceite y el trigo conforman la tríada mediterránea de estos pueblos de la baja y la media Andalucía.
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